La mujer y sus misterios

A Manira, amiga que arrastró a la tumba sus misterios entrañables

Desde tiempos remotos, la mujer es sin duda la protagonista de todo, incluyendo el motivo de la división y formación de la religión. En guerras, reinados y tragedias, como causa y efecto, sobre la mujer está el eje rector de la vida, ni que hablar sobre música, poesía, musas y melodramas.

Su primordial atracción es su misterio, un axioma indescifrable que ronda en su mente, ya que la naturaleza -o Dios- dotó al hombre de fuerza, músculos, aptitudes y actitudes casi animales, sin embargo, la mujer tiene algo más valioso, algo que saca a relucir cuando hay necesidad: su inteligencia. Con esto no quiero dejar fuera a los hombres que ostentan este rasgo, es sólo que la mujer lo usa para fines sentimentales, de sobrevivencia y supervivencia, y desde luego, esta particularidad forma parte de sus misterios sin revelar.

La mirada -y tal vez también la sonrisa- más enigmática que se ha grabado en el mundo, es la de una mujer, la cual está plasmada en La Mona Lisa. No existe pintura, retrato o figura que la supere o que la iguale siquiera. Su mirada es un misterio, y qué decir de la expresión de su rostro y sonrisa. Paradójicamente, fue un hombre quien la pintó.

Toda mujer guarda un misterio que transcurre de manera fugada, como si fuese un pasillo de incierta lejanía, como lluvia o gotas peregrinas donde la vista del hombre se pierde sin encontrar un final. En el arte de la guerra y la política, hay un precepto -antiguo y a la vez vigente- que enuncia que entre los misterios que guarda una mujer se encuentra el arte del engaño; no el engaño con dolo, sino uno con misticismo y hechizo, siempre escéptico, es decir, dudoso y vacilante, casi pragmático, incluyendo lo sensual, que es propio de la mujer.

Se trata del misterio circunspecto que, entre quimeras y medusas, se bifurca en las cualidades de la mujer, y mientras algunos hombres actúan con misoginia, atavismos y hasta falacias, los misterios de ellas se acrecientan. Así, la frivolidad también ronda en esa pasión extrema que causa una mujer.

Guardar secretos es parte del misterio, al igual que esas pasiones que tienen causa pero no principio. Mientras el hombre piensa, la mujer medita; en otras, se encuentra la melancolía convertida en recuerdos. La mujer puede ser sometida, pero casi nunca dominada. Si no tiene certezas, siempre tendrá sospechas, y existe una primicia única en casos de traición o infidelidad hacia una mujer: “Siempre podrá perdonar, pero nunca olvidará”.

Mientras en algunos hombres están las fantasías y pensamientos de grandeza, en la mujer está el elemento organizador dirigido al sentimiento familiar. Experta por naturaleza en expresar el asombro, el dolor, la decepción y la alegría, con cascadas de risas sinceras y cristalinas, o con llamaradas de llantos sobrios y penetrantes, se nota esa agudeza que las mujeres tienen en los ojos, la boca, en los rostros impenetrables o melancólicos, sugestivos o hasta sensuales, que no les arrebata el misterio que llevan a flor de piel.

Mientras el hombre quiere ser el primero en la vida de una mujer, ella prefiere ser la última en su vida. El hombre que se enamora de una mujer para destruir su pasado, puede vivir persiguiendo esa idea a lo largo de toda su existencia, y si la consigue, seguirá persiguiéndola porque jamás logrará borrar su poder, sus mitos y tampoco podrá descifrar sus misterios.

Los misterios de algunas mujeres son una masa de materiales translúcidos, alegres tal vez, agrestes o desolados quizá, pero siempre con el enigma intraficable, pues cada mujer lo guarda y aunque se conozcan sus secretos, se velen sus intimidades o se conozcan sus memorias, nunca de los «jamases» se sabrá su misterio.

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