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Pocas nueces

Carlos Castañon


Hace varios que se rompió la hegemonía del partido oficial. El 2000 fue un año esperanzador para muchos mexicanos que votaron por el cambio. Se esperaba, se exigía mucho de la elección. Las expectativas fueron altas, y quizá por ello vino después una profunda decepción. Hace diez años, muchos votamos para sacar a las “víboras y tepocatas”, pero éstas nunca desaparecieron, ni tampoco se crearon las bases para terminar con los resabios del autoritarismo.

Esquema obsoleto


Luego entonces, a fuerza de realidad, fuimos conociendo la acepción mexicana de “alternancia”, que no aparece en los estudios de ciencia política de Robert Dahl, Gabriel Almond, Samuel Huntington. Acaso la excepción sería la del politólogo español Juan Linz.
En México asistimos a la alternancia, sin mudar del todo a un régimen sólidamente democrático. Las viejas estructuras del edificio autoritario quedaron tan vigentes como en el pasado. De esa manera la percepción de la corrupción fue forjada eficientemente por el PAN en estos años, a tal grado que en muchos de los estudios de opinión, el PAN desbancó al PRI como el partido el partido más corrupto.  


Así, la alternancia en el poder significó un cambio de personas y partido, pero esto no condujo necesariamente a una puntual rendición de cuentas, a una justicia generalizada. Por el contrario, la impunidad sigue siendo el sello de la vida pública. Recuerdo bien como el ex presidente Fox ofreció “peces gordos” y encargó esa función al Secretario de la Contraloría, hoy Función Pública.  Francisco Barrio Terrazas, un hombre de buena fama pública, pero de escasos resultados, porque al final, los “peces gordos” nunca llegaron.


A la vuelta de diez años, en estos simbólicos que coinciden con el Bicentenario, la antigua Contraloría pasó de la innovación a la irrelevancia. La Contraloría fue creada en los tiempos de la “renovación moral” y estuvo a cargo de Samuel del Villar. Con el tiempo, el órgano encargado de combatir la corrupción, terminó siendo el encubridor de la misma. No extraña por lo tanto, una fallida pretensión presidencial por desaparecer dicha secretaría.


Desde hace tiempo que el viejo esquema de contrapeso en el poder es obsoleto.  La Contraloría evidenció su incapacidad para combatir la corrupción, desde el momento mismo en que terminó siendo una entidad dependiente y parcial al servicio del ejecutivo en turno. Bajo esa relación, la Contraloría se volvió disfuncional para el control y vigilancia, porque al fin terminó vigilándose a sí misma como quien es juez y parte.


En este sentido, mucho ruido se ha hecho en el Ayuntamiento de Torreón sobre las pretendidas irregularidades de la pasada administración. El impugnado Contralor Municipal, Lauro Villarreal, ha señalado malos manejos e irregularidades en el municipio, especialmente  en el SIMAS.  Desde los megatanques hasta los seguros de funcionarios, se anuncian anomalías por varios cientos de millones de pesos. Y mientras tanto en los medios se dice que si Simas, que si los seguros, que si los microcréditos, pero al final los señalamientos del Contralor Villareal, sólo corren el riesgo de convertirse en exposiciones mediáticas para cumplir con el escándalo, e incluso en un medio de chantaje contra el adversario político. Esta historia ya la conocemos, y desde hace años que se anuncian las auditorías en SIMAS sin que por ello la Contraloría procure responsabilidades.
Bien dicen en política que la forma es fondo.

Por eso,  más allá del espectáculo, tratando de olvidar el sainete de la semana en la Cámara de Diputados ¿Qué ha resultado en beneficio de los torreonenses el espectáculo entre Lauro Villareal y el décimo regidor panista, o éste último y el tesorero Pablo Chávez sobre el escándalo de los recibos? Me temo que nada, porque el espectáculo no genera gobierno ni responsabilidad. Finalmente, después del escándalo, no conocemos responsabilidades ni responsables. La labor que ahora lleva el vigilante del Ayuntamiento de Torreón, puede convertirse con facilidad en una “llamarada de petate”, en un fuego fatuo que sólo venga a constatar el triste y decepcionante desempeño de los gobiernos a la hora de combatir la corrupción.   

 
Mal haría el Contralor Villareal en repetir el papel del otrora “hombre de hierro” durante el frívolo sexenio foxista, donde los “peces gordos” fueron charalitos. No vaya resultar que el pescador resulta pescado por su ineptitud. Ojalá que no sea así y pronto conozcamos lo que tanto se anuncia en los medios para beneficio de la confianza y credibilidad del gobierno de Eduardo Olmos.
Si el Contralor se queda en lo mediático, habrá aportado mucho a la percepción de fraude que genera la democracia. No está de más recordar una reciente encuesta donde sabemos que siete de cada 10 mexicanos se sienten insatisfechos con la manera en que la democracia funciona (El Universal, 9-III-2010).

Quizá como el refrán, hay mucho ruido y pocas nueces. A estas alturas, lo menos que podemos esperar es seriedad.

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