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Vencidos

Alfonso Villalva P.

Vencidos

 

Alfonso Villalva P.

 

Superó la neumonía el gran Miguel León-Portilla, y así lo decía la cabeza de una nota en un periódico que circula en la flamante Ciudad de México #CDMX. A los casi noventa años de edad, el autor de Visión de los Vencidos, el Investigador Emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México, con todo su bagaje intelectual y su caudal de conocimientos, su prestigio como pensador y su sensibilidad, no logró volverse viral en la internet.

 

Como ya se nos hizo costumbre, no logró una buena noticia de un país latinoamericano algo más que un puñado de menciones por aquí y por allá. Tal parece que el intelecto y la cultura han sido definitivamente abatidos por el show, el morbo, la frivolidad y las historias de los arrebatos del corazón de quienes se jactan de ser famosos –como si esa fuese una cualidad humana que distingue a unos seres de otros-.

 

Será casual el paralelismo que se pudiera adivinar -digo, ya con ganas de especular y darle uso a muchas horas por delante de una taza de café-, entre el desdén por los intelectuales de verdad que ya jamás son nota, merced a una avalancha de información relacionada con la audacia de unos para engañar, otros para esquilmar, otros para colocarse y la mayoría de ellos para utilizar a la sociedad como una audiencia anodina que solo aplaude o abuchea desde una tribuna imaginaria e impotente.

 

¿Entre ese abandono por la intelectualidad y nuestras gargantas llenas de protestas efímeras, frívolas y superficiales, frente al mensaje brutal que el historiador propuso en esa obra esencial? Voltear a ver precisamente a los vencidos, aquellos que no se cuelgan alhajas, ni divisas de oro, ni andan en camionetas, a los que no dan discursos, y en nuestros tiempos escriben los guiones cinematográficos o de las series de televisión. Parece que por ya no escuchar a nuestros intelectuales, a nuestros filósofos e investigadores, a nuestros sociólogos y científicos, nos vamos quedando adheridos a unas apariencias generadas por quienes se benefician de ellas, en una realidad que de dar, lo poco que da es insatisfacción generalizada.

 

La buena nota de la recuperación de León-Portilla como recordatorio de los vencidos de acá, sí, ellos, los desheredados, los que generación tras generación mantienen su condición en la ignominia sin haber tenido al menos el derecho de pelear. De esas personas de quienes normalmente hablan nuestros intelectuales, y ponen el dedo en la llaga y dicen las verdades más vergonzantes que hacen desvanecer nuestras apariencias, las propias y a las que nos adherimos.

 

No es la salud de un historiador en particular lo que destaca, sino lo que pone en evidencia: una sociedad afanada, abotagada, cargada de rencores y epítetos, que olvida en la refriega a quienes unilateralmente han sido designados perdedores. Esos vencidos que, en tanto siguen vencidos, hacen evidente nuestro fracaso como sociedad; nuestro fracaso en las batallas que ganamos, aún pírricas.

 

Por alguna razón difícil de explicar, la Visión de los Vencidos siempre me ha evocado a Andrés Henestrosa y viceversa. Siempre me ha confrontado con esa verdad desquiciante a la que nos hemos acostumbrado en estos pueblos latinos en los que pareciera haber estirpes enteras destinadas a conformar las filas de los vencidos.

 

Hace un par de días escuchaba a Guadalupe Juárez entrevistar a Humberto Padgett. Me llamó la atención que su conversación relacionada al tema de las drogas se desmarcaba del lugar común, del cliché político y abordaba otro ángulo, acaso más objetivo, con una visión diferente de lo que nos toca vivir por estos años y en estas latitudes. Humberto y Guadalupe hablaban en términos económicos de lo que ha resultado ser la complementariedad entre Guerrero, estado productor de droga y el mercado en territorio de los Estados Unidos, donde fundamentalmente se consume lo que Guerrero produce. Un elemento para su teoría de la complementariedad es precisamente la asimetría en las condiciones socioeconómicas de productor y consumidor.

 

Paradójicamente, quien cultiva en Guerrero no es más que un campesino pobre, sin esperanza, ayuda médica, ni acceso a educación. Por el otro lado, quien consume el producto del trabajo del campesino guerrerense, tiene ingreso holgado, pues los precios que paga son elevados. Complementariedad…, Humberto echando sal a la herida, a la profunda, a la que nos tiene postrados. Los dos extremos de una relación comercial que se complementa para funcionamiento de un mercado ¡así dicen, hombre! De drogas, de alimentos o de ropa, elige tú. En Guerrero, Oaxaca…, pero en Filipinas, Bolivia, Brasil, en fin, siempre dos extremos elegantemente enmascarados en complementariedad, siempre.

 

Ocupados en los astros de la tele que apañan rating y entrevistas pagadas, los funcionarios que buscan la siguiente elección, la oposición que arrebata cualquier bandera, los legisladores que ni se enteran, los activistas que corean en un sentido u otro según el escandalo del día, todos estamos, al unísono, a cualquier lado de cualquier frontera, acaso ya inmunes al dolor de los pies descalzos y llagados, las barrigas inflamadas por la disentería, las manos ásperas y morenas; ya insensibles a las adicciones a los licores no destilados –ni siquiera a la droga que cultivan-, como único aliciente que los vencidos tienen, porque además de vencidos, han sido arteramente olvidados.

 

Twitter: @avillalva_

 

 

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