Siglo Nuevo

El espíritu surrealista en el cine

Danza sobre la superficie de los sueños

Un perro andaluz, 1929.

Un perro andaluz, 1929.

Miguel Báez Durán

Buñuel, Jodorowsky, David Lynch y Nicolas Winding Refn son algunos de los nombres que se inscriben en la narrativa del cine surrealista. Artistas que nos han traído imágenes cargadas de simbolismo, portales hacia el inframundo donde el imperio de la intuición y las ideas es incuestionable.

CORTE AL OJO

La teoría del psicoanálisis de Freud pronto encuentra eco dentro de los terrenos de la creación artística. En el grupo comandado por la figura de André Breton, surge uno de los primeros filmes surrealistas: Un perro andaluz (1929). Sobre el celuloide y luego a través del mágico halo de luz sobre la pantalla se despliega el inconsciente freudiano en imágenes. La libre asociación de ideas y la fusión de los dos sueños de sus creadores hacen posible que el universo onírico se convierta en alimento para el arte.

Aunque con su cortometraje Luis Buñuel y Salvador Dalí les hayan arrancado entonces aplausos entusiastas a los surrealistas, todavía hoy una audiencia virgen se sentirá incluso violada por imágenes como la navaja que corta el ojo, la mano llena de hormigas o el vello de la axila transformado en piedra-erizo. Ni qué decir de los desdoblamientos del protagonista, los saltos y retrocesos absurdos en el tiempo o la mirada en blanco cargada de erotismo.

El escándalo causado por el siguiente crédito de Buñuel, La edad de oro (1930), es la prueba de que tanto entonces como ahora no hay mucho público preparado para digerir la representación de su propio «Ello» sobre una pantalla de cine. Por todas partes se busca una explicación racional para cada aspecto narrativo. Lo poco convencional saca de quicio a la mayoría.

«PSICOMAGO» DEL CINE

Ecos de Buñuel y de Dalí se dejan escuchar en la corta pero muy contundente filmografía del chileno Alejandro Jodorowsky. La montaña sagrada (1973) sólo podría describirse como desconcertante periplo, uno físico y espiritual donde el viajero se desdobla en varios de diversos planetas para así alcanzar la iluminación y tal vez la inmortalidad. Nutrido con un vasto conocimiento de diferentes filosofías, ciencias y religiones, Jodorowsky bombardea sin piedad la retina de los espectadores con una serie de imágenes que van desde lo hilarante hasta lo terrorífico.

En la primera parte un ladrón-mendigo, que peligrosamente recuerda por su apariencia a Cristo, experimenta encuentros fuera de lo común hasta establecer contacto con el Alquimista (interpretado por el propio Jodorowsky). Esto, tras subir semidesnudo en un ancla a la cima de una de las torres de Ciudad Satélite. Lo hace movido por sus ansias de riqueza. Pero el Alquimista pretende enseñarle a transformarse de excremento a oro, a alcanzar un nivel de iluminación sin precedentes.

Teniendo como escenario las calles y los edificios de la Ciudad de México donde se masacra a estudiantes ante turistas gringos, donde se reproduce la figura de Cristo en cantidades industriales, se prostituye a las niñas o los conquistadores españoles se vuelven sapos en un sangriento espectáculo callejero de circo; la primera etapa del periplo contiene resonancias que conmueven nuestro imaginario nacional en lo más profundo.

Si ése no es suficiente desafío ante lo convencional, el hilo narrativo será en ocasiones lanzado al basurero como si se tratara de una camisa de fuerza para así darle paso al trepidante despliegue libre de metáforas visuales, desde las hermosas hasta las abyectas. En la segunda etapa le serán presentados al mendigo sus nueve acompañantes, representando cada uno un planeta del sistema solar.

El periplo psicodélico del «psicomago» del cine también tiene mucho de visionario: las obsesiones actuales con la cirugía plástica, las armas, la comercialización del arte, las máquinas para sentirse amado y la violencia institucionalizada encuentran su crítica en cada uno de los planetas de los acompañantes del ladrón. El viaje se tornará ácido conforme los viajeros se vayan acercando a la montaña sagrada y tengan que enfrentar sus peores pesadillas. La inmortalidad tiene su precio.

Al final, el objetivo de la iluminación no habrá sido más que un truco cinematográfico. Pero en el ínter, Jodorowsky les habrá dado a muchos cineastas la lección de no dejarse limitar por las cadenas de lo racional. Algunos jóvenes de nuestro tiempo le pondrán mucha atención.

