@@CLIMA@@

El buen vivir

Alfonso Villalva P.

El buen vivir

 

Alfonso Villalva P.

 

Mientras el orador invitado contemplaba con semblante de grima la grotesca banalidad de sus anfitriones que utilizaban con codicia e ineptitud el evento en Chiapas como un concierto de rock, con asientos VIP y toda la cosa, flotaba en el ambiente la presencia de un grupo de personas que se distinguían por su atuendo, su tierna edad, su lengua Tzotzil y su orgullo de pertenencia. Poco importó en la diatriba interminable de los narradores del evento que por televisión, radio o internet, pasaban el mismo mensaje superfluo y desinformado, común a las crónicas de estos eventos. Era el Coro de Acteal, y pasaría desapercibido en todo su significado.

 

Pero seamos prácticos. Esto es como los Oscares, querido lector. No hubiésemos esperado más. Como siempre, todos somos expertos de todo y lo que sí aprendemos muy bien es a seguir línea. La apología de lo que es bonito y machacan con mucha cara dura. La negación de la funesta verdad. Tiran datos duros –como a ellos les gusta llamarles- a diestra y siniestra, hacen afirmaciones universales e incontrovertibles. Describen la verdad, esa que ni tu ni yo podremos alcanzar a comprender jamás, y mucho menos desafiar. Ellos, con corbatas o camisas de colores apropiados a la estación del año y al evento. Ellas, recortando la longitud de las enaguas hasta el punto apropiado que cautive a la audiencia esperada. Todos con cara circunspecta, seño fruncido, voz meliflua, sonrisa nacarada entre corte y corte comercial, y un script redactado y sancionado en escritorios de oficinas muy lejanas al lugar de los hechos, a las montañas del sur.

 

¡Esa es tu verdad, apréndelo! Lo dicen ellos, los expertos. Aquí no hay muertos ni miseria. Ni tragedia, ni traición. La corrupción y el abuso de poder ni existen ni son causa eficiente de la muerte violenta de tu madre o tu hija. Muy expertos, muy expertos, pero nadie decía, esta boca es mía ante la presencia de los niños de Acteal que portan con ellos siempre un mensaje sobrecogedor que se originó hace casi veinte años con la matanza aún impune de sus madres, hermanas y hermanos. El Coro de Acteal se trivializaba escondido en un folclor solamente existente para los narradores.

 

Y así, poco a poco, nos llevan a conformarnos con una realidad paralela que nos aleja del conocimiento, el análisis y, muy especialmente, la opinión propia. Esa que atenta con dejarnos satisfechos con lo superficial, las especulaciones, las omisiones deliberadas y los mensajes amañados por la agenda de quien siempre obtiene rentabilidad de nuestro adormecimiento de conciencia.

 

Así las cosas, colega, pues se convierte en realidad que danzas, cantos y atuendos son una mágica representación de nuestra riqueza cultural que “radica en el color y la alegría” (verbatim, escuchado en la radio, aunque no lo creas). Y si, todo se vuelve como la entrega de los Oscares. El morbo por el escándalo, la pasarela inefable de la alfombra roja. La discusión de los zapatos de las “primeras-damas”. Los besamanos de los líderes indiscutibles, la foto fija, el selfie para ganar popularidad en las redes.

 

Todo eso estaría muy bien si no fuera por la nimiedad del hecho de que en tu cabeza le dedicas más tiempo, interés, memoria, precisamente a esos “datos duros”, volteando la cara de plano a lo que para ti, o para tu vecino, es verdaderamente importante para vivir en paz y mejor, como descripción de tu condición de vida emocional, social, económica y familiar.

 

Quizá lo uses deliberadamente como bálsamo para olvidar la realidad que por otros medios, quizá mas crudos y directos, apela a tu atención con imágenes de asaltos, asesinatos, excesos palaciegos, injusticias, pobreza, epidemias, desnutrición, exterminio. Liberarte del cansancio de las notas y los reportes que te recuerdan hasta el hastío que no eres uno de la tribu que con carmín y maquillaje compacto sonríen con toda cordialidad en directo durante jornadas interminables. Convencerte de que la tragedia nacional no es más que un absurdo documental nominado al Oscar.

 

Es muy probable que la mezcla de hipocresía y frivolidad sean esa formula perniciosa e implosiva que nos tiene flotando en la indiferencia, la descalificación por nimiedades, el dogma a las estupideces, la critica sin sustento. Hacia ese inexplicable y exasperante punto en el que obviamos en la escena el grito desesperado, como el del Coro de Acteal, con su inagotable mensaje de paz, de clamor de justicia por su masacre impune de hace 20 años, que representa tantas más cuyo número de masacrados quiere ser esa realidad paralela a la que no puedes acostumbrarte: Acteal 45, Aguas Blancas 17, La Marquesa 24, Torreón 17, Hermosillo 49, Cadereyta 49, Tlatlaya 22, Topo Chico 49, Tamaulipas 72, Ayotzinapa 47, Juárez, ni qué decir… Ningún estado en México se salva. Decenas de tragedias, miles de muertes violentas justificadas oficialmente por racismo, narcotráfico, vandalismo, migración, o delincuencia común. Miles de familias destrozadas, de niños huérfanos, de vidas cegadas, futuros cancelados.

 

Sonrisa nacarada, escotes denigrantes, estribillos desquiciantes, ignorando al Coro de Acteal. Esa será nuestra realidad hasta el día en que tu y yo decidamos voltear a ver a esos niños, a las victimas de la impunidad, el abuso, la prepotencia y la ignorancia. Hasta el día que resuelvas escuchar al Coro de Acteal y negar que los muertos sigan convertidos solamente en un número. El día que en la acción recobres la fuerza de humanidad para que así, como en Tzotzil dicen en Las Abejas, en Acteal, Chenalhó, tener todos un buen vivir (Lekil Kuxlejal).

 

Twitter: @avillalva_

 

 

[email protected]

Fotos más vistas en 15 días