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“Padre y Madre un gran equipo para educar a los HIJOS!!!

German de la Cruz Carrizales

Las causas profundas de la crisis de autoridad y la tensión masculino – femenina no solo se plantean en medio de las relaciones entre esposo y esposa sino, también, frente a la educación de los hijos. Las actitudes del padre y de la madre frente a ellos son bastante diferentes, dando lugar a opiniones contrapuestas en muchas situaciones. Por ejemplo, ante el caso de los permisos. Si un niño de 12 años ha entrado a un grupo scout y es invitado a un campamento que durará dos noches fuera de casa, la mama se espanta: teme que se enferme, que le pueda “pasar algo”. Su tendencia es cuidar de la “persona” de su hijo, a proteger su “vida”. El papá, en cambio, encuentra natural que salga, para que se “independice” y se “haga” hombre”. En general, él se preocupa más de que el niño “haga cosas”, para que se vuelva útil y responsable. Son dos perspectivas importantes, que deben complementarse. De otro modo, los padres no lograrán ejercer debidamente su “autoridad educadora”, y los perjudicados serán los hijos.

(Escuche esta reflexión que le tocará seguramente las fibras más sensibles, haga clic en la dirección de abajo por favor).

 

            http://www.youtube.com/watch?v=joHthQ0423Q

 

La crisis generalizada de autoridad que hoy vive el mundo, esta íntimamente ligada a este problema de complementación entre el modo de ejercer la autoridad por el hombre y  la mujer. Así como Dios quiere que se complementen al interior de la familia, también desea que lo hagan en la vida social. Sin embargo, ello no ha ocurrido. Ya hemos visto anteriormente (en el hombre y la mujer: iguales en dignidad, distintos en modalidad) publicada anteriormente, como nuestra cultura moderna es unilateralmente masculina. Se ha centrado casi exclusivamente en los valores que interesan al hombre: las cosas, el trabajo y la eficiencia. Ello ha reforzado esa imagen de la autoridad vista como “poder de mando”. Pues la “orden” es lo mas rápido y eficaz cuando se trata de “hacer cosas”. Pero no es el mejor medio para ayudar a madurar la libertad y la “vida” de las “personas”. La autoridad “opresora” es justamente la que subordina a las personas a fines utilitarios: a las “cosas” que se quiere “tener”, “hacer”, “producir”, “organizar”. Este problema debe comenzar a resolverse en el seno de las familias.

En las leyes de la vida, el padre y la madre cristianos –debidamente complementados- deberían intentar rescatar, al interior de su propio hogar, la verdadera imagen de la autoridad: la que nos enseño Jesús y la que el mundo de hoy urgentemente necesita redescubrir. Pero ejercer la autoridad con un poder de amor que ayude a crecer la vida, supone capacidad de adaptación a las leyes que rigen dicho crecimiento. La primera de ellas es la “Ley de la lentitud”. Para la madre resulta algo evidente. Desde que comenzó a germinar la vida del hijo en su seno, ella aprendió a sincronizar con su ritmo y a ejercitarse en la paciencia. Desde entonces sabe  que de la semilla al fruto hay un tiempo largo, y es capaz de esperar que éste “crezca”. El padre no ha vivido esa experiencia. A él, el hijo le llega desde afuera, ya listo. Además, él vive sumergido en el mundo de las cosas, que gira cada vez más rápido. Por eso le cuesta entender que no haya técnicas para acelerar la velocidad de la vida. Se impacienta porque el niño no entiende o no hace de inmediato las cosas. Desearía a veces que funcionara como esas maquinas a las que basta apretar un botón, o a las que se programa y se les cambia las piezas malas en un par de minutos. Su esposa debe enseñarle que para educar se necesita paciencia.

La segunda ley nos dice que “la vida crece desde adentro hacia afuera”.  Es decir, que, antes de exigir que el hijo haga algo, hay que preocuparse de que le brote de adentro: que entienda lo que se le pide y que ojala que decida por sí mismo a hacerlo. De otro modo no se le está “educando”: pues no ayudamos a que madure y crezca su libertad. Tal vez se porta bien. Pero si no ha aprendido a hacerlo por convencimiento personal, actuará de otro modo apenas quede solo o cambie de ambiente. Educar no es “amaestrar”, enseñar comportamientos externos: es ayudar a asimilar valores e ideales que generen convicciones y actitudes interiores. De allí deben brotar los actos externos. En general, la madre tiene también más sentido para esto: pues es más sensible al desarrollo interior del hijo. Pero ella y el padre pueden equivocarse respecto a los valores que para cada uno de ellos son mas evidentes: dado por supuesto que el niño los ha captado cuando, de hecho, no esta haciendo mas que “copiar” actitudes que les son ajenas.