SUBTERRÁNEO IMPERIO AZUL

Un gran continuador de una cada vez más añeja tradición surrealista es el estadounidense David Lynch. Tanto El topo (1970) de Jodorowsky como Cabeza borradora (1977) de Lynch, formaron parte del repertorio del cine de medianoche en los Estados Unidos. Tras aquella delirante cinta sobre la paternidad primeriza, Lynch recibió continuas invitaciones a incorporarse a un cine más convencional. No por eso ha renunciado a usar en su proceso de creación ideas provenientes de la parte más irracional de la mente.

Tras estancias en la Inglaterra victoriana y en los desiertos de la ciencia ficción, Lynch halla un hogar creativo en los pueblos estadounidenses donde por debajo de la apariencia perfecta los bichos se despedazan, donde los clubes nocturnos de melancólicas luces color azul se transmutan en portales hacia el inframundo.

Así aparece en el panorama cinematográfico Terciopelo azul (1986), donde el surrealismo encuentra cabida en los extremos llevados hasta el límite de la luz y la oscuridad. Toda esta explosión del inconsciente enmarcada por una historia típica del género negro. Después de establecerse como un referente ineludible de la crítica, Lynch vuelve a experimentar la desatada libertad de su ópera prima con El imperio (2006).

Es hasta cierto punto sencillo explicar de qué trata la primera hora de este maratón audiovisual de tres: Nikki Grace (Laura Dern) es una actriz que decide hacer su regreso triunfal, tras un lapso gris en la carrera fílmica, con una cinta romántica. Y lo hará al lado de Devon Berk (Justin Theroux), coprotagonista, y Kingsley Stewart (Jeremy Irons), cineasta.

Durante un ensayo preliminar, los actores se enteran de que la película que están por rodar es el refrito de una polaca nunca concluida porque los protagonistas fueron asesinados. Los rumores apuntan a una dirección: el guión está maldito. Pronto, el personaje interpretado por Nikki (Susan Blue) comienza a afectar su vida de tal forma que la relación extramarital contada frente a las cámaras se traslada a la realidad y, de ahí, a la fragmentación de la actriz en todos los aspectos posibles.

En cuanto al contenido y tras dejarse llevar sin concesiones por sus ideas, El imperio se torna un experimento difícil de seguir aun para los fanáticos incondicionales de su obra. Aquí no habrá resoluciones ni catarsis ni revelaciones mayores durante el final. Para colmo, a lo largo de la hilarante conclusión habrá bailes catárticos, un mono y un leñador. También habrá, detrás del carrusel de la demencia, un hombre para quien el imperio de la intuición y de las ideas es incuestionable.

IRRUMPE EL RELEVO

Los silencios del «psicomago» en el cine acaban siendo mucho más largos que los de David Lynch. Luego de décadas de no rodar una película, Jodorowsky traslada su autobiografía a la pantalla grande con La danza de la realidad (2013). Al unísono, uno de los discípulos del alquimista chileno se encuentra con su maestro en el Festival de Cannes del año pasado. Jodorowsky le da la mano al cineasta danés Nicolas Winding Refn para que se convierta en su relevo. Él, a su vez, le dedica el filme que presenta en la selección oficial de Cannes: Sólo Dios perdona (2013).

El realizador de Dinamarca adquiere notoriedad con Drive (2011), filme por el que ganara el Premio al Mejor Director en Cannes hace dos años. Sin embargo, Sólo Dios perdona se acerca mucho más al espíritu surrealista. Aunque en sus tonos de iluminación recuerda al cine de Lynch, el surrealismo reside más bien en las decisiones estéticas tomadas por Refn. La forma más que el contenido se alía con el universo de los sueños: la luz roja -como sangre- reflejada en los rostros de los actores, el neón azul brillante que ilumina las calles y los tugurios de Bangkok, así como el barroquismo de la violencia.

En el fondo se encuentra una relación madre-hijo más allá de lo peculiar, una de esas que habría sido delicia para el doctor Freud. En una ciudad de policías corruptos, clubes de pelea y tráfico de drogas, el hermano de Julian (Ryan Gosling) ha sido brutalmente asesinado y ahora la madre de ambos, Crystal (Kristin Scott-Thomas), le exige a su hijo venganza.

La exuberancia de su estética se traslada también a las actuaciones: el mutismo del hijo, la vulgaridad de la madre y, entre los dos, un dios todopoderoso y violento.

La más reciente película de Nicolas Winding Refn ha dividido opiniones y la ha colocado en las antípodas. Es de esperarse.

Tanto las virtudes como los defectos de Sólo Dios perdona se deben sin duda a la ilimitada libertad en el proceso de creación, ésa tan cercana al surrealismo y al plano onírico de la realidad, ésa que tan enriquecedoramente alimenta al cine. Porque, al fin y al cabo, entre el séptimo arte y los sueños no existe ninguna diferencia.

Twitter: @mbaezduran

El topo, 1970.
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La montaña sagrada, 1973.
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La danza de la realidad, 2013.
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Sólo Dios perdona, 2013.
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