Siglo Nuevo

Hollywood y el cine independiente

El gancho del entretenimiento

Bé Deng (Rezan Yesilbas) Turquía, 2012.

Bé Deng (Rezan Yesilbas) Turquía, 2012.

Miguel Báez

Ante la hegemonía de Hollywood y sus grandes estudios se empieza a utilizar el término «independiente» en el último tercio del siglo XX. Así, con esto, se pretende dividir a Hollywood del resto del mundo. Y hay algo de cierto. Aunque siempre se requerirán ciertos matices.

Hubo una época en que el propio Hollywood representaba tanto la independencia como la innovación en el universo fílmico. Antes de que se erigiera el imponente anuncio sobre una colina, aquél era un lugar de sol, ideal para rodar fuera del estudio y, sobre todo, lejano al monopolio de Edison en Nueva Jersey, además de un sitio de apertura para las mujeres, los judíos y los inmigrantes.

Convertirse en una industria cambió este panorama. Cuando hacer una película se convirtió en una actividad rentable, los hombres hicieron a las mujeres a un lado y hasta la fecha son pocas las productoras y directoras. De diversidad racial, social o lingüística, mejor ni hablar.

Aunque siempre han existido filmes innovadores de bajo presupuesto comandados por cineastas que desafían lo establecido, lo de cine «independiente» bajo ese término y como lo conocemos hoy en día, gana empuje a finales de los sesenta y principios de los setenta. Muchos (si no es que todos) de los directores hoy consagrados por Hollywood como los grandes vendedores de la taquilla, comenzaron siendo eso, cineastas independientes, lejanos a los grandes estudios.

Ahí están los créditos iniciales de cineastas como George Lucas, Francis Ford Coppola o Martin Scorsese para demostrarlo. Más tarde, sería la obra del primero junto con la de Steven Spielberg -en específico cintas como Tiburón y La guerra de las galaxias- el factor que llevaría a Hollywood a comportamientos cada vez más abusivos y trogloditas en cuanto a distribución se refiere. Todo con el afán de obtener ganancias desproporcionadas.

En la actualidad, los avances del cine, los anuncios, los constantes recordatorios y menciones dentro de programas del espectáculos -incluso esa mercadotecnia que aparenta no serlo con autodenominados críticos- le recuerdan al cinéfilo cuál es «el» estreno de la semana, cuál es «la» película del verano. Ésa sin la cual no podrá participar en conversaciones banales con la familia o los colegas.

Ese producto manufacturado con mucha frecuencia por Hollywood sin el cual podría convertirse en nada menos que un paria, en cuanto al mundo fílmico se refiere. El condicionamiento no es nada sutil. Ante dicho escenario pocas esperanzas le quedan al espectador promedio para apreciar dentro de una sala de cine una cinta salida de ese circuito bautizado como «independiente». Y esto en alguna de las principales ciudades del país. No se diga en ciudades menos populosas como Torreón o Gómez Palacio.

CINE DE TEMPORADA

Hablar de hegemonía en este caso no resulta exagerado. Es incluso peligroso no admitirla dejándose llevar por el canto de sirena. Cuando un grupo reducido de personas controla los contenidos de los filmes a distribuir, nos encontraremos en consecuencia con una visión en extremo limitada. Tratándose de Hollywood -y ésta es una crítica constante- masculina, blanca y anglosajona.

Entre los productores y los directores de los productos fílmicos cuya distribución alcanza el orbe entero, apenas se podrá hallar diversidad de sexo, raza o idioma. Hollywood no sólo dicta al público el gusto sino también en qué momento deben verse esas películas para dejar el cerebro en la entrada, y las otras, las películas con un contenido más «denso» (para utilizar una palabra digna de opinadores amateurs de cine). El verano es para las primeras. El otoño, para las segundas. Por qué. Simplemente porque a principios de año vienen las premiaciones de Hollywood, otra estrategia mercadotécnica.

La primera es para el público en general. La segunda para aquéllos que pretenden saber de cine, esas personas que citan sin pudor cuántos premios Óscar o cuántos Globos de Oro ganó tal o cual película y en qué año. También para atraer al cine no tanto con el gancho del entretenimiento vacuo, sino con el del prestigio adquirido.

DEL CELULOIDE AL DIGITAL

Ante este panorama, los cineastas independientes tienen muy pocas oportunidades de acercar sus filmes al gran público. El formato digital ha venido a transformarlo todo. La cámara por la que corría el celuloide ahora se sustituye con la digital, que bien puede caber incluso en la mano. Hacer una película se ha abaratado y los directores nóveles ya no necesitan a los mecenas de los estudios para materializar sus proyectos.

La otra estrategia -lamentable sobre todo para los nostálgicos- consiste en saltarse el paso por las salas de cine. Gracias a internet existen otras plataformas donde los cineastas independientes pueden poner a disposición del público sus trabajos. Ante esos espectadores seducidos por propuestas alternas, Hollywood tampoco guarda silencio.

Además de otorgarles premios, otra táctica -compasiva incluso- consiste en fundar filiales de los grandes estudios para la distribución del cine independiente. Ahí están Fox y Fox Searchlight. La primera es archiconocida. La segunda se dedica a distribuir muchas veces el cine salido de festivales como Sundance. Las últimas cintas de Danny Boyle y de Chan-wook Park fueron distribuidas en Estados Unidos por Fox Searchlight. Así, estas filiales le limpian la conciencia a los grandes estudios. Así, Hollywood también absorbe a ese sector de la población que lo cuestiona e incluso lo desprecia dándole a esos quejumbrosos lo que piden.

Sin embargo, las cintas producidas por Fox Searchlight, Sony Pictures Classics o Focus Features, apenas encuentran distribución en las grandes metrópolis del mundo. A diferencia de los largometrajes auspiciados por los grandes estudios, ciudades más pequeñas jamás verán tales filmes en sus salas de cine. Llegarán, sí, con meses o años de retraso y sólo en DVD.

La industria se ha vuelto entonces cada vez más codiciosa. La excusa del renacimiento de la tercera dimensión les dio el pretexto para aumentar los precios de la taquilla. Pero la fórmula se agota mucho más rápidamente de lo que habría querido Hollywood. Lo irónico es que ahora son los artífices del blockbuster como Spielberg o Lucas quienes se visten de profetas y nos dicen que ya nada será igual. Hablan del fin del fenómeno que cuatro décadas atrás ellos mismos precipitaron. Algo sabrán que el resto del mundo no. Cada vez son más estrepitosos los fracasos de cintas de presupuesto multimillonario cuyas expectativas en la taquilla nunca se cumplen.

La solución avizorada contra todos estos problemas -incluidas las descargas ilegales- es el lanzamiento simultáneo de las películas en todos los formatos posibles y, por lo tanto, en todas partes del mundo. Así, una cinta se estrenaría tanto en salas de cine como en formato digital (ya sea en DVD o en internet). De esta forma el alcance de cada largometraje -sea o no de corte independiente- se tornará mayor. La taquilla de la sala de cine dejaría de ser la reina para medir la trascendencia de un filme. Aunque quienes nos aferramos a la nostalgia de ver las películas en una sala de cine, nos iremos convirtiendo en una especie en extinción.

Twitter: @mbaezduran

Il rosso e il blu (Giuseppe Puccioni) Italia, 2012.
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