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Charrismo mexicano

Carlos Castañon

 

¿Costumbre mexicana?

Las noticias que se han ventilado sobre el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) y su infaltable líder esta semana, no son novedad. Más aún forman parte de un largo y certero diagnóstico sobre los problemas nacionales. Dicho de otra manera, el problema de los sindicatos es tan sólo uno de los capítulos que aquejan la vida nacional, pero también, es un asunto que expone a todas luces el subdesarrollo del país. Pero aclaro de una vez mi postura antes de entrar en materia. No estoy en contra de los sindicatos ni mucho menos de su existencia y su razón de ser. Más bien considero que son derecho ganado con mucho esfuerzo por las sociedades que nos antecedieron. En ocasiones ese derecho llevó trágicamente un desenlace violento que les costó la vida a muchos trabajadores. Sin embargo, como ha sucedido con otros logros en el país, los sindicatos se distorsionaron, perdieron el rumbo y ahora, en vez de ser una defensa de los agremiados, son la palanca para riquezas personales, liderazgos perversos, chantajes nacionales. En realidad esta situación que marca lo mismo al sindicato de la educación, el petrolero, el minero y nuevamente el electricista, es producto de un marco institucional que alienta, cobija, tolera, reproduce y hasta respalda legalmente.


En buena medida, los excesos que conocemos son parte de ese arreglo institucional que impera en el país. Se trata de un esquema presente tan vivo como en el pasado.  Algunos ejemplos como las partidas millonarias que transfiere el gobierno, eso sí, con cargo a los contribuyentes, para las privilegiadas dirigencias sindicales. Una vez ahí, no importa cuál es su destino, ni tampoco conocer en qué se gasta. Mucho menos pensar en rendir cuentas.  Y justamente ese el significado de “autonomía” para los sindicatos gubernamentales.
Si hoy vemos una y otra vez los abusos como en los viejos tiempos del monopolio partidista, es porque las antiguas estructuras nunca se desmontaron. Son los resabios del autoritarismo. Esto significa que seguimos jugando con las mismas reglas del juego, luego entonces, los resultados no tendrían que ser de otra manera sino los mismos.  Los desastres que ya conocemos: empresa pobre, sindicato rico.


En medio de la crisis económica, el presidente Felipe Calderón bien pude impulsar la revisión de este añejo problema, sobre todo ante la urgencia y el carácter inaplazable con el asunto del SME. Una posible hipótesis sugiere, tras negarle la “toma de nota” al líder de los electricistas de Luz y Fuerza, Martín Esparza,  que ahora sí se hará algo de fondo con el problema que se viene arrastrando desde hace varios sexenios. A principio de su gobierno, Calderón no recurrió al “golpe de timón” para deponer a líderes sindicales corruptos. Le apostó al gradualismo, incluso a negativa la alianza con la maestra Elba Esther.  Ahora que las cosas se han vuelto más complicadas, se abre una valiosa oportunidad de retomar el problema a fin de recomponer el rumbo. ¿Qué pasa con otros líderes sindicales? ¿Por qué siguen impunes? Bien dicen que en la política no hay casualidades, y ojalá así lo sea con la orden de aprehensión que le espera al líder virtual de los mineros, Napoleón Gómez Urrutia. También, esta semana surgió una oposición al sindicato de Petróleos Mexicanos, en particular para que su líder Carlos Romero Deschamps −el mismo que presume a los reporteros exclusivos relojes−, no se reelija como de costumbre. 


¿Esto nos indica que hay una estrategia trazada por el Gobierno Federal? De ser así, son buenas noticias, porque en muchos años, los gobernantes toleraron la corrupción. Por el contrario, si en estos conflictos el Gobierno termina cediendo al chantaje, a la extorsión, el intento por resolver el problema quedará como un discurso de buenas intenciones. 


A todo esto ¿qué tienen qué decir y hacer nuestros productivos, visionarios legisladores? La legislatura anterior nos presumió de sus avances y logros, pero no fue capaz de construir las condiciones para el largo plazo. Prestos a apagar el fuego con reformas pequeñas,  porque era “lo posible”, renunciaron al futuro por atender el corto plazo. La legislatura anterior dejó el tema de la reforma laboral guardado. No quiso asumir el complicado asunto en materia de trabajo, incluyendo el espinoso caso de los sindicatos. En este sentido, la responsabilidad ahora la tiene el Congreso, en especial el PRI, aunque no le guste, aunque e no lo quiera reconocer. Una razonable reforma laboral puede cerrar la pinza con el problema de los sindicatos que carga el Estado y paga la sociedad.
La solución no está en propinar un “golpe de timón” a estos poderosos personajes de nuestra débil democracia, pero cómo ayudaría, sobre todo, sí necesariamente va acompañado el golpe con cambio radical en las reglas del juego. ¿Le entrarán los legisladores? ¿El PRI nos mostrará su compromiso?

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