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El día que tembló

GILBERTO SERNA

La noche era como cualquier otra noche en la ciudad de los aztecas, lóbrega, densa, sombría, tenebrosa y fúnebre, esto es, profundamente triste. Afuera creí escuchar el clásico grito de la llorona, que cuando Hernán Cortés abandonaba la localidad en su huida llevando prisionero al emperador azteca, los escuchó pasar y dio el grito de alarma: culiches, la oscuridad era total, entonces y ahora, la cama me había recibido con un ahogado bostezo tensando el ring del colchón. La almohada que parecía haberme esperado desde tiempo atrás se acomodó sobre sí misma, dando un respiro de alivio.

Pronto quedé dormido cuando un remezón me despertó. El edificio como si tuviera vida propia, se movía oyéndose un estertor como una tuerca que daba vueltas interminables sobre un enorme tornillo. La Tierra temblaba sin control, cada vez más fuerte, hasta casi tumbarnos a mí y a mi hermano. Una vez que estuvimos conscientes de que era la Tierra la que se movía como gigante con dolor de estómago, quitada la pereza y la somnolencia, nos vestimos a toda prisa y descendimos por las escaleras donde ya había gente bajando unos y subiendo otros en total desconcierto. Lo hacíamos sin cruzar palabra alguna como si el fenómeno nos hubiera dejado privados del habla. Sin ponernos de acuerdo, una vez en la planta baja, salimos al exterior del edificio y cruzando la calle nos apoltronamos en la banqueta pegados a la pared de casas bajitas donde pensamos no habría peligro alguno.

El paso siguiente fue ir al garage donde almas piadosas nos proporcionaron un teléfono desde el que nos comunicamos a Torreón. Era la mañana del 28 de julio de 1957. Dos sucesos de los muchos que ocurrieron ese día llamaron nuestra atención. La caída de un edificio a unas cuantas cuadras de nuestro domicilio propiedad de Mario Moreno, Cantinflas, se dijo en ese entonces, que se desplomó un piso sobre otro causando que perecieran varias familias que ahí residían. En los años siguientes se han formulado teorías sobre qué sucedió con los brazos que le faltan a la Afrodita, ninguna se refiere a que pudo ser consecuencia de que al caer de una equis altura se hubiera golpeado produciéndose que los brazos se estropearan. La estatua que se conoce en México como el Ángel de la Independencia cayó de su pedestal, en la columna del mismo nombre, rompiéndose ambos brazos de manera muy semejante a la Venus de Milo. La Victoria Alada, al parecer, mide 6.7 metros y pesa 7 toneladas, estando hecha de cobre, oro y platino.

En el cielo, algo pasaba encima de nosotros, una lluvia de meteoritos se hizo presente. Es obvio que no eran estrellas sino partículas sólidas que provenientes del espacio al rozar nuestra atmósfera se incendiaban momentáneamente. ¿Quién no ha oído hablar de las cuadrántidas, de las liridas o de las perseidas?, ¿realmente las vi o las imaginé? No lo sé. Tuve la sospecha de que por ahí andaba Flash Gordon, que alarmado por el alboroto de oír caer la estatua saltó a su nave espacial para ver qué sucedía. El legendario personaje de mis años infantiles. Era una historieta espacial que nos hizo soñar en mundos desconocidos.

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