Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El guía le dijo al explorador : "Le tengo dos noticias: una mala y la otra peor". "¿Cuál es la mala noticia?" -preguntó el explorador con inquietud. Le informó el hombre: "Su esposa entró sin darse cuenta en la aldea de los antropófagos". "¡Santo Cielo! -se consternó el explorador-. Y ¿cuál es la noticia peor?". Le dice el guía: "Ya habían comido"... El encargado del censo le preguntó a una señora: "¿Es usted casada?". Respondió ella: "Perdí a mi esposo en el mar". "Cuánto lo siento -se disculpó el que preguntaba-. Entonces es usted viuda". "No -precisó la mujer-. Íbamos en un crucero, y el caborón se enredó con una pelirroja"... En la fiesta un individuo de aspecto estrafalario se dirigió a la linda chica y de buenas a primeras le propuso: "¿Posarías desnuda para mí?". "No" -contestó ella apartándose del individuo. "¿Por qué no?" -quiso saber el majadero. Respondió la muchacha: "Porque no soy modelo". "Eso no importa -replicó el sujeto-. Yo tampoco soy pintor"... Muy enojada la joven mujer de redondeadas formas le pidió a su galán que le quitara la mano del opulento busto donde el tipo, atrevidamente, la había colocado. "¡Pero Bustolina! -se justificó él-. ¡Tú me dijiste que querías hablarme con la mano sobre el corazón! ¡Precisamente ahí la tengo puesta!"... Don Fecundino se refería con mucho orgullo a su familia. Dijo: "Tengo seis hijos". "¡Caramba! -exclamó otro señor con expresión de envidia-. ¡Cómo me gustaría a mí tener seis hijos!". "¿No tiene ninguno?" -preguntó don Fecundino con tono compasivo. "Sí -responde el otro-. Precisamente por eso me gustaría tener seis hijos. Porque tengo 14"... La señora daba sabios consejos a su hija. "Susiflor -la amonestó-, nunca olvides que el camino para llegar al corazón de un hombre pasa por su estómago". "Mami -acotó la muchacha-. Yo encontré otro camino que pasa más abajo"... No me avergüenza decir que soy santero. En mi caso eso de ser santero significa que me gustan mucho los santos y las santas. Tengo una colección de imágenes y estampas que me envidiaría la más beata de todas las beatas, y entre mis libros hay hagiografías -historias de las vidas de los santos- que van desde la Leyenda Dorada, de Santiago de la Vorágine, hasta el libro que se llama Todos los santos, en cuyas páginas Robert Ellsberg puso entre los santos de la Iglesia a otros que no lo son, pero a los cuales atribuye las notas de la santidad: Gandhi, Martin Buber, Teilhard de Chardin, Oskar Schindler, Pascal, Vincent van Gogh. Tengo el Año Cristiano de fray Justo Pérez de Urbel y la Iconografía de los santos, de Juan Ferrando Roig. Poseo los cuatro tomos de Butler y los dos de Leonardi, y no me falta El santo de cada día, por los hermanos sacerdotes Justo y Rafael María López-Melús. En cada santo o santa esplende una virtud que yo no tengo. Pero siento la vocación de las alturas, y en ellos hallo elevación y ejemplo. "Dios te haga un santo", me decía mi abuela Liberata. Su deseo quedó sin ser cumplido: El barro no era bueno. Pero a cambio Dios me hizo un pecador con nostalgia del bien, un ciego que no ha dejado nunca de recordar la luz. Sin merecerlo he conservado siempre el don de la fe. Me aferro a la esperanza como a un ancla, y procuro dar a los demás amor, y merecer el de ellos. Ésa es mi gloria. Ése es mi sábado de Gloria... Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue a la corte donde juzgaban a los delincuentes. El primero en pasar a juicio fue un ladrón especializado en forzar cerraduras. Le pidió el fiscal al juez: "Que el acusado muestre su herramienta". Ante la orden del juzgador el ratero exhibió su santoniño. Así se llama en el caló del hampa la barra de metal que los ladrones usan para forzar los candados y abrir las puertas. El segundo malandro era un violador. "¡Exijo prisión para él!" -demandó el fiscal. Y preguntó la señorita Himenia, disgustada: "¿A él no le va a pedir que enseñe la herramienta?"... Don Poseidón tenía una hija en edad de merecer. El novio de la muchacha se presenta ante él y le dice: "Señor, vengo a pedirle la mano de Dulcilí". Pregunta, severo, el genitor: "¿Y tiene usted dónde meterla?". "No -responde el galancete-. Precisamente por eso vengo a pedirle su mano"... (No le entendí)... FIN.

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