Siglo Nuevo

Cronenberg: la máquina hecha carne

De la mutación a la psique humana

Un método peligroso, 2011.

Un método peligroso, 2011.

Miguel Báez Durán

Pocos son los directores de cine que identificados con el terror logran darle un giro a su carrera de tal suerte que, a la larga, terminan convirtiéndose en los consentidos de la crítica, entrando al panteón de los denominados «autores». Éste es el caso del canadiense David Cronenberg. En su obra los cinéfilos podrán hallar una perspectiva visionaria de la mutación del cuerpo a través de la tecnología. Y, más recientemente, buceos en los rincones ocultos de la mente.

Nacido en Toronto hace siete décadas, Cronenberg incursiona en el cine a través del mal valorado género de horror. Luego de algunos créditos dentro de esta sintonía, llega Telépatas, mentes destructoras (1981) con su inolvidable escena de la cabeza explosiva. Ahí, a pesar de sus defectos y del bajo presupuesto, Cronenberg se volverá una referencia obligada del género.

Sin embargo, a partir de créditos como Videodrome (1983), la atención de la crítica se centrará en algunos de los temas que obsesionan al director. Uno en particular -el de la transformación del cuerpo humano a partir de la intervención tecnológica- resalta en títulos como La mosca (1986), Crash: extraños placeres (1996) o eXistenZ (1999). Ya en el nuevo milenio y con Spider (2002), Cronenberg se aventura al interior de los laberintos no sólo del cuerpo, sino además de la mente. Esto, sin olvidar la violencia característica del género dentro del cual se inició en el séptimo arte.

TATUAJES EN LA RETINA

El cineasta nos sitúa al comienzo en un barrio londinense. Ahí es posible respirar y sentir las oleadas de inmigrantes que arriban buscando la abundancia. Siguiendo también con el realismo inaugurado en sus más recientes filmes, confronta a la audiencia con un argumento plantado en la verosimilitud aunque no exento de los excesos del género en el cual se enmarca, excesos que las hábiles manos del cineasta moldean para impregnarlo de su particular sello.

Una plática común en una barbería se convierte en ejecución de brutalidad descarnada e imprevisible. Al mismo tiempo, una adolescente embarazada acude a la farmacia ante el peligro de un sangrado. Entonces, el rojo tiñe por entero la apertura de Promesas peligrosas (2007). Estamos ante un thriller y no ante una película de denuncia social.

La joven rusa muere dejando sola a su hija. Sólo los brazos de la enfermera Anna (Naomi Watts) podrán acogerla. Descendiente a su vez de inmigrantes rusos y albergando en su memoria una tragedia que la atormenta, Anna se da a la tarea de descifrar los secretos escondidos dentro del diario de la joven y así se inmiscuye en asuntos de la mafia, la misma que mandó ejecutar al hombre de la barbería. También se encontrará a lo largo de su periplo con Nikolai (Viggo Mortensen), chofer de la familia comandada por Semyon (Armin Mueller-Stahl) y amigo del hijo descarriado, Kirill (Vincent Cassel).

Frente a Nikolai, Anna se debate entre la atracción y el asco. Conforme avanza el filme, la figura de la heroína se va desdibujando frente a la del chofer -más sabueso fiel que humano por su ciega disponibilidad para complacer al niño mimado de Semyon. Acercándonos al desenlace, la cinta se vuelca mucho más hacia el cine negro cuando logramos ver más allá del semblante impasible del personaje interpretado por Mortensen, histrión también dispuesto a todo ante el liderazgo de su director, incluso a mostrarse en su mayor estado de vulnerabilidad para filmar en un sauna la escena más violenta del largometraje.

El tema obsesivo de la alteración del cuerpo -mucho más oculto y dentro de un tono digerible, aunque no menos grotesco- se le presenta al espectador tanto en mutilaciones de dedos como en el despliegue de tatuajes cuya importancia para la hermandad es relevante, pues sólo a través de ellos se puede leer la biografía del amigo o del rival.

En este crédito la violencia se exhibe frente a los ojos del público de forma menos prolongada en contraste con otras películas del director. Pero con tal contundencia deja un tatuaje en la retina, tan intenso y fresco como los ostentados por Nikolai y los demás integrantes de la cofradía.

