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El amor inteligente

ADELA CELORIO

Si el amor no es obsesión, locura, encandilamiento ¿entonces qué es? Las novelas inmortales están basadas en amores ciegos e impredecibles que toman su forma en el alma sin que los guíe designio alguno y ni siquiera participe en ello la voluntad de los enamorados ("Cumbres Borrascosas" por ejemplo) "La dolencia/ del amor que no se cura/ sino con la presencia y la figura"; porque el amor no es asunto de cabeza ni de sexo, sino de corazón; por cierto el gran ausente en la revolución sexual, ese profundo despeñadero que nos va convirtiendo en inválidos del espíritu. La más imprescindible necesidad de todo ser humano -lo confiese o no- es amar y de preferencia, ser correspondido. Algo que parece tan sencillo, es sin embargo, privilegio de muy pocos. Correspondida o no, bienvenida sea siempre la experiencia amorosa que da sentido a la vida e incluso a la muerte. "[…] años fantasmas, días circulares/ que dan al mismo patio, al mismo muro/ arde el instante y son un solo rostro/ los sucesivos rostros de la llama/ todos los nombres son un solo nombre/ todos los rostros son un solo rostro/ todos los siglos son un solo instante/ cierra el paso al futuro un par de ojos/" Así dio testimonio de su primer enamoramiento Octavio Paz en "Piedra de Sol".

Y "se casaron y fueron felices para siempre"; ahí terminan sabiamente los cuentos. El problema comienza con ese para siempre que se arrastra año tras año, día tras día durante veinticuatro horas como el cuchillito de palo o la gota que cae siempre en el mismo lugar hasta que lo agujera. Debe ser por eso que más adelante, en la misma Piedra de Sol que es inmensa y universal, Octavio Paz pasa de la exaltación del enamoramiento, al total desamor cuando dice: […] no hay nadie, no eres nadie,/un montón de ceniza y una escoba,/ un cuchillo mellado y un plumero,/ un pellejo colgado de unos huesos,/ un racimo ya seco, un hoyo negro/ y en el fondo del hoyo los dos ojos/ de una niña ahogada hace mil años./

Y es que después del enamoramiento que muy bien ilustrarían Cupidos borrachos con los ojos vendados; llega la hora de la verdad, que es la convivencia: esa prueba de resistencia que decidirá si una relación se consolida o se muere. El día tras día golpeteando contra la costumbre, los pequeños detalles que no son significativos, pero que a través de repetirse, con el tiempo se convierten en perversas obsesiones. Mi amiga Cotilla se divorció de su tercer marido porque no soportaba la forma en que revolvía la cucharilla en el café: "Le da veinte vueltas y yo lo tengo que ver todas las mañanas", me confesó desesperada. Yo misma siento la urgencia de huir ante la desgracia total en que mi marido deja las toallas por los pisos, los envases destapados, los cajones abiertos, el dentífrico despanzurrado, las horas de televisión, el aburrimiento. Nada grave, pero que a lo largo de los años resulta insoportable. No me voy, o me voy y vuelvo siempre para arreglar el desastre, y porque soy masoquista y me gusta creer que mi Querubín no sobrevive sin mí.

Es claro que en la vida conyugal aquello de que se casaron y fueron muy felices; es sólo el principio de una larga carrera de resistencia. Pero entonces, ¿qué parte no entendí cuando hasta ahora vengo a enterarme de que existe algo así como el amor inteligente, bien administrado y equitativo? En principio me suena un poco aburrido, aunque debo confesar que por haberme casado no una sino dos veces, con gran enamoramiento aunque siempre con hombres inadecuados; debo ser la mujer menos calificada para hablar de amor inteligente.

Pero resulta que tengo en mis manos un libro de Enrique Rojas (catedrático de psiquiatría y director del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas) cuyas ideas me parecen iluminadoras y me gustaría compartirlas con algún lector que como yo, esté a punto de tirar la toalla. A lo mejor nos sirve.

"Enamorarse -dice Rojas- supone mucho porque sirve de motor de arranque para plantearse un proyecto que merece la pena, con una persona que se descubre valiosa. Sin embargo, el mejor amor se desmorona, se viene abajo, se hunde, se oxida si no se trabaja a base de cosas pequeñas, en apariencia menudas, pero que constituyen el leitmotiv del amor conyugal. Mantener el amor con el paso del tiempo y los mil avatares que se atraviesan en la vida; es Orfebreria del alma que exige una gran generosidad, entrega, renuncia, alegría y olvido de sí mismo. Todo lo anterior suena inteligente, pero lo dejo a espíritus más exquisitos que el mío. Yo prefiero volver a Octavio Paz y su Piedra de Sol donde dice: […] "Caer, volver, soñarme y que me sueñen/ otros ojos futuros, otra vida, / otras nubes, morirme de otra muerte."

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