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Blade Runner

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Si un robot está diseñado para ser superior en fuerza, agilidad e inteligencia, que el humano, ¿puede éste eventualmente rebasar las capacidades del hombre, su creador? Si es así, ¿en qué punto se convierte en una amenaza, más que en un apoyo?

Estas cuestiones son parte de las reflexiones que propone la película Blade Runner, dirigida por Ridley Scott, escrita por Hampton Fancher y David Peoples, basándose en la novela de 1968 ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’, de Philip K. Dick. El filme está protagonizado por Harrison Ford, Rutger Hauer, Sean Young, Edward James Olmos, Daryl Hannah y William Sanderson, en los papeles principales. Estuvo nominada a dos premios Oscar, mejor dirección artística y mejores efectos visuales. Por su estilo visual y temática se considera dentro del género del ‘cyberpunk’, un subgénero de la ciencia ficción que desarrolla sus historias dentro de distopías futuristas en las que la tecnología avanzada convive con una sociedad que también sufre un nivel precario de vida, haciendo referencias además a la era de la informática, la digitalización y la cibernética y cómo éstas cambian o afectan el panorama social, cultural, organizacional y de desarrollo.

La historia en este caso está ambientada en un mundo en el que la tecnología ha desplazado al hombre en varios aspectos. Los androides, construidos a imagen y semejanza con los humanos, se han amotinado en algunas colonias espaciales y ahora estos robots tienen prohibido vivir en la Tierra, por cuestiones de seguridad. Para encontrarlos y expulsarlos existen los ‘blade runners’, personas encargadas de detectar a robots que se hagan pasar por humanos.

La traducción literal de ‘blade runner’ es ‘cazarrecompensas’ y en muchos sentidos, esto es lo que son las personas que a ello se dedican, aunque, más estrictamente su trabajo consiste en identificar a androides que se rebelan para forzarlos al “retiro”, forma eufemística de denominar al trabajo de exterminio que en realidad realizan.

La amenaza directa de estos robots denominados ‘replicantes’ es, en parte, por sus capacidades sobrehumanas y la autonomía que se les ha dado (y que se han dado a sí mismos) para actuar y existir con libre albedrío, lo que eventualmente ha provocado su rebelión, su deseo de ser libres e independientes, de vivir como verdaderamente humanos.

Estos ‘replicantes’ construidos por una corporación llamada ‘Tyrell Corporation’ son, básicamente, ‘más humanos que los humanos’, según dice el propio lema de la empresa, y eso es lo que los hace peligrosos, esencialmente para el hombre y específicamente para sus creadores. Tienen una gran capacidad física, en fuerza y agilidad, pero además su habilidad de inteligencia y razonamiento están diseñadas para copiar a los de las personas, muestran empatía y emociones, por ejemplo; su programación les otorga la capacidad de pensar, de imaginar un futuro y, en su evolución se formulan la pregunta de ¿Qué es lo que hace humano a los humanos? ¿Por qué ellos no son humanos si son más humanos que los humanos? Contradictoriamente, pese a sus capacidades físicas e intelectuales con que fueron dotados para parecer humanos, son subyugados y reprimidos, explotados como trabajadores y tratados como esclavos, considerados sólo mercancía-cosa; una contradicción que, eventualmente, les hará reflexionar, los llevará a cuestionar el porqué de su existencia. Los androides, en la película aquellos cuyo modelo es el ‘Nexus-6’, están en busca de respuestas, es decir, quieren encontrar a sus creadores para entender su existencia, para ser mejores, para vivir más y para, más que nada, trascender más allá de su programación.

Rick Deckard, llamado el mejor agente ‘blade runner’ que existe, es encomendado a la misión de encontrar a un grupo de estos androides, liderados por un ‘replicante’ de nombre Roy Batty. Para descubrirlos realiza un test diseñado para develar el lado humano, o no humano, de un ser. Lo que se espera con la prueba es que las respuestas evidencien pensamiento, sentimientos, lógica y motivaciones, y, específicamente, provoca una reacción emocional que revele, directamente, su esencia como personas. Deckard debe detectar si son humanos o no, pero, ¿qué hace a alguien ‘humano’?

