Siglo Nuevo

El cine de los hermanos Coen

Burlona fortuna

Sin lugar para los débiles, 2007.

Sin lugar para los débiles, 2007.

Miguel Báez Durán

Cuando surgieron de entre las filas del cine independiente de Estados Unidos, a mediados de los ochenta, pocos imaginaron las alturas que los hermanos Ethan y Joel Coen alcanzarían con el tiempo y la madurez. Hasta la fecha han sido capaces de mostrarle a su público no sólo una serie de personajes inolvidables por arrancar risotadas, sino también la naturaleza burlona del más cruel azar.

DESTINO: FARGO

Su ópera prima de género negro se transformó en objeto de culto; Educando a Arizona hizo reír a más de uno y con De paseo a la muerte experimentaron con la nostalgia fílmica del mundo «gansteril». Pero los hermanos Coen se convirtieron en consentidos del Festival de Cannes cuando ganaron la Palma de Oro por Barton Fink.

Una vez dejando atrás el género fantástico de la entretenida El apoderado de Hudsucker, se dedicaron a rodar Fargo (1995). Desde el inicio, engañan socarronamente al público. Como parodiando todas esas entradas de “basado en un caso real”, le hacen creer que la más delirante ficción de verdad surgió de la realidad.

Jerry Lundegaard es un vendedor de automóviles bajo el mando de su suegro, aunque propenso a realizar chanchullos. Para salir de uno de ellos, Jerry planea -junto con dos delincuentes de poca monta- el secuestro de su mujer. Pronto los cadáveres aparecen a lo largo del camino y entra en acción una mujer policía embarazada de nombre Marge Gunderson.

Fargo es una película de contrastes: la torpe malignidad de Carl y Gaear, los secuestradores, se contrapone a la nobleza monolítica de Marge, o a la buena voluntad de las personas que se les cruzan en el camino. Las níveas tierras se sitúan en el lado contrario de la carga humorística del argumento. Hasta la pareja de delincuentes -Carl, bajito y parlanchín; Gaear, corpulento y callado- son polos opuestos.

El ritmo y la apropiada duración de Fargo hacen que el espectador mantenga el interés; pero también que se ría con las peripecias de los personajes. Otro de los mayores atractivos es Frances McDormand, en su papel de detective pueblerina con ocho meses de embarazo.

Por Fargo, de vuelta en Cannes, los Coen se llevaron el premio a la mejor realización. El reconocimiento en su país de origen y por parte de Hollywood, aún se les escapa.

DE VIEJOS Y SABUESOS

Viajes ácidos en el boliche con El gran Lebowski, la «odisea» musical con ¿Dónde estás, hermano?, el refinamiento estilístico con El hombre que nunca estuvo, entre otros créditos menores -incluyendo un refrito-, dan lugar a un retorno a las raíces del suspenso y el crimen.

Tomando como base la novela homónima de Cormac McCarthy, esta dupla de cineastas forja durante 2007 No es país para viejos (en México, Sin lugar para los débiles), una producción digna de encomios. Aun siendo fieles en la adaptación a la obra de McCarthy, los Coen logran apropiarse de esta historia y presentarla al mundo con su sello distintivo. Basta citar el ingenio en la estructura: a la mitad de la cinta, un herido y sangrante Llewelyn Moss cruza el puente fronterizo de Estados Unidos a México y, en ese lugar que no se encuentra dentro de ninguno de los dos países, le pide a un muchacho su camisa. Algo imprevisto le ha ocurrido desde que hizo el hallazgo de un maletín con dos millones de dólares adentro. La última intervención de su antagonista se constituye en reflejo de dicha escena, intervención donde Anton Chigurh -el antes perseguidor de Moss- ha llevado a cabo la promesa de matar a una mujer inocente; después de todo, es un hombre de principios.

Al dejar la casa de la mujer, un acontecimiento no previsto también le ocurre al asesino: un choque. Tal como antes lo hiciera Moss, le pide a un joven su camiseta para huir y no ser atrapado. El azar -tema recurrente en la filmografía de los Coen- vuelve a trastocar el plan maestro de los protagonistas. Un azar que, en las maliciosas manos del dúo de directores, se convierte en verdadera delicia para el espectador.

La historia la cuenta la voz de uno de los viejos a los que hace alusión el título: el sheriff Ed Tom Bell, que observa cómo decae el mundo a su alrededor. Con el desenlace, se invita a los espectadores a ser los protagonistas de la cinta siempre atentos a los detalles, a ir -como Moss, Chigurh o el viejo sheriff- uno tras la pista del otro.

