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El viaje de Chihiro

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Tal vez crecer significa cambiar, tal vez lo que significa es acentuar (y aprender a hacerlo) las fortalezas y cualidades propias, con el fin de conocer y reconocer la forma en que cada quien  logra mejor superar los obstáculos que en la vida se le presentan. Para Chihiro, una niña de 10 años, las aventuras que le deparan a la llegada a una nueva ciudad son parte de este crecimiento natural.

Cuando ella y sus padres buscan el camino a su nueva casa (nueva ciudad, nueva escuela, nueva gente), se topan con una desviación que los llevará hasta lo que parece un parque de diversiones abandonado. Mientras sus padres se ven atraídos por la comida y lo pintoresco del lugar, Chihiro se niega a aceptar con tanta facilidad las bondades que ofrece un lugar desconocido, lo que la lleva a explorar y, eventualmente, cruzar un puente hacia otro mundo. Allí, las reglas son diferentes, los humanos no son muy bien vistos y la magia del lugar no sólo amenaza el futuro de la existencia de los padres de la niña, sino que su propia existencia también pone en juego las dinámicas del ambiente.

Al comenzar la historia, Chihiro no es tan caprichosa ni mimada, pero sí carente de iniciativa propia; su viaje, sus aventuras, su paso hacia ese mundo mágico, le harán ver que sus habilidades y capacidades, puestas en práctica, son fortalezas. Su crecimiento como personaje no es un proceso relacionado con convertirse en otra persona, es más bien ser (y aceptar) esa persona que puede llegar a ser. El aprendizaje durante su estancia, trabajando limpiando tinas, atendiendo clientes en un baño usualmente visitado por dioses, o ayudando a aquellos quienes también se muestran solidarios con ella, no se orienta a cambiar su esencia, más bien logra que Chihiro haga las cosas, que tome iniciativas, que descubra todo lo que es capaz de hacer una vez que deja de lado ese miedo al cambio y a la aventura que normalmente la rige.

Un humano en un mundo donde viven espíritus es como un pez fuera del agua y Chihiro tendrá que adaptarse a ello. Su motor es salvar a sus padres, que de tanto comer se han convertido en cerdos y corren el peligro de ser comidos. Haku, un espíritu del río, ayuda a Chihiro y le dice que pida trabajo a Yubaba, una hechicera que se hace cargo de una casa de baños termales en donde dioses, espíritus y demonios llegan diariamente. El trabajo lleva a la protagonista a conocer diversos personajes, entre ellos, un espíritu denominado “Sin Cara”, que comienza a seguirla y a quien continuamente le ofrece lo que cree que ella necesita: jabones aromáticos caros para las tinas de baño o piedras de oro, por ejemplo, intrigándose por la negativa de ella para aceptar sus regalos.

La presencia del espíritu “Sin Cara” crea un caos dentro de los baños. Este ser comienza a ofrecer oro a todos los empleados, acrecentando la envidia, avaricia y falta de solidaridad; reflejo del materialismo de la sociedad global actual, personajes sólo interesados por el dinero y el bien propio. Casualmente el oro resulta ser sólo una ilusión visual, lodo disfrazado ante los ojos que ven lo que querían y no lo que realmente era.

Pero “Sin Cara”, además, sólo sigue e imita, su personalidad es ambigua porque el ser mismo también lo es. El espíritu va detrás de los demás y hace lo posible por complacerlos, haciendo lo que cree que les hará feliz. Sin una personalidad propia, el espíritu se mueve entre la negatividad, la manipulación, el juego, el engaño y, en especial, la debilidad propia y de extraños.

Los seres con quienes Chihiro convive están ligados de alguna manera con su propio mundo, espíritus, demonios, magos, representaciones no tangibles del mundo real; como Haku, por ejemplo, quien asegura de alguna manera recordarla y reconocerla (él la salvó cuando más pequeña ella cayera en un río). La unión entre el mundo real y el espiritual es inevitable porque los seres sobrenaturales son precisamente representaciones de algo.

Hay un halo místico que rodea este otro mundo y elementos clave parecen hablar de la fantasía, la imaginación, la realidad y la ficción. El debate no se cierne sobre si lo que sucede es real o no, sino sobre si Chihiro recuerda lo que pasó.

La convivencia y la experiencia dejan una huella en la niña. Recuerde o no todos los hechos, lo que aprende y reconoce de sí misma es una experiencia que no puede borrarse; no recordar algo no significa que no sucedió. El túnel que cruzan para entrar y salir del parque de diversiones abandonado es un elemento simbólico, lo diferente que es la construcción al principio y al final de la película es un indicio, pero el propio proceso de atravesar un camino o de caminar en la oscuridad significa un reto, un cambio.

No mires hacia atrás, le dice Haku. Ella duda, pero dejar el pasado en el pasado es lo significativo del relato. Una mirada hacia atrás y tal vez la protagonista revelaría no poder desprenderse de las cosas, pero es eso precisamente lo que tiene que hacer.

Los realizadores Hayao Miyazaki e Isao Takahata se unieron con el productor Toshio Suzuki para fundar en 1985 los estudios de animación Studio Ghibli. El viaje de Chihiro ha sido una de sus producciones con mayor éxito en recaudación monetaria y al hacerse acreedora a galardones, como el premio Óscar a mejor película animada de 2002, entre otros.

Ficha técnica: El viaje de Chihiro

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