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Querida, dos puntos

Alfonso Villalva P.

Querida, dos puntos

 Alfonso Villalva P.

Mira querida, no interpretes equivocadamente lo que digo, pero como dijo Juan Luis Guerra, no me hagas sufrir... No es que yo tenga algo personal en tu contra, ni que, en particular, haya tomado alguna aversión malsana a tu peculiar extravagancia con la que transitas por aquí. Tampoco es que sea un tema de género, no te equivoques, pues los hombres cometen atrocidades equivalentes o aún peores y mucho más soeces.

Es, simplemente, que te has convertido en una plaga moderna que nos carcome la médula ósea en esta ciudad, y en muchas otras; que nos diluye progresivamente la paciencia y nos predispone, en cualquier día común, corriente, a la mentada de madre biliosa o, a veces, hasta las trompadas de camellón. Sí, a todos.

Y es que desde muy temprano te padezco, por donde vaya, digo, por donde todo dios circula. Donde me mueva –al sur, al poniente, al norte-, desde las 6:00 de la mañana hasta pasaditas las nueve –luego al medio día-. Y ahí vas, con una inconsciencia total, muy enfundada en la comodidad de tus pants –esa prenda deportiva que has convertido en algo de vestir-, o ya semi preparada para el zarpazo a la beldad incuestionable con tubos en la cabeza, o pinturas a la mano que recuperan tu color presentable en cada semáforo, entre primera y segunda, y un mensaje de texto por aquí, por allá.

No se quién diablos te enseñó a manejar –si te cobró, entérate, te defraudó-. Entiende, por favor. No puedes detener la marcha en el preciso punto que te apetece. Ni tampoco repartir bendiciones o arreglar uniformes en tercera fila. Comprende de una buena vez, las calles que te conducen a la escuela de los críos no son un gran estacionamiento, porque alguien viene atrás -a quien poco importa que saludes a la Cuquis, preguntes por la Chapis, o decidas allí mismo, discutir con la maestra el desempeño de Juanito-. Eres insufrible.

Y claro, tu obstrucción exasperante se agrega a los que se meten en la fila, porque sus hijos no pueden bajarse del auto en sitio distinto a la puerta de la escuela. No te das cuenta de que la ciudad espera con impaciencia las vacaciones escolares para olvidarse de ti, querida, por algún tiempo. ¿Y el ejemplo? Tus hijos crecen abrevando del egoísmo y la fodonguería, de la llegada exacta un segundo antes de la hora de entrada y de tu irresponsabilidad al ignorar tu impericia, e insistir en tomar ese volante día a día con riesgo de todos los demás que, sin culpa, también se juegan la vida y consumen miserablemente su vida deteniendo su camino hasta que tú decidas.

Yo, querida, quiero recomendarte que los saluditos a las amigas del colegio y los costos que implica maniobrar ese auto infernal, los apliques en otras instancias, y por qué no, vaya, te recluyas en un Starbucks para café y tal, y reflexiones en la civilidad, y el respeto y el espacio del prójimo, o de plano, lo que gastas en gasolina lo pagas en transporte escolar, así nadie se arriesga, apoyas la ecología y dedicas tus talentos a cualquier otra cosa que no sea bloquearnos muy de mañana, con pelo revuelto, lagañas añejas y unos niños en crisis descomunal, o sea.

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