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The Truman Show: Historia de una vida

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Los reality shows, o televisión de realidad, son, técnicamente, situaciones reales documentadas, lo que puede desembocar en un dramatismo o conflictos de la vida cotidiana, entre los participantes, que se desenvuelven frente a la cámara, sin un guión. Es inevitable que la producción interfiera con lo que sucede, precisamente porque la cámara hace a la persona consciente, en cierto grado, de sí misma y de sus acciones, es decir, de que es filmada.

Algunos programas eligen esconder esta información y no decirle a la gente que hay una cámara que documenta a su alrededor, con la intención de que su reacción y actuar sea más ‘real’, espontáneo, pero al final, la realidad misma ya está siendo alterada, por la presencia de ese ojo (externo) que mira.

Estas ideas se profundizan a través de la película The Truman Show (EUA, 1998), escrita por Andrew Niccol, dirigía por Peter Weir y protagonizada por Jim Carrey, Laura Linney, Ed Harris, Noah Emmerich, Natascha McElhone y Holland Taylor. La cinta recibió tres nominaciones al Oscar, mejor película, guión original y actor de reparto, para Harris. La historia sigue a Truman Burbank, un hombre que, sin saberlo, es protagonista de un programa televisivo que trata de su vida y que se ha estado transmitiendo desde antes que naciera, cuando aún estaba en el vientre de su madre.

La ciudad en la que vive es un estudio de grabación y las personas con las que convive, de sus familiares a amigos, vecinos y compañeros de trabajo, son actores que siguen su papel según convenga el ‘drama’ dentro del programa. Todos saben esto excepto Truman, quien piensa que su vida es como la de cualquier otro ciudadano. Para él su ambiente social, afectivo, laboral, es verdadero, sus reacciones son naturales porque no se sabe observado y no sospecha que los demás actúan. Sin embargo, su deseo natural por conocer, cuestionar e indagar lo llevan a buscar algo más allá de los límites, a veces muy literales, de su vida, así que el día que una lámpara cae del cielo, comienza a darse cuenta en los pequeños detalles que le indican que tal vez lo que ha aprendido como la normalidad en su mundo, no lo es tanto.

Su vida se ha convertido en un espectáculo para las masas, que viven por medio del televisor todo lo que Truman experimenta, como si fuera parte de su propia vida. La relación tan estrecha, pero distante, es en realidad un mecanismo de asimilación, de apropiación de afectos, para llenar un hueco en sus propias vidas, producto de una necesidad de verse relacionados con alguien más, de conectar y de vivir, a través de otro, en este caso Truman, porque ellos mismos parecen no poder hacerlo con los seres que viven bajo su mismo techo.

La gente se pierde en lo que ve al adentrarse en el ‘otro’ más que en su persona, haciendo la vida de Truman más importante que la suya propia; por ejemplo, los televidentes están más interesados por saber con quién habla Truman, qué come o en qué se entretiene, que por entender a su mundo y a las personas que les rodean, o incluso por preocuparse en su propia comida, relaciones personales y crecimiento como individuos.

Para Truman, sin embargo, la situación representa una pérdida de su individualidad e identidad. Vive una aparente libertad, cuando no la tiene. Piensa que decide, pero no lo hace. Y sus derechos humanos básicamente son reducidos a nada. En esencia, vive en una jaula de cristal, pero sin darse cuenta de ello, aunque inconscientemente lo presienta.

La ‘normalidad’ de este espectáculo hace que incluso el espectador que lo reconoce un objeto tras su pantalla, más que una persona, poco cuestiona que lo que hace es espiar al hombre en su intimidad. Para ellos el programa no es más que una dramatización de espectacularidad, un mundo distante con el que sacian su sed de morbo, voyerismo y curiosidad, de diversión y entretenimiento, sin entender que la persona ahí es sometida, indirectamente quizá, pero claramente controlada bajo estándares específicos de manipulación: a Truman se le impone una madre, un amigo, una esposa, un trabajo y una forma de vida. Él es, para fines prácticos, una especie de marioneta ‘utilizada’ con objetivos monetarios, el raiting o el alza en la audiencia que beneficie a los productores e inversionistas tras el proyecto. Interesante es ver, por ejemplo, a la esposa de Truman promocionar a cada oportunidad algún producto que aparece en el programa, de chocolate caliente para beber a cuchillos nuevos para la cocina. Y Truman es, al final, uno más de esos productos, que se promociona, vende y explota por dinero. Un verdadero manejo de la mercadotecnia destinado a promover el consumo en el mercado mediante la manipulación de las emociones del público utilizando la intimidad, deseos y sentimientos del sujeto observado.