La última ley nos dice que la vida crece como una “totalidad orgánica”. Ello significa que en la semilla ya esta contenido “todo” el árbol y que, si bien no todas sus partes se desarrollan con la misma fuerza a un mismo tiempo, debe cuidarse de que no se atrofie ninguno de sus elementos fundamentales: si se agusana el tronco, o las raíces, o las hojas, no se producirán ni las flores ni los frutos esperados. Esto quiere decir que el desarrollo físico, afectivo, moral, religioso e intelectual del niño –salvo las acentuaciones propias de cada edad- debe ir cultivándose siempre como un conjunto. Aquí la complementación de ambas partes es clave. Pues por su sexo y su modo de ser personal cada uno esta en condiciones de darse cuenta mejor que el otro cuándo determinados aspectos o valores de importancia están quedando postergados.

Los aportes propios de la madre y el padre, son de suma importancia ya que la madre ayuda a crecer, en primer lugar, a través de su amor acogedor. Dándole tiempo al hijo, sabiendo escuchar sus alegrías y sus penas, ella lo apoya con su ternura, lo estimula con su cariño, y tiene múltiples oportunidades para aconsejarlo. También  esta siempre atenta a protegerlo ante cualquier peligro. En la enfermedad es capaz de cuidarlo con singular abnegación. Y con su perdón más fácil, logra reconquistarlo y volver a levantarlo después de sus caídas. El hijo sabe que su corazón es un hogar con las puertas siempre abiertas. Pero este amor maternal tiene también sus lados débiles, que pueden obstaculizar el sano crecimiento del hijo: tiende a ser demasiado blanda y sentimental; a volverse sobre protectora; a dar a veces demasiada importancia a ciertos detalles, dejando en la penumbra valores más importantes.

El padre, en cambio, entrega su corazón como fuente de un amor fuerte, que ofrece seguridad. Habla menos. Pero su sola presencia cercana ya puede ser un apoyo importante para los hijos. Su amor también es capaz de plantear exigencias y de urgir a la acción, sin lo cual la vida no crece. Así estimula la libertad y la ayuda a encauzarse: impulsando al hijo a salir del hogar y a enfrentar sin miedo los riesgos a lo desconocido y a la vida. También protege la libertad cuando ve que la madre tiende a ahogarla con tanto cuidado y detalle. Su punto débil es la dificultad para el dialogo. La tendencia a dar ordenes antes de consejos, y a exigir, antes de haberse ganado el corazón del hijo, acogiéndolo. La impaciencia, que lo impulsa demasiado luego al castigo. La falta de sensibilidad frente a algunas cosas pequeñas pero importantes.

La importancia y los caminos de esta complementación, bajo el influjo del amor educador del padre y de la madre, debidamente complementados, se asegura, en primer lugar, el equilibrio psicológico de los hijos. Estos necesitan de la ayuda de ambos para crecer seguros, sin complejos ni timideses, y para poder desarrollar plenamente su capacidad de amor personal. Además, la buena relación con los dos facilita la adecuada definición sexual de los hijos, que necesitan de modelos de masculinidad y feminidad con los cuales identificarse. Con esto,  los padres realizan, al mismo tiempo, una tarea de gran tendencia social: le procuran al hijo la experiencia de una autoridad bondadosa y liberadora, capacitándolo para construir un mundo donde la libertad y la autoridad no se vivan como contrapuestas. Religiosamente, ello le facilita comprender que Dios es, a la vez Padre fuerte y padre de amor personal.

Camino para todo esto – además del dialogo, mediante el cual padre y madre se ayudan para constituir una sola autoridad educadora-  es fundamental el contacto y dialogo directo de ambos con cada hijo, de modo que puedan transmitirles la riqueza complementaria de sus personalidades. Es fundamental darse tiempo para ellos, oírlos, jugar y salir a pasear con ellos. El influjo educador supone todo un ambiente de cariño dentro del cual se ejerce. Todo esto requiere esfuerzo. Pero para ello están las gracias que Cristo les ofreció a través del sacramento del matrimonio, además, sabiéndose “colaboradores de Dios” en la tarea de ayudar a crecer a sus hijos, deben pedirle permanentemente al Padre, a Cristo Buen Pastor y a María, la gracia de saber reflejar su amor.

Disfrute este tema y meditemos cual es le verdadero sentido de ser padres. (El tiempo pasa pero mi amor, amor, permanece, haga clic aquí abajo).

 

http://www.youtube.com/watch?v=AJHJ3l2a7ZM

 

Si aun no lee el artículo “Ingredientes para una relación perfecta”, se la recomiendo en la dirección de abajo:

 

http://blogsiglo.com/archivo/212.ingredientes-para-una-relacion-perfecta.html 

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“QUIEN NO VIVE PARA SERVIR, NO SIRVE PARA VIVIR”

German de la Cruz Carrizales

  Torreón, Coahuila. México

                 MMIX

    

 

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