EDITORIAL Sergio Sarmiento Caricatura Editorial Columna editoriales

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Mi marido me obliga a hacer cosas contra natura". Doña Panoplia de Altopedo, señora de buena sociedad, dijo esas palabras en el curso de la conversación, y con ellas dejó estupefactos a todos los presentes. "Sí -precisó-. Me hace que le compre desodorantes de aerosol, de esos que dañan la capa de ozono"... Se encontraron en una fiesta Aspidia y Vipericia, que no se podían ver. "Estuve en la Capital -relató Vipericia-, y me alojé en el Hotel Ucho''. "Es de mediana categoría -dijo Aspidia con gesto desdeñoso-. He estado en mejores hoteles''. "No lo dudo -replicó Vipericia-. Media hora en cada uno''... Dos vagabundos llegaron a una casa y le pidieron a la señora algo de comer. Les dijo ella: "¿Ven esa alfombra que está colgada ahí? Sacúdanle el polvo con estos bates de beisbol. Cuando terminen les daré una buena comida, y un café''. Los hombres se pusieron a trabajar. Poco después la señora se asomó por la ventana y vio que uno de ellos iba por todo el jardín echando maromas, dando grandes saltos y doblándose hacia adelante y hacia atrás. Le dijo con asombro al otro vagabundo: "No sabía yo que su amigo es acróbata de circo''. Contestó el individuo: "Tampoco yo lo sabía, señora, hasta que por accidente le pegué en los éstos con el bate''... "Tío -le preguntó Pepito al viejo y ricachón pariente de su padre-. Cuando te mueras ¿te vas a convertir en calculadora?''. "No -respondió con extrañeza el carcamal-. ¿Por qué piensas eso?". Explicó el chiquillo: "Es que mi papá dice que cuando te mueras va a poder resolver todos sus problemas''... La secretaria de la empresa maquiladora le dijo a su compañera: "Siempre se me olvida el nombre del nuevo gerente, mister Tracer''. "Haz lo que yo -le aconsejó la otra con sonrisa pícara-. Pienso en el trasero, y nada más le quito la o''. A media mañana entró el gerente. Lo saludó alegremente la muchacha: "Good morning, mister Cul!''... El recién casado, extático al contemplar por primera vez los encantos de su linda mujercita, exclamó arrobado: "¡Susiflor! ¡Adoro tus cabellos, tu frente, tus ojos, tu naricita, tus mejillas, tus labios, tu cuello, tus hombros...!'' "A lo que vinimos, Vehemencio -lo interrumpió la chica-. Luego haces el inventario''... En el examen de Historia uno de los estudiantes empezó a eructar una y otra vez. Le preguntó el maestro: "¿A qué esos regüeldos, joven?''. Respondió el muchacho, apenado: "Le diré la verdad, maestro. No estudié para el examen de Historia. Entonces escribí en un papelito notas para copiar. Como usted venía hacia mí me comí el papel''. "Espero que esto le sirva de lección -lo amonestó el mentor, severo-. La Historia siempre se repite''... A mí me pasan cosas que a nadie más le pasan. Con ellas podría escribir un tomo de tomo y lomo. Lean mis cuatro lectores, por ejemplo, lo que me sucedió el pasado sábado en el aeropuerto de Vallarta. Estaba yo sentado en la sala de última espera, aguardando la salida de mi vuelo. A mi lado se hallaba una anciana señora norteamericana. Con sus lentes de aros de metal, sus cabellos de color indefinido y su pequeño bolso en el regazo tenía aspecto de maestra en retiro o viuda pensionada. En eso se me plantó delante un hombrón de elevada estatura y anchísimas espaldas. Me preguntó: "¿Es usted don Catón?". Le respondí: "A sus órdenes". "¡Venga esa mano!" -me dijo con estentórea voz. Y así diciendo me estiró para levantarme y me dio un abrazo que por poco me rompe las costillas. "¡Usted me alegra todas mis mañanas! -exclamó lleno de entusiasmo-. ¡No puedo empezar el día sin leerlo!". Se volvió hacia la viejecita, y con la misma fuerza la levantó y le dijo: "¡Y déjeme darle un abrazo a usted también, señora! ¡La esposa de un hombre así también merece reconocimiento!". La pobre mujer, perdida entre los brazos del gigante, abría los ojos como plato y no sabía qué hacer. La soltó por fin el hombre; se despidió, efusivo, y se marchó. Nos sentamos la americana y yo en silencio. Lo rompió ella. Me preguntó en inglés: "¿Por qué nos abrazó ese hombre?". Acerté a contestarle: "Es una forma que tienen algunos mexicanos de expresar su alegría de vivir". Seguramente no entendió ni papa, porque ya no dijo nada. Se arregló las descompuestas ropas y se sumió en un silencio metafísico. También quedé en silencio yo. Lo rompo ahora para volver a decir que mí me pasan cosas que a nadie más le pasan... FIN.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 929820

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx