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Jacobo Zarzar Gidi

UNA CITA EN EL CIELO

(TERCERA PARTE)

Sobre su experiencia con Dios, Amparo escribió: "No hay que sondear a Dios, a Dios no se le entiende, hay que abandonarse en sus brazos y amarle, ¡qué fácil es desentenderse, cerrar los ojos a los problemas de los otros, me da miedo verme cada día buscando mayor comodidad material o espiritual!".

Amparo luchó tenazmente por los valores cristianos que debían recibir sus hijos, y no dudó en protestar contra los errores que en aquella época se propagaban por muchos colegios. Sabía que la libertad es indispensable para poder amar a Dios, por eso, lejos de coaccionar a sus hijos les lleva en el buen uso de ese don Divino; al mismo tiempo les hacía ver que el ejercicio de la libertad personal, exige también responsabilidad personal. Siempre fueron una familia muy unida en la que todos se querían mucho, formando un solo corazón.

Desde 1963, la familia pasó sus veranos en Riaza, un precioso pueblo de la sierra de Segovia. Antes de esa fecha, estuvieron descansando en la costa, sin embargo, aquellos años coincidieron con una época en que el turismo llegó a las playas españolas con el consiguiente deterioro de las costumbres. El matrimonio no vio bien que sus hijos mayores observaran determinadas escenas, y decidieron cambiar la playa por la montaña. De todas maneras, antes de mudarse, Amparo fue personalmente a hablar con el alcalde, y éste le contestó que tenía razón, que ya vería si podían hacer algo, pero no hizo nada. Tampoco podría a lo mejor hacer mucho.

En Riaza, Amparo se relacionaba con todo el mundo, era muy apreciada porque saludaba y se interesaba por todas las personas y sus necesidades con simpatía y dulzura. Un ejemplo por demás práctico de su preocupación por no discriminar a nadie, es que compraba en todas las panaderías y comercios con el fin de no perjudicar a ninguno aunque tuviera que desplazarse más lejos. Pero no se trató sólo de detalles, sino de actuaciones más profundas. Había allí una familia que tenía dificultades para atender a sus hijas pequeñas. Amparo no puede acudir ella misma dada sus obligaciones, pero logra que vaya su hija Nuria a ayudar a la madre necesitada.

Al regresar de Misa, Amparo se detenía en las esquinas y en los balcones para saludar a los vecinos de Riaza; les preguntaba por sus familiares, cómo iba su trabajo, y si ya se habían aliviado sus enfermos. Se acordaba de todos porque los encomendaba a Dios con frecuencia y al llegar a casa rezaba por ellos.

Una de las cosas que más le gustó a Amparo, de Riaza, fue saber que la Patrona del pueblo era la Virgen del Manto, pues ella siempre invocaba a la Virgen pidiéndole que protegiera a sus hijos bajo su manto. Colaboraba en los retiros que se organizaban, acudiendo a ellos e invitando a todas sus amistades y conocidas. Tomaba siempre notas de las meditaciones y sacaba sus propósitos: "Quiero entregarme a Dios a través del amor de mi esposo, de los hijos y en lo posible de los demás. El Señor me sale al encuentro en la situación en la que me encuentre. Amando a mi marido, es un modo de amarle a Él, cuento con la gracia -pero no soy consciente, he de querer a todos con sus defectos. Después del Tabor, Pedro negó al Señor. Pido y espero que tras este Tabor que el Señor me regala le sea fiel siempre. Tomé una firme determinación de no retroceder, de avanzar cada día tras Él".

Todas las personas que conocían a Amparo coinciden en que su rasgo más característico era su sonrisa. Siempre estaba alegre, se reía mucho con los chistes, anécdotas o películas de humor. Era muy simpática y sabía hacer las cosas muy bien, trataba a la gente y la corregía sin imponerse nunca. Era amable, pero tenaz, más liberal que exigente, y consejera eficaz si se le pedía, ya que su posición ante los problemas consistía en abordarlos desde su lado amable. Era culta y poseía una gran sensibilidad para el arte, la literatura y la música. Para las empleadas del hogar no sólo tenía un trato exquisito y respetuoso, exento de cualquier atisbo de altivez, sino que esto mismo lo hacía extensivo a toda la familia de ellas procurando atender sus necesidades de salud o de trabajo. Incluso, si no sabían leer o escribir, les enseñaba en los ratos libres. Se preocupaba mucho por una mujer marroquí que le ayudaba en el aseo de la casa y que hacía el Ramadán. "Déjenla que se vaya -decía, pobrecilla, no ha comido nada, pagadle y que se vaya". Toda la familia recuerda el caso de Fernanda la costurera, que ayudaba a Amparo dos tardes por semana. Al ser mayor y no poder trabajar, teniendo dos hijos, Amparo le pagó toda la seguridad social para que no se quedara desprotegida. A las empleadas jóvenes les pagó cursos prematrimoniales y se preocupó de su vida espiritual, todos los días rezaban juntas "El Ángelus", hacían la bendición de la comida, y por las noches el rosario. Al levantarse, lo primero que decía: "Buenos días Señor, un día más que me voy acercando hacia Ti".

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CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO.

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