A Truman también se le condiciona desde pequeño, como cuando, para evitar que salga o desee mudarse del pueblo en el que vive, desde niño se le infunde el miedo al mar. Ya que se supone vive en una isla, esos límites territoriales son plantados en su subconsciente para mantenerlo ahí, siempre en la misma ciudad, rodeado de la misma gente y haciendo las mismas cosas, una rutina monótona que termina por hacer que Truman se cuestione sobre el mundo más allá de estas barreras en que ha crecido.

“Estamos hartos de actores con emociones falsas. Hartos de ver pirotécnica y efectos especiales. Mientras que el mundo que le rodea es, en cierto sentido falso, no hay nada de falso en Truman”, se excusa Christof, el creador del programa y quien ha dedicado la mitad de sus días a transportar esa vida (de Truman) al formato televisivo, editando momentos como montajes para la transmisión y moviendo las piezas en el tablero para que la secuencia de hechos en la vida de Truman siga el curso que él quiere que sigan, sabiendo qué es aquello que la audiencia quiere ver.

¿Cuál es la verdadera función social de la telerrealidad? ¿Informar, distraer, entretener? En teoría, todas las anteriores, según el tipo de programa de que se trate. No es lo mismo uno sobre personas viviendo bajo un mismo techo, encerrados por semanas, no haciendo nada más que convivir, a seguir a un grupo de exploradores e investigadores en su labor científica y académica durante un día o semanas de trabajo. ¿Cuál sería entonces la función social de un programa como el protagonizado por Truman? ¿La de alienación para con la sociedad?

Las preguntas importantes aquí van en ambas direcciones, porque en esencia, ¿cómo afecta al hombre la presencia de la cámara que lo mira todo el día, todo el tiempo? Desde luego el efecto evidente es la perdida de la espontaneidad y la afección del comportamiento. La reflexión resalta más con la aparición de las redes sociales y la popularización de las transmisiones en vivo, en donde la gente documenta, libremente, cada aspecto de su vida y su intimidad. La cámara le mira y el valor de las personas comienza a medirse por el nivel de exposición de su privacidad. Es como si el mundo entero se estuviera convirtiendo, de alguna forma, en El show de Truman.

La experiencia impacta al protagonista de esta historia de formas inimaginables que no siempre parecen evidentes (y de alguna forma sucede lo mismo con el hombre moderno). Entender que aquello que conoce es una visión limitada de la vida, es reconocer que la burbuja en la que vive no es más que eso, una ilusión que oculta la realidad y las posibilidades del mundo como es, con todo y sus cosas buenas y sus cosas malas. Porque la vida es más que rutina, es más documentar en imágenes la comida que se come, los lugares que se visitan y los objetos que se compran, las amistades que se mantienen, las acciones que impactan o las pérdidas que afectan, porque esa es sólo una cara, alterada, de la realidad.

Existe en forma abierta y deliberada una manipulación directa hacia Truman y hacia su vida, que se hace usando agentes externos como condicionantes de su personalidad y carácter: la gente con la que habla, las revistas que lee y hasta los programas de radio que oye, todo está programado para que su mundo sea como la productora quiere que sea. Pero también existe una manipulación directa de los productores para con la audiencia. ¿De verdad piensa la gente que todo lo que ve es ‘verdad’? ¿Qué el encuentro entre Truman y su ahora esposa sucedió con esa ‘espontaneidad’ como la vieron en pantalla, o que sus conversaciones con sus conocidos no siguen el curso de un guión prestablecido? “Nada que veas en el show es falso. Sólo está <controlado>”, insiste el creador del programa, sin embargo, en este caso, la línea es demasiado difusa y abierta a interpretaciones. No obstante el problema no es si lo que se muestra es “falso” ,sino que se utiliza a un ser humano como “rata de laboratorio” para determinar conductas y manipular a la audiencia; es la expresión directa del ejercicio del poder sobre otra persona anulando su voluntad y su libertad.

