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La insoportable sobriedad del ser

Eduardo Sepúlveda
Eduardo Sepúlveda

"Salí aquel día de mi lugar trabajo confundido, contrariado, desgastado y mal vestido. Como si hubiera pasado un huracán sobre mí. Eran apenas las 2 de la tarde de un miércoles cualquiera. Media semana, media jornada.

El pasillo de salida se hacía eterno. Había una luz seductora al final, cada vez más intensa. Cegadora. Tintineante. Llegué a mi auto, saqué las llaves, abrí la puerta y me tiré en el asiento, sin fuerzas para más.

Me tallé los ojos queriendo quitar telarañas que ahora invadían mi cabeza, ¿cómo es que había llegado a ese punto de la desesperación? Me daba vergüenza darme cuenta que cualquier hombre de mi edad sabría qué hacer en una situación como aquella. Yo no me atrevía siquiera a prender el carro. Inevitable. Lo puse en marcha y traté de huir del lugar del crimen lo más rápido.

Busqué una vía ágil. Puse música del Diablo, alejé el teléfono, bebí un sorbo de la amarga bebida que siempre me acompaña. Quedé tan solo con mis pensamientos.

“Usted es como una lluvia de ideas”, paseaba por mi cabeza. “Usted nos odia”, se asomaba de vez en vez. “Usted necesita a Dios”, lapidario.

¿Qué había hecho para llegar a este punto de mi vida en el que ya debería tenerla resuelta? Hubiera querido ser albañil, sin más preocupaciones que la de preparar mezcla y seguir instrucciones. Un toque de mota, una cerveza, descansar domingo y lunes. Una vianda con arroz y frijoles, tortillas de maíz; un menú infalible y más sano del que hoy me tenía enfermo.

Pero intenté seguir mis sueños y al menos de eso no me arrepiento; si hay una decisión que a la fecha me hace sentir seguro es haber elegido mi carrera. En esa carrera diaria, a veces me siento solo. Siento que la meta se aleja y me dan ganas de abandonar; cambiar de dirección.

Basta que cierre el día en el bar de siempre. Escuchando las mismas canciones, atendido por el mismo mesero para que siempre me diga lo mismo: “¿Lo de siempre?”. Y mi respuesta no tiene por qué ir a otro lado: “Sí, lo de siempre”. Mañana será un día nuevo.

Dejé la vieja oficina llena de gente vieja. A veces, los fantasmas amenazan con volver. Luego los veo a ellos, mis nuevas víctimas. Creen que vine a enseñarles y no saben que soy yo el que siempre aprende. Me alegra que aún no encuentren la ecuación perfecta; de otra manera, no tendría sentido mi presencia… Y qué sería de mí sin esta amena rutina".

NOTA AL PIE. Este texto fue encontrado en manuscrito dentro de las instalaciones de pretigiosa institución educativa, maltratado por el tiempo. Se cree que fue escrito durante las primeras décadas del Siglo XXI, antes y en medio de la pandemia que azotó a la Humanidad. 

Revelaciones del Evangelio según el Dihablo. 

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