LA CURA HABLADA

Durante el hilado de la trama de Un método peligroso (2011) se forma un triángulo -no del todo amoroso- entre personajes históricos: Carl Gustav Jung (Michael Fassbender), Sabina Spielrein (Keira Knightley) y Sigmund Freud (Mortensen de nuevo). La toma abre con un carruaje a todo galope ilustrando el ingreso de una paciente histérica de origen ruso-judío a la clínica donde trabaja Jung. Habiendo estudiado las teorías de Freud sobre «la cura hablada», Jung decide aplicarlas para analizar la mente de Sabina.

Ahí descubrirá maltratos y abusos que han convertido a la paciente en virginal aspirante a masoquista. La mujer se recupera e incluso se interesa en el campo de la psicología para, a su vez, ayudar a otros pacientes. Jung estrecha lazos con Freud. Éste ve en aquél a su sucesor. Ante la educación protestante de Jung, Freud le envía al libertino colega Otto Gross (Cassel de nuevo) para que las ideas de uno y otro se nutran.

Para Gross, el instinto debe ser liberado. Para Jung, un cierto orden no debe ser subvertido. La situación encuentra su deterioro cuando Jung adopta la doctrina de Gross y se convierte en el amante de Sabina. Más adelante, el diálogo entre mentor y alumno se romperá sin remedio.

Además, la impecable hechura de la obra despliega excelentes ambientación y vestuario. Las actuaciones por parte de quienes interpretan a los dos precursores del psicoanálisis no pueden ser ignoradas. Difícil decir lo mismo de la actriz principal y sus gestos para manifestar la enfermedad mental. Tal vez el drama de época no sea el campo donde mejor se desempeñe un realizador bien conocido por vísceras vueltas engranajes de una máquina.

PEREGRINAJE EN LIMOSINA

De ahí, Cronenberg pasa a principios del siglo XXI, una época no muy distante en tiempo a la nuestra. En ese mundo de anticipación, crisis financieras y ciberdinero resulta mucho más fácil para los jóvenes alcanzar las cifras multimillonarias que antes se lograban amasar a lo largo de una vida entera.

Cosmópolis (2012), entonces, está constituida como un espejo a las reacciones tanto interiores como exteriores que causan este tipo de figuras. Odio en la mayoría de los casos. O al menos un cierto sinsabor ante la injusticia de que un imberbe tenga el mundo a su disposición.

La cinta arrastra el intercambio intelectual mucho más lejos, reduciendo incluso al mínimo la narrativa para convertir la experiencia en un ensayo, quizá demasiado vertiginoso para su propio bien. Eric Packer (Robert Pattinson) le anuncia a su guardaespaldas que necesita un corte de pelo. El guarura le advierte que la situación en las calles de Nueva York es muy peligrosa para un joven multimillonario de Wall Street. A Eric no le importa y se sube a la limosina de lujo. En este peregrinaje por las calles de una metrópolis del siglo XXI, Eric hallará a todo tipo de personajes que blanden largos discursos sobre un ambiente que podría resultar cada vez más familiar: caída estrepitosa de la moneda china, ruina inmediata para los multimillonarios, colapsos financieros mundiales, protestas violentas por parte de anarquistas y, sobre todo, el encapsulamiento del joven rico dentro de un vehículo que lo aísla y lo vuelve insensible ante todo.

La claustrofobia sentida por el limitado espacio del personaje se transmite a los espectadores. No hay ninguna expansión de este universo en una pieza que tal vez encontraría su entera trascendencia sobre el escenario de un teatro. No sorprende que Cronenberg haya pasado de un año a otro del drama de época a este largometraje de huis clos basado en una novela de Don DeLillo, donde el trabajo de guión consistió sólo en tomar los diálogos de la obra original. Largos discursos y tal vez demasiados para lo que la atención del espectador es capaz de digerir.

Cosmópolis se siente así mucho más enraizada en territorio Cronenberg. Además de que resulta sumamente oportuna para los tiempos que vivimos. Sin embargo, tendrá una acogida en extremo limitada por sus alcances más ensayísticos que narrativos.

Finalmente, con Maps to the Stars (2014), el cineasta canadiense continuará explorando los recovecos de la psique humana, aunque esta vez situándolos en la peligrosa tierra de los ensueños llamada Hollywood.

Twitter: @mbaezduran

Promesas del Este, 2007.
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Un método peligroso, 2011.
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Cosmópolis, 2012.
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