A la usanza de un sabueso, el espectador debe descifrar y darle sentido al final para que encaje en el conjunto de la cinta, ya que desde la llegada de Moss a El Paso, se han dado todos los indicios para armar el rompecabezas de un desenlace que se oculta a propósito, y donde los personajes principales que mueren lo hacen fuera de la pantalla.

JOB MODERNO

Luego de dejar el cerebro en la puerta con Quémese después de leerse, llega Un hombre serio (2009). Esta trama conduce a Ethan y Joel Coen de vuelta a la cultura judía de su niñez, pues se encuentra situada en la Minnesota natal de los hermanos. Para ellos habrá sido un ejercicio de nostalgia recrear el ambiente suburbano dentro del cual crecieron. Sin embargo, la película no podría calificarse jamás de autobiográfica y, lo más importante, es que ningún espectador, sea o no judío, se sentirá ajeno al tan brillante como negro humor de los Coen, porque el problema planteado es uno de los fundamentales de la humanidad: la relación con Dios.

Tras un prólogo en yiddish -también parábola susceptible a ser interpretada de muchas maneras con respecto al resto de la película-, corre el año 1967. Larry Gopnik es profesor de física, practicante judío, habitante de los suburbios de Minnesota, padre de familia con dos hijos indiferentes y, por supuesto, como lo indica el título de la película, un hombre serio; o al menos trata de serlo.

Su vida, sin embargo, comienza a verse perturbada cuando un día su mujer se le acerca y le pide el divorcio para casarse con un conocido de ambos. Será tan sólo la primera señal de un estrepitoso descenso al caos para Larry. Todas las fuerzas del universo conspirarán en contra suya para sacarlo de quicio y perturbar su seriedad.

Las tribulaciones serán apenas el cascarón para presentar una comedia tan fina como hilarante donde, por primera vez en la filmografía de los Coen, el personaje vive sumergido en dudas teológicas. Al ver cómo alguien invisible le ha -como él mismo lo afirma- «movido el tapete», intentará encontrar las causas entre los hombres sabios de su religión. Tal vez a través de sus bocas hable la sabiduría y así alcance la respuesta del porqué de tan terrible ensañamiento con quien sólo ha tratado de vivir correctamente.

No acepta misterios, sólo busca explicaciones. Pero el azar estará presente en la silente figura de Dios. Y si con el bíblico Job la idea era hacer llorar o quizás incluso escarmentar, en el caso de Larry, el objetivo de los Coen es mucho más difícil: hacer reír.

Hacia el final del filme y con sus dudas teológicas, Larry Gopnik deambulará de la oficina de un rabino a otro para encontrar una especie de mensaje divino, a fin de que alguien le diga qué tiene que hacer, para hallarle significado al desbarajuste en que se ha tornado su existencia. Al final sólo quedará la interrogante no sólo de lo que Dios quiso decirle, sino también del desenlace de catástrofes aún peores para Larry.

ELOGIO AL FOLK

Vendrá otro refrito producto de la nostalgia fílmica. Esta vez, la nota al pie referirá al western. Después aparece el elogio al folk. Asistidos por las imágenes en pantalla, durante Balada de un hombre común (2013), los espectadores seguirán la vida paupérrima de Llewyn Davis, vida consistente en taparse del frío invernal con apenas un saco, pedir asilo en departamentos de diferentes amigos, perseguir a un gato, preocuparse por haber embarazado a la novia de otro músico, y emprender un viaje acompañado de extraños personajes, con la esperanza de convencer a través de su música a un agente muy conocido, ése que le podría garantizar el éxito.

Ubicada en 1961 y a lo largo de una semana desastrosa, la atmósfera recreada es la de Greenwich Village un poco antes de que Bob Dylan empiece a ser conocido. Es la fugaz aparición de Dylan la que obliga a cerrar el círculo de esta semana de infierno en la vida de Davis, como dando a entender que este hombre nunca alcanzará el éxito a pesar de su talento.

Ese adiós con el que sella el final de la cinta se torna definitivo. Resulta fácil imaginar al músico repitiendo sus errores, enfrentándose a las mismas escaramuzas y luchando por dar a conocer su obra una y otra vez hasta la eternidad, condenado a deambular en el Hades de los cafés y bares neoyorquinos.

Aquí la burlona fortuna se ensaña, muy en el estilo de Un hombre serio, con el cantante de folk para que nunca deje de ser un fracasado. En este tipo de personajes, reside mucho el éxito de los hermanos Coen como narradores y cineastas.

Twitter: @mbaezduran

Fargo, 1996.
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Sin lugar para los débiles, 2007.
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Un hombre serio, 2009.
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El cine de los hermanos Coen
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