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Mike Leigh: la vida como es

La improvisación como método

Mike Leigh: la vida como es

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Miguel Báez Durán

El director inglés Mike Leigh logra pasar del registro dramático al cómico con soltura. Así lo demuestran algunos de los premios con los que ha sido condecorado durante su carrera cinematográfica. Eso a pesar de que su filmografía no es abundante.

Desde la Palma de Oro del Festival de Cannes con Secretos y mentiras y culminando con las nominaciones al Óscar por El secreto de Vera Drake, este precursor del realismo británico, junto con Ken Loach, se ha vuelto famoso por la improvisación de sus actores y por mostrar con ellos la vida tal como es.

MENTIRAS DESNUDAS

En Al desnudo (1993), Johnny es un filósofo andrajoso y misógino que, al cabo de lastimar sexualmente a una de sus múltiples parejas, escapa de Mánchester y se refugia en el departamento londinense de Louise, una ex novia. Acto seguido el espectador y Johnny vagarán juntos por las hostiles calles alternando con todo tipo de seres: drogadictos, escoceses neuróticos, veladores, mujeres exhibicionistas, choferes, contaminadores visuales, sádicos violadores, jóvenes traumatizadas y hasta perfeccionistas.

Estos personajes son, sin excepción, sombras solitarias y fantasmas perdidos. Para sí, anodinos y simples. Peleles en su realidad. Pero, atravesando la barrera impuesta por la pantalla, se vuelven extraordinarios y entrañables para el cineasta. Nuestro repugnante antihéroe, a pesar de sus insultos e irónica careta, es un hombre sensible y pensante con una ideología propia sobre la sociedad, la teología y el fin del mundo. La impresionante actuación de David Thewlis agradó hasta al jurado de Cannes, ya que le concedieron el premio de interpretación masculina aquel año.

ASUNTOS FAMILIARES

Tiempo después, Leigh gana la Palma de Oro en el mismo festival internacional con Secretos y mentiras (1996). La película cuenta tres historias distintas tendientes a la fusión y sin dar paso a sensiblerías. Cynthia Purley es una mujer cuarentona, ordinaria y soltera, que sufre los malos tratos de su hija Roxanne. Maurice Purley es un obeso fotógrafo de estudio casado con la codiciosa Mónica, sin hijos y alejado de su hermana. Hortense es una joven optometrista negra que, luego de la muerte de su madre adoptiva, descubre el color de piel de su verdadera progenitora (blanco) y su apellido (Purley). Una reunión entre tales seres en ningún momento será silenciosa.

La solidez de Secretos y mentiras nace de su simpleza. El bajo presupuesto no le resta impacto, profundidad o interés. Los personajes presentados, por su carácter cotidiano, logran la simpatía del espectador aunque estén aparentemente ilesos, en su físico y en su alma. La tragedia que viven es interna. La soledad los cubre de distintas formas: Hortense por perder a su madre adoptiva, Cynthia por no tener una relación estable con Roxanne, Maurice y Mónica por la falta de hijos.

El aislamiento doloroso los hace familiares y cercanos al individuo promedio. Eso se debe a las impresionantes actuaciones de todo el reparto: hombres y mujeres que no estuvieron condicionados a seguir unos diálogos en papel sino a encarnar los sentimientos deseados por el cineasta. Los secretos y las mentiras crecen dentro de ellos como una gangrena, matándoles la capacidad de compartir. El engaño se convierte en verdad en nombre de la armonía y de lo aparente. Dentro del aspecto técnico destacan el adecuado ritmo narrativo -agilidad en lo accidental y parsimonia en lo esencial- y los lastimeros violines como banda sonora.

EL RETO DE MANTENERSE FELIZ

Sin embargo, en ocasiones, Leigh le otorga a los espectadores una historia más ligera y no por eso despreciable. Éste es el caso de La dulce vida (2008). La protagonista indudable es Poppy, una profesora de escuela primaria con una personalidad vibrante, colorida y, durante algunos momentos, incluso irritantemente feliz. Siempre con una sonrisa en los labios y con el chiste en la punta de la lengua, no hay nada oscuro ni terrible en la existencia de esta mujer.

Desde hace diez años comparte su departamento con una amiga y colega, recibe las visitas de su antipática hermana y, poco después de comenzar la cinta, decide -tras serle robada su bicicleta- tomar clases de manejo. Su instructor, Scott, es un hombre resentido, racista y paranoico. Dos seres humanos tan dispares dentro de un espacio tan reducido como el de un coche-escuela sólo podrán sacar chispas. Algo intuye Poppy en Scott que la lleva a ayudar a un niño golpeador en su escuela y, gracias a ello, conocerá a su futuro novio, un trabajador social.

