¿Cero y van cuántas? Ya perdí la cuenta. Desde que tengo uso de razón, algo en México se investiga y alguien promete "llegar hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga". Así de previsible y monotemático el discurso; así de surrealista el circo que lastimosamente nos regalan.
Cuando quieren que algo no se resuelva o le apuestan a entorpecer las cosas, los políticos crean comisiones investigadoras y prometen indulgencias y paraísos perdidos, pero al final, lo único que consiguen es gastar el erario en distracciones.
Son "padres" las comisiones; el asesinato de John F. Kennedy y la posterior "Comisión Warren", tal parece que abrió la "caja de pandora" y aquí nos contagiamos de la fiebre de la "comisionitis". Hoy tenemos comisiones para todo, de chile, mole y manteca porque a la hora de engrosar la ya de por sí onerosa burocracia, los políticos se pintan solos.
Que si el IFE observa desperfectos, pues inventamos un nuevo organismo que se encargue de los procesos electorales aunque ello implique gastar millones de pesos. Que si la línea 12 del metro capitalino falla y tiene que ser clausurada, pues nos sacamos de la manga un órgano que investigue a los presuntos culpables, a los que adivino, nadie va a detener. Que si la PGR tiene cuadros corruptos, pues la reestructuramos como cada seis años en lo que se ha vuelto una bonita tradición.
Según cifras, la corrupción en México nos cuesta el diez por ciento del producto interno bruto. Ahora, creyéndose Diógenes con su linterna y sin haber aprendido cuán absurdas son ciertas cosas, son los senadores quienes nos regalan otra perla: un nuevo órgano de combate a la corrupción que según dicen: "tendrá autonomía constitucional y facultades para investigar, prevenir y sancionar las irregularidades cometidas por servidores públicos".
A partir de una propuesta de campaña de Enrique Peña Nieto, se planta la semilla que hoy promete germinar en la creación de la Comisión Nacional Anticorrupción, que reforma los artículos 73, 107, 109, 113 y 116 de la Constitución, y que dicen tendrá la encomienda de combatir la corrupción en todos los niveles del gobierno e instituciones.
Se tardaron un año, doce largos meses, en planear otra brillante y nada novedosa idea que ahora sí, aseguran, arrojará resultados. Pónganse a temblar los corruptos pues de ser aprobada por la Cámara de Diputados, la nueva Comisión Nacional Anticorrupción, será el coco de los políticos, presentes y pasados. El país va a dar un giro de ciento ochenta grados, ya verán.
La corrupción no es sintomática del actual Gobierno de la República, sino espejo de lo que como sociedad fuimos, somos y en lo que nos hemos convertido: en un pueblo yéndose por la tangente y sobre el camino de lo fácil, proclive a ser corrupto y dar y recibir mordidas, desde el humilde policía de tránsito, hasta el más encumbrado de los funcionarios.
La corrupción, un fenómeno cultural enquistado en todos los espectros y a todos los niveles, no se resolverá ni a nivel social ni mucho menos en la arena política - que permite, facilita y es campo de cultivo fértil para estas prácticas- creando otro aparato burocrático.
Es más, desde ahorita te vaticino que terminado el sexenio, de poco o nada habrán servido tales esfuerzos y que quienes hayan robado, gozarán las mieles del retiro en otros lados. Como siempre. ¿Por qué?, porque no se nos pega, o se les pega la gana, dejar de robar y dejar de ser corruptos. Así de sencillo.
Cuando no existe ni la mínima intención de cambiar, los discursos y las comisiones de nada sirven. Asumamos una noción: la insoportable voracidad del político que no se cansa de robar.
No es un insulto, sino la descripción de lo que somos y a lo que hemos permitido lleguen otros, por ignorancia, apatía o permisibilidad.
En un país corrupto, la Comisión Nacional Anticorrupción, mucho antes de nacer, estará arando en el desierto.
Twitter @patoloquasto
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