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México en la crisis

Carlos Castañon

Pareciera broma, pero a los tiempos de crisis, les suele preceder tiempos de bonanza y crecimiento, en ocasiones espectacular como el que tuvo Estados Unidos durante más de una década. Los economistas lo describen como los ciclos de la economía, donde a un buen tiempo le sucede un periodo de recesión a veces, otras de crisis. Y así lo estamos viviendo después de la tan mencionada recesión norteamericana y la enorme crisis hipotecaria que arrastró por estos días a las economías del mundo. No sólo cayeron las bolsas de países como Brasil, Argentina y México, sino también economías fuertes como Inglaterra, Francia, Alemania, China y Japón. De esa dimensión es la crisis que ronda. Tan sólo ayer, las acciones de una empresa mundial como General Motors, también avecinada en Coahuila, se desplomaron considerablemente hasta llegar a los más bajos niveles desde 1951.


Esto puede parecer alejado, como les parece a primera vista a muchos de mis alumnos,  pero no lo es. Hoy más que nunca, la economía mundial está conectada en tantos ámbitos, que lo que sucede en el otro lado del mundo, también repercute en este.
En un lapso de dos semanas, se desbordó un problema que venía de años atrás en los EU y que se concentra en el asunto de las hipotecas, donde muchos norteamericanos gastaron lo que no tenían, ni tampoco podían pagar. El anuncio comenzó con el rescate de dos de las principales empresas que concentran más del 50% de las hipotecas norteamericanas: Fannie Mae y Freddie Mac. Después se vino la quiebra de Lehman Brothers, la cuarta firma bancaria y de inversión más importante en EU; luego la Reserva Federal salió al rescate de la aseguradora AIG con 85 mil millones de dólares. Finalmente el Congreso, tras un debate donde algunos republicanos calificaron el rescate como “socialismo”, decidió optar por el mal menor. Pagar la deuda privada con dinero público y crear un fondo de rescate con 700 mil millones de dólares para el caso.


Si en Estados Unidos, una situación como esta, genera pánico y temor, lo mismo a grandes inversionistas que a ciudadanos comunes y corrientes, en México también se ha dejado sentir el temor, sobre todo, por los recuerdos catastróficos que sexenio tras sexenio solían prodigar los gobiernos priístas a partir del inolvidable Luis Echeverría.
Por fortuna, las circunstancias nacionales han cambiado más para bien, aún con todas las críticas que se hacen a los gobiernos de la alternancia.  Acá no tendremos otro Fobrapoa, como lo afirmó recientemente el presidente Felipe Calderón. El México actual está lejos del México de 1995: hay buenas reservas, las finanzas públicas están sanas, la deuda externa está al corriente. No obstante, esta crisis no nos pegará como en el pasado, pero no por ello dejará de ser un duro golpe para la economía del país. No es la “gripe” que nos diagnosticaba hace meses el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, sino una “gripe un poco más severa” para el país. A pesar del “poco más”, otro secretario, pero de Comunicaciones y Transporte, Luis Téllez, hizo una declaración inusual. Reconoció como “monumental” la crisis.


A todo esto, el gobierno federal en voz del presidente Calderón anunció un plan emergente para hacerle frente a la crisis.  En concreto, el ejecutivo propuso al Congreso el Programa para Impulsar el Crecimiento y el Empleo, el cual consta de cinco medidas:
1) Busca ampliar el gasto público, particularmente en materia de infraestructura para poder estimular el crecimiento; 2) Se pretende cambiar las reglas en el ejercicio de ese gasto en infraestructura por parte del sector público, para poder agilizar su ejercicio; 3) Iniciar la construcción de una nueva refinería en el país; 4) El lanzamiento de un programa extraordinario de apoyo a las pequeñas y medianas empresas en México; y 5) Un nuevo programa de desregulación y desgravación arancelaria para hacer más competitivo el aparato productivo nacional.
Con este programa, el gobierno federal pretende adaptar las finanzas públicas a la nueva realidad económica, para mitigar los efectos negativos de la crisis financiera y la consecuente desaceleración económica global. Fundamentalmente, se busca estimular el crecimiento económico y el empleo, apostándole a la fortaleza de las finanzas públicas mexicanas. De esta forma, el Programa no es un rescate financiero, sino que está enfocado al fortalecimiento de los motores internos que impulsan el crecimiento de la economía.


Estas medidas hacen recordar las alternativas propuestas por el famoso economista inglés, John Maynard Keynes, en el entorno de la crisis mundial de 1929, cuando alentó la intervención del Estado en tiempos de crisis, a través de la inversión pública y justamente ahora se anuncian inversiones en carreteras, agricultura, energía, educación, y pequeñas y medianas empresas.
Lo que resulta sintomático, es la costumbre mexicana de apagar el fuego en lo inmediato. Que bueno que el gobierno federal asume el liderazgo cuando se necesita, pero entonces, eso supone que tenemos que esperar a una crisis, para entonces sí, hacer los cambios. Quizá esta crisis, pueda tomarse como una oportunidad para hacer las reformas que se tienen que hacer, en miras de activar el débil motor interno de nuestra economía, pero también, el momento exige preparar mejor al país para afrontar con más elementos sus demandas internas. 

 

 

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