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Encantado de conocerte

Alfonso Villalva P.

 Encantado de conocerte

 Alfonso Villalva P.

“Encantado de conocerte, espero que adivines mi nombre…”, machacaba en las estaciones de radio la voz inconfundible de Jagger. Era el estribillo pegajoso y popular de su rola Sympathy for the Devil (simpatía –conmiseración- por el diablo) que tomaba forma de verdad en ese año del 68, con las palabras compuestas por Richards y el propio Mick, y los gritos rítmicos que les hicieron inconfundibles, que consolidaron a las Piedras Rodantes para siempre, como estrella en el firmamento de la melomanía.

Era 1968 y la rola número uno en la lista de éxitos de los Estados Unidos de América no dejaba lugar a dudas, era premonitoria, acompañando un año de malos augurios, un conjunto de trescientos sesenta y cinco días francamente chocarrero. De colisión y desencuentro; de lucha cuerpo a cuerpo de razas, ideales, poderes fácticos, explotadores…, en fin.

Los estudiantes, obreros, ciudadanos de todo el mundo transitaban por episodios lamentables. Fue el año de la “Primavera de Praga” que dejaba más de setenta muertos y setecientos heridos en las calles. Fue el año del pulso entre el gobierno y el pueblo francés, animado por el alma de estudiantes y obreros, que precipitaba a Charles De Gaulle a disolver la Asamblea Nacional y convocar a nuevas elecciones.

El año que asesinaron arteramente al doctor Martin Luther King, Jr. en Memphis, Tennessee; a Robert F. Kennedy en Los Ángeles, California. La turbulencia era generalizada. Hostilidades iniciadas por Corea del Norte, la guerra de Vietnam. Jóvenes y más jóvenes que caían abatidos por la metralla disparada por intereses económicos o políticos, como antes, como siempre, como hoy.

Sin internet ni redes sociales que les cobijaran, agitados y manipulados desde la oscura y sombría oficina de quienes se benefician siempre del sacrificio del romanticismo adolescente y juvenil. La proporción social era tal, que la noticia del primer beso interracial en la televisión, de la serie Star Treck, era un súper acontecimiento.

1968 Jagger: “He estado por aquí durante un largo, largo año; me he robado muchas almas de hombres para el desperdicio…” Comparecía Gustavo Díaz Ordaz ante el Congreso de la Unión, cómplice y corrupto, y advertía, señalando a un destinatario imaginario en el recinto -pero bien determinado es su cabeza aquel primero de septiembre-, como un agua-va, un que-no-digan-que-no-advertí, exactamente treinta días antes: “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados…” y remataba con aquel “pero todo tiene un límite…”

Así lo afirmaba en la tribuna el más intolerante de los intolerantes -al menos en fama pública, pues seguro hubo peores-, y flotaba en el aire la rola número uno que también penetraba los entresijos de la vida nacional en la antigua Mesoamérica: “Pero lo que te es un enigma, es la naturaleza de mi juego…” ¡Otra vez los Rolling Stones premonitorios! Era apenas un mes antes de aquella tarde en la que Tlatelolco pasaría a la inmortalidad por razones vergonzosas, por una afrenta nacional que desde luego coincidía con la sentencia lapidaria de Keith Richards: “Y grité, quién mató a los Kennedy; cuando, después de todo, fuimos tu y yo…”

Así podía apreciarse en el ambiente cuando un año después, en el mismo rito arcaico del culto a la persona en el poder, el mismo represor daba cuenta, con sorna, de la masacre de los que en la canción no eran los Kennedy, sino éramos nosotros, nuestros jóvenes ilusos y soñadores que cayeron abatidos ante las balas del batallón Olimpia y quién sabe que otros grupos paramilitares, financiados quizá por los mismos agitadores que enardecían a la masa juvenil de la UNAM, del Poli, de la Prepa 1.

Sí, porque la masacre llenaba de sangre las manos de los príncipes del régimen, a los beneficiarios de la opresión, aunque sus opulentas vidas no les hubiesen permitido ni siquiera asomarse al lugar de los hechos. Gustavo Díaz Ordaz alardeaba –megalómano- ante seis micrófonos colocados en el pódium, que asumía toda la responsabilidad de los hechos, en todos los ámbitos que pudiese aplicarse el término responsabilidad. Un discurso que, de una manera más melódica, pudo haberse expresado en la voz de Jagger como “Manejé un tanque, ostenté rango de general, cuando el blitzkrieg iracundo, y los cuerpos apestaban…”

La canción más popular en los Estados Unidos de América en 1968 parecía insinuar nuestra verdad nacional, una que rehúsa irse aún. Parecía hablar de los cobardes asesinos que segaron cientos de historias por contar, de vidas por sentirse, de ilusiones por llegar. Por eso no se puede olvidar el dos de octubre, precisamente por la inexactitud, la impunidad, la corrupción que se trataba legítimamente de cambiar por los soñadores de entonces –de hoy-, pero que fue manipulada y rentabilizada por los explotadores de siempre.

Esos explotadores que, muy fácilmente, en el año 1968 y también en este 2018, se encuentran tan lejos de la justicia, la ley y las consecuencias de cualquier tipo, desafiando al nuevo régimen legitimado en las urnas, advirtiendo que aquí están, desde el CCH de Azcapotzalco, desde la vara de siempre en manos de la juventud manipulada y financiada por esos mismos explotadores desde la oscuridad (ver foto de Excelsior), que podrían encarnar sin dificultad, las palabras de Richards y Jagger: “Entonces si me conoces, ten cortesía, ten simpatía y algo de gusto; usa todos tus bien aprendidos modales, o dispondré de tu alma como desperdicio…” Pues eso, a cincuenta años, dos de octubre no se olvida…

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