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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Una señora le comentó a otra: "Tu marido está hablando siempre de mujeres. ¿No te preocupa eso?". "No -respondió ella tranquilamente-. Le sucede lo que a los meteorólogos: siempre están hablando del tiempo, pero no pueden hacer nada acerca de él"... Doña Macalota envió a su esposo, don Chinguetas, al departamento de al lado, donde vivía una estupenda rubia, a pedirle una taza de azúcar. Pasaron 15 minutos y el hombre no volvió. Pasaron 30, y ni sus luces. Al transcurrir una hora doña Macalota se desesperó; fue y llamó a la puerta de la vecina. Le abrió ella en ropas menos que menores. Le dijo la señora con enojo: "Mi marido vino hace una hora por una taza de azúcar, y está tardando mucho". "Sí -replicó la rubia-. Y con esta interrupción más va a tardar"... Iba pasando un señor por una obra en construcción cuando oyó con asombro una doliente voz que salía de un montón de cemento. "Señor -dijo la voz-: ¿Podría hacer algo por mí? Hace días encontré una lámpara maravillosa. La froté y salió un genio de oriente. Me dijo que me concedería un deseo, y le pedí que hiciera de mí un semental. El indejo andaba mal en ortografía"... Le dice un tipo a otro: "Contrataron a mi suegra como salvavidas en la playa". El amigo se extrañó. Le dijo: "Creo recordar que tu señora suegra no sabe nadar. ¿Cómo fue que le ofrecieron trabajo de salvavidas?". Explica el otro: "Es que con su sola presencia espanta a los tiburones"... De nueva cuenta mis queridísimos cuatro lectores han hecho de mi más reciente libro, "La guerra de Dios", lo que en lenguaje ya consagrado se llama un best-seller. Y es que el conflicto cristero, la última gran lucha armada que hubo en nuestro país, fue un acontecimiento apasionante cuyo relato entretiene y emociona al mismo tiempo. Yo procuré narrar ese terrible enfrentamiento con emoción, y reseñar la saga de aquellos hombres y mujeres que por su fe no vacilaron en poner su vida en la estacada. La historia de esos héroes anónimos, gente del pueblo casi toda, es dolorosa, y a veces no puede relatarse -o leerse- sin un estremecimiento. En los dos bandos hubo errores, y en ambos se cometieron grandes crímenes. En mi libro unos y otros aparecen expuestos sin medias tintas, con la pasión que en su tiempo suscitaron. Algunos lectores me han dicho que de los cinco volúmenes que forman la serie que llamé "La otra historia de México", este libro es el más absorbente, aun matizado como está por anécdotas y relatos de vida, que de todo hubo en los tres años que duró el conflicto. Presentaré mañana ese libro en la FIL de Guadalajara, a las 13 horas. Diré por qué quise escribirlo, y hablaré de los dos linajes de los que provengo: El de mi padre, conservador, católico, y el de mi madre, juarista y liberal. Hablaré del modo en que he escrito mis libros -los históricos y los otros-, y narraré sucesos trágicos y cómicos de nuestra historia. Te espero a ti, que eres uno de mis cuatro lectores, para unirnos en el común amor a esos buenos amigos que los libros son. Ahí nos vemos. Le preguntó el turista a un hombre: "¿Qué distancia me falta para llegar a Tzintlatlatzin?". Responde el tipo: "Si sigue en la dirección que va le faltan 39,998 kilómetros aproximadamente. Si da la vuelta le faltan sólo 2"... Dos viboritas conversaban en lo alto de una colina desde la cual se dominaba todo el panorama. En eso por en medio del valle, allá a lo lejos, pasó el ferrocarril. Desde las alturas donde las viboritas se encontraban el tren se veía pequeño, como aguinaldo de juguetería. Una de las viboritas le dijo con emoción a su amiga: "¡Me ama, Isauria! ¡Me ama! ¡Todos los días me silba cuando pasa!"... El joven científico era algo distraído, despistado. Fue al campo con una morena incitante y voluptuosa. En eso vieron dos libélulas que pasaron volando unidas por el amor. Preguntó la muchacha: "¿Cómo sabe el macho lo que la hembra quiere?". Le explicó él: "Las hembras despiden una especie de perfume sexual a través de ciertos elementos llamados feromonas. El macho percibe ese aroma invitatorio, y el acoplamiento se realiza". Pasó todo el día. De hecho el día fue lo único que pasó. Cuando el joven científico dejó a la muchacha en su casa, ella le dijo fríamente: "Buenas noches, Mendelevio. Búscame otra vez, cuando se te pase ese catarro que te impide percibir los aromas"... FIN.

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