Siglo Nuevo

La genialidad de Pedro Ramírez Vázquez

Estrategias en el pensamiento arquitectónico

Museo Nacional de Antropología, México, 1964.

Museo Nacional de Antropología, México, 1964.

Lucio Muniain

¿Cómo hacer que a través de un texto se logre transmitir con palabras la tectónica de un lugar? Escribir acerca de la obra de un arquitecto tiene por lo menos ese problema. Por lo tanto, algo que me interesa en el caso del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez (1919-2013) es hablar de su manera de ser, un estratega en todo sentido, ya sea acomodando espacios, diseñando logotipos o planeando la organización de los Juegos Olímpicos de 1968.

TRAYECTORIA

Egresó de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde también impartió cátedra como maestro. En 1968, fue presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos, que ese año se celebraron en la Ciudad de México, en donde colaboró con el diseño de la imagen gráfica del evento; su póster y emblema estuvieron presentes.

Asimismo, fue ganador del Premio Nacional de Bellas Artes en 1973. En 1976, el presidente José López Portillo lo designó como secretario de Asentamientos Humanos y Obras Públicas, cargo en el que permaneció los seis años de gobierno, para continuar posteriormente con el ejercicio de su profesión.

En su amplia trayectoria se destaca su papel como fundador y primer rector de la Universidad Autónoma Metropolitana. Fue doctor honoris causa por varias universidades como la Nacional Autónoma de México y la Universidad de Colima. Recibió múltiples premios y distinciones, como el Premio a la Vida y Obra, galardón otorgado por el Premio Obras Cemex en 2003.

Podemos sin duda señalar que se trata de un prolífico arquitecto, ya que entre sus obras más representativas nacionales están la Escuela Nacional de Medicina de la Ciudad Universitaria de la UNAM, hoy Facultad de Medicina (1952); Edificio de la Secretaría del Trabajo (1954); mercados de La Lagunilla, Tepito, Coyoacán, Azcapotzalco, San Pedro de los Pinos, y otros diez más (1955-1957); Museo Nacional de Antropología e Historia (1964); Museo de Arte Moderno (1964); Secretaría de Relaciones Exteriores (1965); Estadio Azteca (1966); logotipo de Televisa (1973); Embajada de Japón en México (1975); Nueva Basílica de Santa María de Guadalupe, en colaboración con los arquitectos Gabriel Chávez de la Mora y José Luis Benlliure (1976); Palacio Legislativo de San Lázaro, sede oficial de la Cámara de Diputados de México (1980); Centro Cultural Tijuana (1982); Torre Axa, antes Torre Mexicana de Aviación (1984); logotipo de la Fundación Mexicana para la Salud AC; Museo del Templo Mayor (1987); Museo Amparo, Puebla (1987).

En el extranjero está el Pabellón de México en la exposición mundial de Nueva York (1964); Museo de las Culturas Negras en Dakar, Senegal (1971); edificios gubernamentales para la nueva capital de Tanzania, en Dodoma (1975); Museo de Nubia, Egipto (1984), y el Pabellón de México, en la exposición mundial de Sevilla, España (1992).

Más allá de ser un número alto de obras construidas por el mundo, y tratando de no caer en temas donde la cantidad supere a la calidad de las mismas, se observa a simple vista que todas estas obras tienen un concepto en común: la estrategia funciona. La manera en que el pensamiento arquitectónico es abordado nunca queda obvio. Por el contrario, cada proyecto antes mencionado, lo primero que hace es resolver su problema en específico. Lo demás es lo de menos: bien lo dijo el arquitecto Louis Kahn en una de sus pláticas con estudiantes: “La arquitectura no tiene estilo”, claramente refiriéndose a que la parte fundamental de la arquitectura es resolver un problema de acomodo de espacios para servir a las personas. Nunca con un estilo definido. Por lo que se logra percibir en sus múltiples libros monográficos editados al día de hoy, al arquitecto Ramírez Vázquez pareciera que más allá de ser un gran profesional, es un gran estratega.

