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La rosa amarilla…

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

Para mis amigos: Armando Sánchez Quintanilla (q.p.d.), Jesús Cedillo y Juan Ramón Cárdenas.

Ya venía yo arrastrando la languidez de los días santos, que se van desgajando como velas chorreadas que se queman en honor a cualquier santo, cuando a las dos de la tarde, me llega la noticia de la muerte de Gabriel García Márquez. El frío se apoderó de mi alma y no pude hacer otra cosa que meterme en la cama y llorar.

Estaba conciente de que "la rosa amarilla" se estaba deshojando desde hacía algunos años, cuando comenzó a perder la memoria. Pero uno quiere que la gente que ama dure para siempre. Porque nosotros aprendimos a amar al Gabo, al través de su literatura y su manera informal de ver la vida, porque todos somos unos rebeldes reprimidos que en algún momento quisimos mentarle la madre al mundo.

Sus amigos, eran para él, como para muchos de nosotros, parte fundamental de nuestras vidas. Y alguna vez dejó escrito este texto, que nunca se publicó: "Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca jamás con los amigos".

Pero ahora, volverá a ver a Cortázar, a Mutis y a Fuentes, entre otros muchos, que seguramente harán un baile cuando el Gabo llegue al cielo.

La pluma queda en descanso y la imaginación guarda reposo. Pocos con la imaginación del Gabo y muy pocos con esa maestría que tuvo para contar lo que veía.

Con esos ojos, el maestro de Aracataca, vio sus días de pobreza, cuando dormía en invierno a las puertas del metro de París, para aprovechar el calor de ese transporte. Cuando se jugaba la vida viajando en aviones de quinta, porque no había de sexta; y dónde aprendió a despreciar los salones fastuosos y a disfrutar las pequeñas cafeterías en las que se reunía con sus amigos a hablar de literatura y política.

Sus días de fraternidad en La Habana, quedaron atrás; y siempre le fue fiel al comandante, a pesar de que no lo merecía. Allá esperará a Fidel, que poco le falta para seguirlo, pero su compromiso con la revolución cubana ya terminó.

Atrás quedan sus libros: Desde "La Hojarasca", hasta "Yo no vengo a decir un discurso", pasando por la maestría de "cien años de soledad" y "el amor en los tiempos del cólera". Atrás las historias en torno a: "Lo que pesa un muerto" y aquella otra de "Las putas tristes"; todo estará ahí para que las nuevas generaciones se deslumbren con la narrativa del realismo mágico, merced a la pluma de una de las mentes latinoamericanas más lucidas del siglo XX.

Para no extrañar su obra, abra que releerla de nuevo, porque siempre le podremos encontrar otros ángulos tan interesantes, como la primea vez que la leímos.

Recuerdo ahora, los muchos días en que reunidos en torno de la mítica mesa de Don Artemio, Armando, Jesús, Juan Ramón y yo, nos deleitamos desmenuzando al Gabo, porque no había texto, artículo comentario que llegara a nuestras manos que no fuera abordado en esa mesa. Primero, se marcho para siempre Armando, el Obispo mayor y más ávido lector del mago de Aracataca; ahora debe estar feliz de recibirlo en el más allá.

Los demás amigos, quedamos tristes, a la espera de reunirnos pronto en esa mesa, envueltos en la magia culinaria de Juan Ramón, cuya generosidad no tiene límites.

El mundo va perdiendo a sus grandes hombres; y su partida nos deja un inmenso frío en el alma.

Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano":

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