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La entrevista a Carlos Salinas

PATRICIO DE LA FUENTE

Brillante, inteligente, quizá en ese sentido sin rival entre los mandatarios de la segunda mitad del siglo pasado. Así es Carlos Salinas de Gortari, ex Presidente de México. Eso, ni amigos ni detractores que a dos décadas de terminado el sexenio siguen siendo muchísimos, lo niegan. Ahí el único punto donde los extremos se tocan: en coincidir que Salinas es poseedor de un calibre intelectual de excepción.

Muy poderoso, ave de tempestades con quien México no logra aún reconciliarse y por ello el juicio tan lacónico y visceral que lo sitúa ya sea como el hombre que llevó al país a la modernidad, o la encarnación del demonio en la tierra según otros, a Carlos Salinas, a la fecha, se le atribuyen poderes y facultades que en realidad no tiene. Fantasiosos, algunos afirman que sobre Enrique Peña Nieto, Presidente de México, manda Salinas. Nada más falso.

De aquel fatídico 1994, el año que bauticé como el que vivimos en peligro y del que aún quedan resabios, traumas, preguntas sin respuesta y heridas en la conciencia colectiva de los ciudadanos, se refiere y rememora Carlos Salinas en una serie de entrevistas publicada esta semana por El Universal.

Según el entrevistado, los sucesos de 1994 -el alzamiento del EZLN, los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, la fuga de capitales y posterior devaluación, entre otros- se debieron a una respuesta de quienes vieron amenazados sus intereses. "Habían apostado a descarrilar las reformas, como no pudieron, entonces promovieron el descarrilamiento del gobierno", dice.

En ellas, en las entrevistas, no hay sorpresas ni grandes revelaciones que se alejen de los juicios y el balance consistente, que durante años Salinas ha hecho de su administración. Estudioso de la condición humana, anticipando el terreno que pisa cuando sus interlocutores lo cuestionan, hasta hoy nadie ha podido ni logrado sacar al expresidente de sus casillas, o conseguido una respuesta de ocho columnas. Ni el periodista radicado en Miami, Jorge Ramos, pudo hacer que Carlos Salinas perdiera la calma cuando hace tiempo lo increpó cuestionándolo sobre la presunta riqueza, inconmensurable, que muchos le atribuyen.

Carlos Salinas de Gortari, en las contadas ocasiones en las que platica con los medios, sencillamente aporta su visión personal e intenta reescribir la historia. Dardos envenenados de por medio cuando la ocasión lo amerita, sutilezas del argot político, Salinas atribuye fracasos a actores a los que nombra o deja entre líneas, y calla para sí algunos pasajes, demasiado traumáticos y comprometedores al ni siquiera hablar de ellos. Jamás le ha puesto nombre y apellido, ni lo hará, al grupo de poder que según él, dio al traste con el afán transformador del salinismo.

No será enteramente verdadera, pero la versión que aporta es la suya, es el modo en que pretende reinventarse y ser recordado por los mexicanos. Probablemente, de tanto repetir el guión y estudiarlo, terminó por creérselo. Salinas busca y anhela, aunque no lo diga, la absolución de un país ciclotímico a la hora de abordar su historia oficial, que divide a sus gobernantes en buenos y malos, en vencedores y vencidos, en héroes y villanos, que huye de los matices y se niega a mirar las luces y sombras de los hombres de poder. Con Salinas de Gortari, como con pocos, las medias tintas no existen, y a la distancia que suponen veinte largos años, México no se ha reconciliado al no satisfacerle las respuestas y explicaciones, muchas a medias, de un hombre que parece estar más preocupado por el paso de su nombre a la historia, que por dar lucidez y esclarecer, de una vez por todas, un año que es recordado como uno de los más fatídicos y negros en nuestra historia. 1994.

No, con Carlos Salinas, para bien o mal, no hay ni habrá sorpresas. Hace algunos años, me cuentan de primera mano, Salinas se reunió con estudiantes mexicanos de la escuela de negocios de Harvard. Varios quisieron increparlo con preguntas fortísimas e inteligentes. Presente la élite estudiantil en torno a Salinas, un grupo pequeño que durante dos horas, cuestionamiento tras cuestionamiento, a Carlos Salinas se le fue, de mil y un formas, a la yugular.

"No pudimos y vaya que le intentamos, el tipo es sensacional, brillante, maquiavélico si quieres, pero se echó al público a la bolsa. Al final, quien lo diría, me acerqué, todos lo hicimos, a saludarlo. Se fue entre aplausos. Hizo de nosotros lo que quiso", sentencia mi interlocutor.

Twitter @patoloquasto

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