La historia pregunta, en más de una ocasión, qué es lo que significa ser un humano; qué es lo que significa pensar como humano, sentir como humano y hasta vivir como uno. Los ‘replicantes’ tienen la habilidad de razonar, como una persona cualquiera, pueden sentir, amar, odiar, dudar y desear, porque aunque no tienen emociones predeterminadas programadas, las copian de la gente a la que observan. En el fondo, ellos no son personas; parecen serlo, pero un individuo es más que carne y hueso, es también razonamiento, cultura, imaginación, creatividad, deducción y empatía, natural y espontáneo, no ensayado ni programado.

La vida de los ‘replicantes’ no es igual a la de las personas, porque ellos fueron creados, construidos, en corto, manufacturados y programados; tienen una serie de recuerdos pero estos están implantados, supervisados, dirigidos a un fin, vigilados para hacerlos funcionales con recuerdos inducidos para, implantados, hacer estables y manipulables a los replicantes, para con ello dictarles qué pensar, qué creer y qué sentir, en sí, controlarlos. Son finalmente dependientes de quien los posee en propiedad. Con el tiempo, sin embargo, los ‘replicantes’ lograron una habilidad para alejarse de estas barreras, para crecer más allá de sus estándares, para preguntarse sobre la razón de su propia existencia y del porqué de su subordinación a sus creadores; además, con una limitante que saben y sufren respecto a los humanos y que permea en su “estado de ánimo” [en realidad el razonamiento lógico que autorrealizan a partir de su programación]: su tiempo de vida.

Su actuar es movido por querer entender su existencia, su propósito y su evolución (pasado-presente y futuro), una motivación no muy distante de aquello que también impulsa al hombre. Ellos buscan a sus creadores porque quieren vivir, porque saben que hay un chip que los extinguirá a los 4 años de haber ‘nacido’. Afrontar su fin último, su temor, es incentivo suficiente para querer luchar por prolongar ese tiempo. Pero conocer a sus creadores es también enfrentarse a una duda vital: ¿quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy?

Los ‘replicantes’ se preocupan por un fin incierto y tienen miedo de acercarse a él y cumplirlo, sin trascender, y en especial, sin entenderlo. El comportamiento parece humano, pero, ¿realmente lo es? A fin de cuentas esa preocupación que se hace al reflexionar sobre la existencia es también aquella que mueve hacia la evolución. ¿El ‘replicante’ evoluciona o simplemente choca con su propia programación? ¿Instinto de supervivencia o análisis lógico de la situación?

“La luz que brilla con el doble de intensidad, dura la mitad del tiempo”, le dice Eldon Tyrell a Roy. Vivir al máximo pero en corto tiempo, experimentar mucho para pronto dejarlo atrás, ser y estar, pero no perdurar.

En el fondo, los androides fueron creados como mano de obra, controlados por temor a lo que pudieran llegar a ser, además de ser dotados de capacidades extraordinarias que, más que celebradas, son tomadas con precaución (el chip de 4 años). ¿Por qué crear algo extraordinario para luego ponerle una pronta fecha de caducidad? El motivo de ellos, de los creadores, también dice mucho del hombre mismo. Para la corporación que los manufactura, la acción es una transacción de comercio, dinero y beneficio propio, pero en un plano más reflexivo, es la necesidad del hombre de sentirse superior, dominante y capaz; tanto creativo como inteligente, innovador y creador. En el terreno económico es la misma lógica del capitalismo, la obsolescencia programada para controlar y manipular el mercado.

