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Yojimbo

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

¿Qué es de la gente de un pueblo si su entorno está perdido, si la batalla entre dos bandos hace imposible prosperar, porque todo es muerte, destrucción y decadencia? No hay paz, ni convivencia, no hay comunidad, sólo rivalidad y venganza. Este es el escenario descrito en esta historia, un pueblo dividido entre dos pandillas rivales cuya realidad se limita a la pelea entre ellas y a la muerte que ello trae.

Yojimbo, el mercenario (Japón, 1961) es una historia sobre cambio y la estrategia de un hombre para traerlo, o por lo menos forzarlo. Yojimbo es un guerrero samurái (un “ronin”: samurái sin amo) que llega a este pueblo y se da cuenta que está prácticamente muerto, por lo menos en su movimiento, comercio y actividad. Como asesino que es, la gente le teme y el bando que lo tenga de su lado en la lucha sabe que tiene altas posibilidades de salir vencedor; él se permite ofrecer sus servicios ante la desesperación por el poder que se deja ver, una oportunidad que permite al hombre jugar con las cartas que trae bajo la manga, forzando así a que cada bando se desviva por la lucha y finalmente se decida a una verdadera pelea, no sólo a la muerte esporádica, eventual y amenazante.

¿Son las decisiones de Yojimbo producto de su interés por el bienestar del pueblo y por su mejora, por el fin de la guerra (sólo posible hasta que todas las cabecillas de cada pandilla queden muertas)? ¿O es su actuar sólo despliegue de sus capacidades o de su divertimento como extranjero? Después de todo él es quien llega desde fuera para percibir la realidad caótica y hasta patética de un pueblo sometido. La realidad evoluciona como la lucha de un hombre por la supervivencia, que de paso puede traer beneficio a otros, al pueblo en cuestión.

Su estrategia ingeniosa, que se basa en provocar la rivalidad de cada jefe de pandilla, poniéndolos el uno contra el otro, yendo y viniendo entre cada bando, dejándoles claro que sólo servirá como asesino a aquel que le ofrezca más dinero, tiene como objetivo presionar hasta el límite a las pandillas; juega con ellas y ese es el punto. La reacción sólo propicia el juego sucio: raptos, matanzas, amenazas y sobornos. Pero el samurái en realidad no puede ser comprado, porque a él no le interesa el dinero, lo que quiere es que ambas pandillas por fin lleguen a su cruzada final, a la batalla decisiva, a su aniquilación; sólo entonces, lo sabe, el pueblo podrá regresar a su originalidad, a la paz.

Un juego por parte del protagonista que promueve la rivalidad, presionando el orgullo, principios y miedos de cada pandilla. Propiciando la pelea, incrementando el desgaste, se provoca la agudización del conflicto y la llegada del fin de la pelea. Y mientras cada bando quiere ser el ganador, cada pandilla redefine su estrategia y ensaya sus propios trucos. Unos secuestran al hijo del otro; los otros queman toda la fuente de ingresos de los primeros; unos ofrecen todo su dinero al mercenario; los rivales intentan negociar con él ofreciendo diversos beneficios además del monetario. Un juego sucio y sin honor, al que la esposa de uno de los jefes de la pandilla define: “lo sucio es común”, demostración evidente del pensamiento de estas personas y su vil comportamiento. De igual manera el otro clan arrastra la traición desde su origen, pues, por ejemplo, se formó cuando el primer general del otro jefe se rebeló contra él y se llevó a varios de sus hombres para atacarlo.

La pelea entre bandos conlleva violencia, destrucción, caos y decadencia en el conjunto del pueblo, que lo único que quiere es que esta disputa termine. “Si por lo menos tuviéramos sólo una pandilla con que lidiar, la situación sería más fácil”, comenta uno de los ciudadanos de este lugar.

Para contrarrestar esto, Yojimbo debe encontrar el punto débil exacto que presionar, el temor a perder y la codicia por ganar, una necedad suficiente como para cegar decisiones y volver a las pandillas impulsivas en su actuar, que es el mínimo necesario para llevarlos a errar en la batalla. La estrategia del samurái es casi una apuesta al aire, eco del inicio de la película, cuando el mercenario avienta una vara al aire cuando tiene que decidir qué dirección de camino tomar; concepto reforzado con la escena siguiente, cuando el protagonista se encuentra con un hombre que ve partir a su hijo por las apuestas, a lo que el hombre responde que todos las personas sólo buscan el dinero fácil.

La salida fácil, la del menor esfuerzo, eso es lo que lleva a cada jefe de pandilla a buscar la ayuda del samurái, a creer que tenerlo de su lado significa victoria, una victoria rápida y sin más pérdidas para ellos (sin saber, claro, que el samurái en realidad los desprecia). Pero cuando Yojimbo ayuda a una familia a escapar, y los de la pandilla que supuestamente está apoyando se dan cuenta, entonces la historia se convierte en una verdadera lucha por venganza, enfocada en llevar a toda costa la pelea hasta sus últimas consecuencias, algo no tan difícil de lograr dado que, para entonces, los mismos jefes de las pandillas han llegado a un estado de desesperación tal que ellos mismos también quieren ponerle fin, no tanto para tener el control del lugar, consecuencia necesaria si logran el exterminio del rival, sino para concluir con tanta lucha y desgaste personal; la sobrevivencia resurge entonces como principal motor de su conducta.

Con guión coescrito por Ryuzo Kikushima y Akira Kurosawa, bajo la dirección de este último, la película alcanzó nominación al Oscar, en 1962, en la categoría de mejor diseño de vestuario. El actor Toshirō Mifune es el protagonista de esta historia cinematográfica, papel que repetiría en la siguiente película de Kurosawa: Sanjuro.

Ficha técnica: Yojimbo

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