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Balas taurinas

Alfonso Villalva P.

Balas taurinas

 

Alfonso Villalva P.

 

No me llevo bien con las celebraciones de fecha predeterminada y mucho menos con las que nacen del delirio consumista, los modelos extranjerizantes o la carencia argumentativa a la hora de expresar amor, respeto, pasión o agradecimiento. Me parece que todo es mejor cuando es diferente -a deshoras, con genuina espontaneidad-, practicar el agradecimiento a la madre, el homenaje a nuestros muertos, las exequias a nuestros santos laicos, o los arrumacos a la mujer que te hace palidecer y perder el apetito. Sin clichés, así, neto.

Quizá por ello, este fin de semana que pasó -y no otro-, decidí visitar tu particular circunstancia en mis archivos, recortes de periódico y demás materiales digitales ahora disponibles con un solo golpe al ordenador, todo, con la obsesión de siempre cuando se nos atraviesa un tema entre ceja y ceja.

Pasaron ya más de 22 años Luis Donaldo, y nada, como se anticipaba desde el principio, nada en claro. La lógica –ilógica- de la oscuridad de tu homicidio se volvió norma para estudiantes, periodistas, maestros de Guerrero, Michoacán, Tamaulipas, Chiapas, Veracruz, en fin, de toda nuestra Nación. Te volviste lastimeramente divisa, método, costumbre y referente de la ignominia. Yo estreché tu mano tres veces, cuatro a lo más. Cuando empujabas el programa de Solidaridad, cuando empezaste tu campaña, cuando estabas -sin saberlo-, por acabar. Como espectador yo te vi diferente -toda mi generación te vio así-, creciste, te destapaste. Liberaste tu fuego interno, probablemente por lo que siempre quisiste ser –así como todos nosotros-, lo que siempre buscaste para poner el corazón, al menos en la campaña, sobre tus manos, a disposición de todos quienes anhelábamos un cambio definitivo, sin corrupción, ni impunidad ni prebendas. Eso prometías Luis Donaldo, eso no hemos querido cumplir en estos 22 años. Diana Laura, tu mujer, falló también en sus palabras de tus funerales, tus ideas también las matamos.

No sabremos nunca si lo que prometía tu fogoso discurso era antesala de la aparición de un líder valiente, honesto y cabal con la legalidad. Pero tampoco sabremos lo contrario. No sabemos si hoy vemos con añoranza pusilánime, cobarde, tu figura que hemos inventado como la opción perdida que nos justifica para conformarnos. Yo no se si eras igual a los demás. No se si la gente te idealizó, como comúnmente se idealiza al difunto a quien se cuelgan virtudes inexistentes pero reconfortantes en la imaginación.

Fue todo muy jodido, Luis Donaldo. Tu televisada tragedia, tan bien orquestada, tan bien producida, lo único que acabó por ser, fue la antítesis de eso que declarabas en tu flamígero discurso de marzo de 1994. No hubo cambio, si te enteras. Solo sembramos la semilla de nuestra decadencia política. Cientos de miles de compatriotas han muerto violentamente con impunidad y desolación, igual que tú. Son miles los huérfanos que ha dejado el oligopolio del poder, los abusos y los excesos. Si tan solo pudieras hoy acercarte a la comunidad, te aseguro que vomitarías bilis negra de la desolación. Nunca se reformó el poder como todos hubiésemos querido. Si tú tan solo supieras…, los priistas se volvieron panistas, y perredistas, y morenistas, y verdistas, y todo. Al final esto se volvió una locura de arrebatos para operar una encomienda post moderna en perjuicio de los millones de ciudadanos que añoran llegar a la quincena que sigue, pagar una miserable casa financiada por el propio gobierno de manera selectiva, y tener lo suficiente para enterrar a sus muertos que caen a diario en calles, avenidas, establecimientos comerciales, restaurantes y hasta centros religiosos.

Pobre Luis Donaldo, ni siquiera pudiste conservar en tus entrañas el despojo de metralla percutida sobre la línea divisoria de lo que soñabas ser y lo que terminaste siendo. Vaya, ni siquiera la fantasiosa esperanza de que el milagro se materializara y rondara tu cadáver un Horatio Caine incorruptible, una Calleigh Duquesne cuya sagacidad para recopilar pruebas fuese directamente proporcional a su sensual figura, su candente mirada, y su infinito escote. Eso, para recuperar la ojiva que te canceló de este mundo y dar con la mente que ordenó a la mano jalar el gatillo sobre tu humanidad.

Ni siquiera eso, y si supieras cuántos como tú han tenido la misma suerte, cuantos aún peor que ni siquiera sus cuerpos hemos podido encontrar. Cuántos en Iguala, en Acteal, en Aguas Blancas, San Fernando, Tlatlaya, Coyuca, Torreón o Victoria... En realidad en todos los estados de ésta República que algún día imaginamos como opción a nuestra superación y vida en paz. No, Luis Donaldo, temo decirte que tu muerte artera televisada y mórbidamente narrada como telecomedia trivial, fue la inauguración que ahora nos tiene con más fosas clandestinas que funcionarios honestos, que oportunidades para todos. No sirvió para nada.

No. La prueba material de nuestro deterioro fue precisamente esa. Con anticipación chocarrera de lo que seríamos después, de lo que seguimos siendo. El México de las antiguas heridas y agravios, el México que ya no podía esperar y mira, siguió esperando. La escena del crimen tuyo  -del crimen nuestro- fue vapuleada, primero por la estampida de seres que huían de Lomas Taurinas aquella tarde de marzo, tan lejana para ti, para mí, para los millenials que nos leen. En segundo término, lo que quedó de la presunta escena del crimen fue manipulada por quien tuvo interés en sembrar una semilla de sangre que fuese lo suficientemente rentable por décadas y que por consecuencia también te hiciese trascender no por lo que fuiste, por los hijos que criaste, por la mujer que amaste, ni por el país que soñaste, sino por el lado más deleznable para un ser humano al ser recordado por sus deudos, por sus compatriotas: la dantesca escena de tus despojos mortales desguanzados, desvencijados, desangrentados. ¡Coño, hasta eso te quitaron a ti los muy descastados! Hasta de eso nos hemos privado nosotros de manera sistemática, acomodaticia, infame.

Y no es que hayas sido el primero de esta era de poco más de veinte años en la que fuimos poniendo, uno a uno, los tabiques del recubrimiento de nuestra siniestra realidad como sociedad civil. Así como en Juárez, en el Estado de México levantan y aniquilan mujeres a mansalva; acabamos de terminar el mes de septiembre con el récord de muertes violentas desde 2011, tenemos a tres gobernadores prófugos, no porque no haya otros que no hayan delinquido, sino porque fueron ineptos hasta para abusar.

Como verás, Luis Donaldo Colosio Murrieta, tu diagnóstico esa tarde del 6 de marzo fue impecable pero inútilmente vociferado a oídos sordos y ambiciosos. Era la hora de reformar el poder, de construir un nuevo equilibrio en la vida de la República, la hora del ciudadano…

México tiene hambre y sed de justicia..., y se quedó con ella. Lástima que no estés aquí para verlo, nos faltó un líder, el príncipe azul siempre resultó ser un impostor. Lástima que nuestro flagelo, 22 años después, pervive con unas balas taurinas percutidas por el gatillo de siempre, el cobarde, el oscuro, el que se regodea en la soez riqueza de la explotación, la complicidad, la impunidad y la exclusividad en el poder. La hora de las respuestas, querido Luis Donaldo, sigue sin llegar…

 Twitter: @avillalva_

Facebook: Alfonso Villalva P.

 

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