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Mensaje del Papa

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

La semana pasada fue publicada la exhortación apostólica Evangelii Gaudium o La Alegría del Evangelio, en la que el Papa Francisco establece directrices sobre el compromiso misionero de la Iglesia, en el sentido de anunciar el Evangelio en el mundo actual.

Se trata de un documento que da por sentadas las verdades que proclama el Credo Católico desde hace dos mil años, y ratifica la postura de la Iglesia en temas polémicos como el respeto a la vida humana desde la concepción, el ministerio sacerdotal como exclusivo de los varones y el matrimonio sustentado en el compromiso total de vida, asumido por un hombre y una mujer.

Francisco confirma las posiciones referidas a despecho de las interpelaciones en contrario, que desde los medios de comunicación reducen la agenda de la Iglesia a estos temas. La intención del Papa es partir de una identidad doctrinal definida para orientar con claridad a los católicos y para abordar el diálogo con quienes piensen de manera diferente. No pretende imponer las convicciones morales o dogmáticas de la Iglesia ni elude el debate ni la crítica, pero deja claro que no llegó a la Cátedra de Pedro para contentillo de los poderes del Mundo, sino para poner en práctica una forma de evangelizar adecuada a las circunstancias actuales.

El Papa invita a los cristianos y a la comunidad humana en su conjunto, a alegrarnos en el reconocimiento de sabernos amados por Dios. Esta alegría la propone como remedio a la tristeza y al pesimismo que hunden al hombre moderno en la depresión, como resultado del individualismo egoísta, del consumismo materialista, del relativismo que niega la existencia de la Verdad y del inmanentismo que niega la trascendencia a la Vida Eterna.

En cuanto a la misión de la Iglesia, el Papa desborda los límites fijados a capricho del mundo a la acción pastoral. Ofrece una comunidad de Fe de puertas abiertas, acepta los desafíos y dice preferir el riesgo de que la Iglesia "resulte accidentada, manchada y herida por salir a la calle, antes que enferma por el encierro".

A contrapunto de las tendencias de comunicación virtual en redes digitales, el Papa reivindica la predicación de palabra y ejemplo de persona a persona, como fue en el origen histórico de la Iglesia, e invita a que toquemos las llagas de Cristo Crucificado en nuestro prójimo de carne y hueso, afectado por la pobreza, la enfermedad, la depresión, o el desamparo. A los Pastores les manda "hacer crecer el trigo en medio de tanta cizaña", a fomentar la fuerza evangelizadora de la piedad popular, a impulsar la educación católica, a fortalecer la vida parroquial y a comprometerse estrechamente con la comunidad, hasta impregnarse de "olor a oveja".

Por lo que toca al compromiso social, el Papa rechaza la "economía de exclusión" que deja a los pueblos a merced de los mercados financieros, dice no al dinero que gobierna en lugar de servir y condena la inequidad como fuente de guerra y violencia. Francisco confronta al estado de bienestar y a los gobiernos populistas, cuyas políticas asistenciales en lugar de promover el desarrollo de la persona humana, están orientadas a fines clientelares. A políticos y empresarios el Papa les exige que dignifiquen el ejercicio de su vocación, orientándola hacia el bien común.

Bergoglio enfrenta el desafío de las culturas urbanas, lamenta la propuesta mundana de una espiritualidad sin Fe y a los Agentes de Pastoral, les pide resistir el pesimismo y superar los conflictos y divisiones entre católicos.

El Papa impulsa el diálogo entre las distintas religiones y con los no creyentes en pos de metas comunes a partir de la diversidad, manteniendo la identidad doctrinaria de la Iglesia. Por otra parte, el Papa se opone a las tendencias seculares que pretenden reducir la práctica religiosa y el compromiso ético al ámbito de lo privado, y previene del riesgo de la dictadura de una minoría agnóstica y atea, que pudiera vulnerar la libertad religiosa de una mayoría de creyentes.

Los anteriores temas y otros más los trata el Papa desde la perspectiva del Cristo de la Fe, con profunda espiritualidad y con la alegría que es propia de quien se sabe amado por Dios.

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