A partir de la improvisación, Leigh va construyendo sus personajes e hilando la historia. La naturalidad que se despliega en la pantalla es, por lo tanto, innegable. El guión -inexistente al inicio del rodaje- se constituye en un logro, pues tiene una admirable coherencia. El hilo conductor será la relación entre dos personajes antitéticos como Poppy y Scott. Leigh los conducirá a la confrontación de sus deseos y miedos hasta el enfrentamiento final que los separará para siempre. Poppy se dará cuenta de que no puede hacer feliz a todo mundo.

Entre tanto, el director nos llevará de la mano a través de escenas hilarantes como la de una apasionada maestra de flamenco o incluso conmovedoras -ésa en donde Poppy trata de conversar con un indigente y que nos muestra la compasión y el ilimitado deseo de prodigar alegría de la mujer.

Ésta es, además, una cinta para el lucimiento de una actriz y aquí Sally Hawkins, se luce sin miramientos. La dulce vida resulta una comedia nada ingenua sobre esos seres cuya luz puede llegar a cegar, pero tan necesarios para que el mundo en el que vivimos no se ahogue en la amargura.

AMISTAD Y ENVIDIA

Toda una vida (2010) abre con el rostro triste y deprimido de Janet, una mujer de mediana edad que sufre de insomnio y a la que su doctora envía con Gerri, una psicóloga que a su vez está casada con Tom, un geólogo. La cinta pronto se olvidará de Janet y se centrará en este matrimonio.

Gerri y Tom son una pareja ya entrada en años que por lo visto no han dejado apagar el amor que se profesan y, a pesar del tiempo, siguen tomando la vida con humor y una actitud positiva. Podrían ser los padres de Poppy. En su casa se ven rodeados por varios amigos y, en ocasiones, también reciben la visita de su único hijo. Entre los conocidos que frecuentan la casa del matrimonio se encuentra Mary, una colega de Gerri y mujer de mediana edad no muy diferente a Janet que, aunque aparenta lo contrario, ya no le encuentra mucho sabor a la vida tras varios fracasos amorosos.

Estructurada en cuatro fragmentos titulados cada uno con el nombre de una estación del año, Toda una vida (o Another Year) presenta personajes que, en primera instancia, pudieran semejar ser tan antitéticos como Poppy y Scott. Por un lado, está la luminosidad irradiada por Gerri y Tom, siempre listos para recibir con amabilidad a sus invitados con una comida deliciosa y buen vino, siempre generosos pero contundentes al serles requerido algún consejo.

Por otro, la personalidad burbujeante de Mary, resplandor sin fondo natural que pronto se irá extinguiendo conforme pasen las estaciones para mostrar el semblante de una mujer desesperada y alcohólica en busca del amor. Mary se verá en el espejo de sus amigos y no le agradará el reflejo.

En muchos sentidos, Toda una vida es un tratado acerca de la amistad. Pero también de la envidia que surge con ella, de cómo se anhela tener la vida «ideal» -casa, dinero, amor- de los otros. También de cómo algunas personas necesitan rodearse de miseria para no verla en sí mismos. Es así como el foco de la historia vuelve a desplazarse. Esta vez, del hogar apacible de Gerri y Tom a la soledad de Mary, dándole así énfasis a la extraordinaria actuación de Lesley Manville. Sin embargo, esta participación no salva al filme de naufragar en su último fragmento, el del invierno.

Cuando muera la cuñada de Tom y entre a escena su hermano Ronnie, cuando Mary y Ronnie se encuentren en casa del matrimonio y tengan una reunión exclusiva para deprimidos, el filme se irá al traste por su monotonía. En esta ocasión, Leigh le pide demasiada paciencia -más de la acostumbrada- al espectador. Sin embargo, se constituye como un crédito consistente en la filmografía del director.

A través de la sencillez y la humanidad desnuda de sus personajes, Mike Leigh logra develar sentimientos sin caer en la cursilería. El director inglés no necesita presupuestos millonarios ni efectos especiales para emocionar al espectador. Le bastan un reparto de actores profesionales y una situación imaginada para desarrollar historias que conmueven y que son tan reales como la vida misma.

Twitter: @mbaezduran

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