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De la revolución y el ciudadano imaginario

Carlos Castañon

 

Hay que reconocer que con motivo del Bicentenario del inicio de la Independencia primero, y ahora del Centenario de la Revolución,  se ha incrementado la difusión de la historia. Eso sin duda, ha sido valioso en un entorno de dificultades y cuestionamientos a los festejos. Quizá el día de mañana, lo mejor de ese festejo quede en la serie de publicaciones, documentales, películas, conferencias y programas como Discutamos México. En este sentido, el panel organizado por la Dirección Municipal de Cultura con sede en el Museo Arocena, reunió a Yohan Uiribe (moderador), Saúl Rosales, Jaime Muñoz Vargas, Edgar Salinas y quien escribe esta columna, a fin de reflexionar sobre la Revolución. Pero más que mera historia y recuentos, la propuesta se encaminó a hablar del pasado para pensar el presente. Y justamente, es uno de los valores que sí pueden aportar las conmemoraciones: la construcción del futuro.


Dicho esto, reescribo parte de mi participación en la mesa, celebrada ayer por la noche. ¿Qué implica pensar la revolución de cara a la globalización? ¿Cuánto de aquel México de 1910 está presente en 2010? Psicológicamente la coincidencia de las fechas, es seductora, y por lo mismo, podría suponerse en esa lógica, que algo de gran magnitud sucederá en nuestro país. Sin embargo, para decepción de muchos, la historia no obra por un “Destino”, ni mucho menos por una sucesión de repeticiones. Pero las comparaciones son poderosas y por lo mismo, la tentación de las similitudes lleva a expresar que estamos igual que en esa época, aunque no sea así. Un análisis cuidadoso nos lleva a ver que no es así e incluso, más que cambios, puede haber largas persistencias.


Lo cierto es que tras el derrumbe del viejo orden porfiriano y después de la lucha armada, la revolución tardó más de dos décadas en encontrar un cauce que le permitiera fundar las nuevas instituciones, algunas todavía vigentes en el México contemporáneo.  No obstante, hay algo que la ni la revolución logró transformar en normalidad cotidiana, me refiero a la justicia, la cultura de legalidad y el compromiso cívico. Paulatinamente la ruptura violenta dio pie a la continuidad de los antiguos arreglos y las viejas prácticas. Por eso no dejan de sorprender las permanencias, más que los cambios. De ahí que un agudo observador del tema, Fernando Gonzalbo Escalante, argumentó hace varios años en su libro, “Ciudadanos imaginarios”, la imposibilidad cívica para respaldar un estado con autoridad.  Así, cuando regresó la mirada al sentido del estado, la política y los ciudadanos durante el turbulento siglo XIX, en realidad nos mostró la hechura de una serie de prácticas que contradice el valor de lo público, el sentido de legalidad y la autoridad del Estado. De esa manera, reconocimos muchas de esas prácticas, presentes en la actualidad.


Escalante describe así aquellos tiempos: “la relación entre el orden jurídico y la vida política es uno de los asuntos más complicados de la historia. El modelo cívico no arraigó, no podía hacerlo. Pero no fue simplemente mentira: al contrario. Con esas formas tan adulteradas como se quiera, se organizó el orden político. El orden arraigaba en sistema de lealtades particulares: comunitarias, corporativas, señoriales, patrimoniales, clientelistas. Y ninguno de ellos podía conformarse con el modelo cívico. Porque nadie esperaba para empezar, una ley que fuese igual para todos”.


Bajo estas circunstancias, una sociedad como esa, produce, según Escalante, “una moral que acepta el uso de las instituciones públicas para fines privados”.  Más que una ruptura, la revolución no favoreció, pero tampoco generó las condiciones para romper con esas prácticas. Por el contrario, se acrecentaron, se fortalecieron hasta instituirse en esa especie de ciudadano simulado.
Quizá por eso, la idea discutir la historia, también nos permita identificar los cambios que no han pasado a pesar de las revoluciones. Por lo mismo, resulta tan difícil en el presente, socializar valores cívicos. Ante los problemas actuales, se suma con fuerza  la inseguridad, una problemática que viene de un déficit anterior, de una simulación que ya no funciona, pero no termina de depurarse y crear un nuevo orden. Por eso, si alguna revolución debe de suceder para el México del siglo XXI, ésta tendrá que ser cívica, educativa. ¿Lo estaremos construyendo?

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