EL ESTRATEGA

A principios de los noventa, tuve la oportunidad de hablar con él ya que era amigo de mis abuelos y basta con escucharlo hablar de su anécdota del huevo. Cuando el presidente Gustavo Díaz Ordaz le cede el cargo de responsable de la organización de los Juegos Olímpicos de 1968, debido a la enfermedad que padecía Adolfo López Mateos, quien era el encargado hasta ese momento, y que se mostraba ya en una parte avanzada de la misma, la premisa que le ordenan es gastar el menor monto posible de dinero para poder lograrlo.

La Federación Internacional de esa disciplina exigía colchones de determinadas características y de una marca en específico manufacturados en Finlandia. El comprarlos allá sería sumamente costoso por lo que el Comité Organizador propuso colchones mexicanos realizados con apego a las especificaciones requeridas. No se aceptaron los colchones y el Comité insistió lo suficiente para que finalmente se acordara que se hiciera uno y si pasaba la «prueba del huevo» serían aceptados.

Ésta consistía en arrojar un huevo desde una determinada altura y si éste no se estrellaba, pasaba la prueba. Para esto, se buscaron los huevos de mejor calidad y que cumplieran, a su juicio, con ciertas características para bajar el riesgo de que se estrellaran al impacto, por ejemplo, que fueran de cáscara fuerte, no demasiado grandes y bien calcificados.

Se realizaron las pruebas un día antes de tener que juzgar si los colchones servían o no, y estos se rompían; por más que probaron de todos los modos posibles, los huevos se rompían. El día señalado llegó y, los colchones pasaron exitosamente la prueba. El presidente de la Federación aplaudió y comentó que los colchones eran de excelente calidad y le dijo a Ramírez Vázquez: “debo confesarle algo arquitecto: usted tuvo la razón y sus colchones son de excelente calidad. La prueba del huevo es imposible de superar. Debo admitir que los colchones Finlandeses no hubieran pasado la prueba. Fue una invención mía para no tener comparativas y mandar a hacer todo lo antes posible, pero, ¡felicidades, arquitecto! ¡Los colchones serán los mexicanos!”.

El arquitecto se despidió del federativo y sus acompañantes. Lo que no sabían aquellos hombres es que ante las fallidas pruebas ordenó: “Déjense de tonterías, cuezan el maldito huevo. Al sacarlos de la canasta, primero me pasan uno crudo y hago como que se cae y se rompe, entonces pensarán que todos son así, luego para tirar, me pasan uno cocido”. Riendo, el arquitecto me dijo que gracias a «ese maldito huevo» se evitó un gasto muy importante.

LA REFLEXIÓN

La reflexión es simple: ¿cómo saber si un arquitecto es «bueno» o «malo»? Quizá todo se trate de subjetividades cuando se habla de una obra plástica, pero en arquitectura hay un factor que es determinante: es el único arte que necesita funcionar para existir. Este factor puede ser uno tan simple como preguntarnos si la obra arquitectónica funciona o no.

En el caso de este gran arquitecto, la manera en la que resolvía las cosas parece hasta torpe. Sin embargo, el cien por ciento de las edificaciones no sólo funcionaba, sino que colocaron a México en un sitio muy importante en cuanto a arquitectura moderna se refiere, y un porcentaje altísimo de sus obras siguen en pie y funcionando bien.

¿Por qué arreglar el huevo y no el colchón? Esa es la estrategia. El fin es resolver un problema. Del arquitecto Ramírez Vázquez se aprende que el problema no es el problema en sí, si no que puede estar en cualquier factor relacionado directamente al mismo.

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Museo de Arte Moderno, México, 1964.
Museo de Arte Moderno, México, 1964.
Estadio Azteca, México, 1966.
Estadio Azteca, México, 1966.
La nueva Basílica de Santa María de Guadalupe, México, 1976.
La nueva Basílica de Santa María de Guadalupe, México, 1976.
Pabellón de México en la exposición mundial de Sevilla, España, 1992.
Pabellón de México en la exposición mundial de Sevilla, España, 1992.
Centro Internacional de Convenciones de Chetumal, México, 1992.
Centro Internacional de Convenciones de Chetumal, México, 1992.

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