Agua y nube, la niebla baja de la montaña y acaricia con húmeda lengua el cuerpo en reposo de la tierra.
Yo voy por las labores. El caserío, esfumado por la neblina mañanera, semeja una pintura impresionista. Yo mismo me siento algo perdido en ese quieto mundo silencioso.
De súbito estalla bajo mis pies el vuelo de una codorniz. Si el Terry, mi amigo perro, hubiese ido conmigo la habría señalado, tenso el cuerpo de cazador, temblorosa la nariz llena de atávicos instintos. Pero iba yo solo, y por poco piso al pajarillo.
El escándalo ruidoso de su vuelo hace que todo cobre vida. Entre los pinos se abre paso un rayo de sol y alumbra los tendederos de ropa campesina, llenos de vívidos colores.
Vuelvo al rancho, a mi casa. El aroma del fuerte café ranchero es también vida. En la cocina charlan las mujeres. Afuera, y dentro de mí, se ha disipado la neblina.
¡Hasta mañana!