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El Síndrome de Esquilo

GARCÍA MÁRQUEZ, REPORTERO INCURABLE

El Síndrome de Esquilo

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VICENTE ALFONSO

En alguna otra ocasión conté, en este mismo espacio, cómo fue que conocí a García Márquez. En los primeros años de este siglo fui invitado a unas mesas de trabajo que él dirigió. Por si había oportunidad de entrevistarlo, preparé mi grabadora de reportero y formulé mentalmente un hato de preguntas. Creí entrever la oportunidad en un receso, pues un amigo común me señaló mientras le comentaba al Maestro que tengo un hermano gemelo: "¡Ah!, mejor ese tema no me lo toque, porque me apasiona", fue la reacción del Nobel colombiano. Mi entrevista se frustró desde antes de comenzar, pues acabé interrogado por el autor de Cien años de soledad. Su curiosidad de reportero no tenía límites. Entre una pregunta y otra, don Gabriel dijo que debería escribirse un cuento en el que un gemelo muriera y fuese el otro el que sufriera los estragos de la descomposición. Le dije que ese cuento ya existía: el propio García Márquez lo había publicado en 1948 bajo el título de "La otra costilla de la muerte". Así se lo dije. "Tiene razón", dijo, con una sonrisa que no supe interpretar.

Leo, no sin asombro, que en muchas notas donde se lamenta su fallecimiento se le ha descrito como "creador de mundos mágicos". No estoy de acuerdo con esa afirmación. Él mismo aclaró, en innumerables ocasiones, que en todo lo que escribió hay una base de verdad y que por ello se consideraba un periodista, pues armaba sus ficciones con técnicas aprendidas en sus años de reportero. La única experiencia que no podré narrar será la de mi propia muerte, lamentaba.

Esto de la base en la realidad y las técnicas periodísticas es cierto incluso para Cien Años de Soledad, que germinó a partir de unos apuntes que tomó en su libreta de reportero en 1950, diecisiete años antes de que la novela fuese publicada. En un artículo titulado "La casa de los Buendía (apuntes para una novela)" publicado como colaboración periodística el 3 de abril de 1950 habla ya del Coronel Aureliano Buendía, y de la casa mítica que albergaría tantas historias familiares. En marzo de 1952, García Márquez escribió otra de sus colaboraciones periodísticas: "Acabo de regresar de Aracataca. Sigue siendo una aldea polvorienta, llena de silencio y de muertos.También estuve en la provincia de Valledupar. Allí la cosa cambia (…) Había pensado escribir la crónica de ese viaje, pero ahora dispuse reservar el material para La casa, el novelón de setecientas páginas que pienso terminar en dos años".

García Márquez, entonces un joven periodista, decide que el material derivado de un viaje a su pueblo natal es mejor para armar una novela que para redactar una serie de crónicas para el diario en que trabaja. Como hemos dicho, no fueron dos años sino diecisiete el tiempo que le tomó madurar el universo paralelo que es Cien años de soledad. Entre aquellos apuntes primigenios y la enorme novela que hoy conocemos hay enormes diferencias. Pero también resulta claro que en el caso del Nobel colombiano, periodista y escritor eran inseparables.

Reportero incurable, nos heredó incluso una crónica imaginaria de su propio funeral. Me gusta pensar que la experiencia ha sido como él la imaginó, que también en ese texto hay una base real. Me refiero a un relato incluido en la nota de introducción que acompaña a los relatos de Extraños Peregrinos, Doce Cuentos. Al comienzo del breve texto, el Nobel colombiano evoca un sueño que tuvo en Barcelona, en la década de los sesenta: "Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con ánimo de fiesta. Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo más que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos de América Latina, los más antiguos, los más queridos, los que no veía desde hacía más tiempo. Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad terminante que para mí se había acabado la fiesta. 'Eres el único que no puede irse', me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más con los amigos". Descanse en paz, Maestro.

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