Lo peor es que la gente quizá lo sabe, lo entiende, descifra el engaño y el truco para ‘dramatizar la realidad’ y aún así mira sin prestar atención al trasfondo, porque para ellos Truman ya no es un humano viviendo una vida que se hace accesible a través de cámaras colocadas a su alrededor, sino un producto de entretenimiento al alcance de un clic, que no importa como persona, sino como instrumento para personificar dramatismo, felicidad, dolor, pena, sueños, oportunidades, deseos, anhelos, caídas y angustias. A la gente además deja de importarle porque el mismo sistema en que se mueve y cómo se mueve (el ambiente sociocultural en que vive el hombre del siglo XX y ahora en el XXI), promueve esa forma de invasión de la intimidad, de exterminio de la privacidad, de exhibicionismo en busca de fama pasajera, esporádica, fugaz y de poca sustancia, en donde lo que importa es el ahora, la impulsividad del instante, no la respuesta, la reacción y la consecuencia. Acción, no reacción, el inmediato, no la reflexión.

Para Christof, la clave de su éxito recae en que Truman es como un niño (porque así siempre ha sido tratado), un humano sin causa al que se le debe decir qué hacer para darle la mejor oportunidad de vida que pueda tener (al menos aparentemente). O lo que es lo mismo, desde otro punto de vista, a Truman se le limita para no dejarlo pensar, para, en consecuencia, poder controlarlo.

Cuando Truman está a punto de salir del estudio, hacia su libertad, Christof le dice que no haber decidido realmente nada en su vida, le ha hecho las cosas más fáciles, más simples. Truman razona hasta darse cuenta que no es así, que decidir no es un privilegio, es un derecho, y que la sobreprotección en la que se encuentra es una limitante para su desarrollo humano. Quedarse es la salida fácil, pero no es la mejor salida. Elegir irse es darse la oportunidad de descubrir quién es él como persona, no como personaje de la televisión. “Tú nunca pusiste una cámara dentro de mi cabeza”, le dice Truman a Christof.

En otro punto de la película, el creador del programa asegura: “Aceptamos la realidad del mundo que nos presentan”. En el fondo tiene razón, porque como Truman, muchas veces las personas pueden limitarse a la vida que les rodea cuando se adaptan con ella, aceptándola, y, como Truman, llegan a creerla la única realidad posible mientras acepten esas barreras, ya sea externas o autoimpuestas. Pero una actitud así es justamente caer en el conformismo y subordinación hacia otros, que es justamente lo que esperan conseguir las élites económicas dueñas de esos monopolios de la comunicación y de la “cultura”.

Lo mismo sucede con las personas que miran el programa, y su eco se extiende a la realidad del mundo actual; la gente ve y cree lo que le conviene, acepta lo que quiere y se mantiene en un estado pasivo mientras su realidad parece estática. Aceptar ese estancamiento puede llegar a ser una derrota, pues en lugar de salir a buscar respuestas, conocer el mundo, cuestionar los procesos socioeconómicos y las instituciones vigentes, es más sencillo encerrarse y vivir a través de otros, a través de la pantalla.

Truman al final elige experimentar su propia vida y rompe con el caparazón; la audiencia que lo mira, sin embargo, ve el fin de la transmisión del programa y, en lugar de seguir el ejemplo y ‘liberarse’, prefieren cambiar de canal y buscar otro medio de “entretenimiento”, es decir, de enajenación. ¿Qué hacer entonces cuando se transporta este escenario a la realidad?, ¿se elige apagar la pantalla y salir?, como hace Truman (y el concepto es tan metafórico como literal), o bien, ¿resulta más fácil elegir, pese a todo, continuar con el placebo que mantiene las apariencias, para continuar con el (auto) engaño y la ilusión? El tiempo lo dirá pero las consecuencias, como se observa en la película, sean cuales sean, inevitablemente, también llegarán.

Ficha técnica: The Truman Show - El show de Truman

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