Hacia el final de la historia, cuando Deckard está a punto de caer hacia una muerte segura, Roy le salva la vida. ¿Por qué? ¿Empatía, solidaridad, humanidad, respeto? ¿Es que Roy se da por vencido, sabiendo su destino, al grado que decide salvar la vida de alguien más, que aún puede hacerlo, porque él mismo enfrenta ya la muerte? ¿Se ve Roy derrotado y mejor claudica, o más bien se sacrifica, para que el otro viva? Y el ‘blade runner’, ¿qué piensa del acto de humanidad que observa y que le permite vivir? ¿Se identifican como semejantes por ese acto de nobleza y solidaridad? La pregunta permanece en el aire justamente porque la humanidad no ha logrado definir qué es lo que nos hace en realidad humanos, en que momento nos alejamos de nuestra animalidad natural.

Las alusiones bíblicas de Scott, en el trabajo visual que maneja el director, también resultan muy reveladoras: una paloma blanca, un salvador y una crucifixión (un orificio en una mano de Roy provocado por un clavo, emulando las heridas infligidas a Jesús), enfocándose no en si Roy es humano o no, sino en que el personaje es el primer peldaño de una liberación, de un renacimiento y de un cambio. Y eso no significa forzosamente que sea humano, en todo caso, es tan único que es más la excepción que la regla.

La pregunta más importante es, ¿cualquier humano, en la posición de Roy, habría salvado también a Deckard, sabiéndolo su enemigo? El mismo Deckard se lo pregunta (si bien en la versión del director esta voz en off es eliminada, una reflexión puesta inicialmente en la película a petición de la productora): ¿por qué Roy le salvó la vida?

Es como si Deckard entonces entendiera que, humanos o no, denominados máquinas o androides, estos seres, igual manufacturados o programados, tal vez merecen vivir; ellos quieren vivir. Si los ‘replicantes’ aman la vida y tienen dudas, tal como el hombre, sean máquinas o no, esas dudas se convierten en un algo por qué luchar y ese algo es tan válido que hace su lucha no sólo entendible, sino también compartida. Su revolución puede no estar trazada bajo los mejores métodos de acción, porque a su paso han causado muerte y destrucción, pero se aferran a lo que tienen a la mano y, ¿no eso es parte de la vida? ¿No es la historia de la evolución humana una constante de violencia y destrucción? En última instancia tampoco el humano ha logrado definir qué es querer, qué es amar, ni por qué siente lo que siente. Pero igual se aferra a la vida, ama vivir.

Quizá no sean humanos, pero, en ese punto, en ese contexto social, histórico, tecnológico y cultural en el que se encuentra la sociedad, dentro de la historia, la pregunta ya no importa de la misma manera como lo hace en la actualidad. Es posible que lo relevante sea no encasillar su presencia bajo términos ya existentes, sino crear unos nuevos, evolucionar al tiempo que se evoluciona en la ciencia, la tecnología, el mundo, el hombre y la vida misma.

Un humano es un individuo con un cuerpo y pensamientos, más aún, al mismo tiempo, la humanidad es la capacidad del hombre para mostrar afecto, comprensión o solidaridad hacia las demás personas. Algunos ‘replicantes’ despliegan estas características, mientras muchos hombres no lo hacen. La decisión final, de si estos seres son humanos o no, si cubren todas estas especificidades, la tiene quien no desista en dudar sobre las posibles respuestas.

¿Cómo es que una máquina puede ser más humana que el hombre mismo? Fueron programadas por las personas y tal vez en el proceso, el humano elimina los errores de su ser, enmendándolos en sus creaciones, o intentándolo hacer.

Al final, Deckard abandona la profesión y se va con Rachael, una ‘replicante’ experimental, sin fecha de caducidad, sin el chip que acelera su muerte, y en un punto incluso consciente de su naturaleza. ¿Por qué? ¿Por amor, por solidaridad o porque es mejor luchar por el futuro de los ‘replicantes’ que por el de la humanidad? Cualquiera que sea su motivación, la duda para el espectador queda abierta: ¿es humana o, en todo caso, qué tan humana es su decisión?

Ficha técnica: Blade Runner

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