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Carga el estigma de ser el 'segundo tirador'

LUEGO DE VEINTE AÑOS, LA VIDA COMIENZA A HACERLE JUSTICIA A UNO DE LOS INCULPADOS

Othón Cortez. Se le acusó de estar involucrado en el asesinato del priista Luis Donaldo Colosio. Hace casi quince años que la PGR lo culpó de coparticipar en el delito, mientras encabezaba un acto proselitista.

Othón Cortez. Se le acusó de estar involucrado en el asesinato del priista Luis Donaldo Colosio. Hace casi quince años que la PGR lo culpó de coparticipar en el delito, mientras encabezaba un acto proselitista.

AGENCIAS

Tres años después del asesinato de Luis Donaldo Colosio, Jorge Romero Romero, uno de los testigos que sustentaron la teoría del "segundo tirador", confesó: años atrás incriminó a un joven humilde, llamado Othón Cortez, porque "soñó" que lo vio disparar.

Así de rápido, Romero tumbaba toda la tesis que había elaborado el tercer fiscal para el caso, Pablo Chapa Bezanilla, y que respaldaron él y otras dos personas. Todos aseguraron en 1995 que vieron a Othón Cortez disparar al candidato en el abdomen.

Retomado el caso por un nuevo fiscal, Jorge Romero ofreció una nueva declaración: les dijo que "como parte de un sueño creía haber visto, y hasta la fecha no sabe o no recuerda qué vio; una mano que al parecer traía una pistola", la misma que antes juró era la de Othón Cortez, un chofer oaxaqueño de 28 años de edad.

A veinte años del magnicidio las heridas que dejaron los sueños de Romero son obvias en Othón. Las delata su caminar: anda a pasitos lentos, sufriendo cuando hay que apoyar la pierna izquierda; las secuelas de las torturas y el encierro injusto en Almoloya de Juárez. Lo encarcelaron el 27 de febrero de 1995 -un año después del crimen- y demostraron su inocencia casi dos años más tarde. A pesar de que se comprobó que todo fue un montaje de Chapa Bezanilla, Othón ha vivido estigmatizado como "el otro que mató a Colosio".

Durante más de dos décadas, el hombre de sonrisa franca y mirada aguerrida nunca ha escondido el rostro: ha luchado por recuperar lo que le quitó el Estado cuando lo hizo el preso 0595: por más de 17 años le fue negada su credencial de elector. El IFE le exigía las copias de su expediente de 65 mil hojas; imposible de costear para la familia Cortez.

Además tiene una deuda de 18 millones de pesos: "Cuando salí del penal los demandé por resarcimiento del daño. Ellos me contrademandaron y la Suprema Corte dio el fallo a favor del gobierno".

Enrique Peña Nieto es el primer presidente que se comprometió públicamente a indultarlo. Sin embargo, "sólo en palabras", protesta Othón Cortez. Dice que podría llevar su caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con tres abogados de Los Ángeles, porque en México, tras 20 años, todo sigue igual.

 LOMAS TAURINAS

El 23 de marzo, en la populosa Lomas Taurinas todo era arrumacos y agarrones. Un mitin "de esos que le gustaban al PRI", y que Othón conocía de antaño. Desde mediados de los ochenta era el chofer del partido.

El candidato lo conocía bien: desde que era secretario de Desarrollo Social, Othón lo paseaba cuando andaba de gira de trabajo por Baja California y Baja California Sur. Por eso estuvo ahí el 23 de marzo.

El apretujadero y los jalones lo alejaron del candidato, que se desplazaba lentamente entre la multitud: "Escucho la música y un sonido como de dos cohetitos. Entonces volteo y ya estaba tirado".

A veces Othón Cortez se desvanece. Llora al recordar lo que le hicieron. Cierra los ojos, suspira y rápidamente recupera el aliento. Regresa la voz que se vuelve ronca cuando se quiebra. Se limpia los ojos que se inundaron de lágrimas y vuelve a la lucha.

"Me dislocaron el hueso de la pierna a patadas, me reventaron el oído de tantos golpes en la cabeza; después vinieron los choques eléctricos en los testículos. Me vaciaron chile por la nariz y metieron alfileres debajo de las uñas", dice férreo.

Un año después del asesinato de Luis Donaldo Colosio fue nombrado fiscal del caso Pablo Chapa Bezanilla. Él esgrimió la tesis del "segundo disparador", apoyado por tres testigos: María Belem Mackliz Romero viuda de Osuna, Jorge Romero Romero y Jorge Amaral Muñoz, compañeros en el PRI de Othón Cortez.

"Vienen por mí el 24 de febrero de 1995, aquí adelante, en el bulevard Simón Bolívar. Llevaba a mi esposa, que es maestra, y a mis niños de tres y cinco años al kínder", cuenta.

A Othón lo tuvieron dos días incomunicado. Después se lo llevaron en un vuelo a la Ciudad de México, amarrado e inmovilizado. Cuando llegó lo aventaron rodando por las escaleras y en medio de un fuerte operativo de seguridad lo trasladaron a la oficina de Pablo Chapa. Ahí lo torturaron dos días y medio.

"Querían que firmara que me había mandado Manlio Fabio Beltrones y el general Domirio García". Nunca lo hizo. Pese a las negativas, lo llevaron al penal de Almoloya de Juárez. Le pusieron un saco para esconder las manchas de sangre que dejaron las brutales torturas. Me llevaron a mi celda y ahí lloré como nueve horas".

A las 11 de la mañana del 7 de agosto de 1997, Othón Cortez limpiaba su diminuta celda de tres por dos metros, apenas se iluminaba de una sombría luz que daba una lámpara artificial. Doblaba una cobija sobre la plancha de cemento a la que le dicen "cama". Recogía las cartas que le enviaron sus hijos y una Biblia que lo acompañó.

-¿Qué estás haciendo Cortez? -le preguntó un custodio.

-Es que ya me voy a mi casa. Me están esperando mis hijos y mi mamá -contestó seguro.

-¡Ay, pinche Othón, estás bien loco!

Sabía que ese día tendrían que dictarse sentencia y confiaba en que Dios no lo iba a desamparar. En una pequeña televisión que le permitieron ingresar al penal, cortaron la programación para enlazarse al juzgado penal de Toluca.

"El juez decreta la libertad inmediata a Othón Cortez Vázquez", repite veinte años después. La voz se le desploma y se hace el silencio. Llora tanto como aquel septiembre. Pasa su mano sobre los ojos y se disculpa.

Fue a las 11 de la noche cuando Othón abandonó el penal. Aunque antes de salir le lanzaron una advertencia: "Ya estuvo, mejor quédate callado para que no tengas más problemas". Desde ese día, Othón no ha callado. Lucha por que el gobierno mexicano repare todos los daños irreversibles que la causó a toda su familia.

Durante más de diez años no logró conseguir un empleo. En las calles le gritaban: "Mira, ahí va el que mató a Colosio". Apenas hace algunos años, un alcalde municipal panista le ofreció trabajo como guardia de seguridad en el parque de la ciudad. Ahí se siente feliz, dice.

Después de veinte años, la vida comienza a hacerle justicia a Othón, a su esposa y a sus hijos. Pero aún esperan que el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto lo absuelva de esa deuda de 18 millones de pesos que carga desde la gestión del presidente Ernesto Zedillo. Sigue en pie de lucha, en espera de la justicia.

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Escrito en: Othón Cortez Colosio

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