Siglo Nuevo

El culto a la sospecha

De teorías y conspiración

Rumores, sospechas, conjeturas, temores y demás desfilan paralelamente a los hechos que van construyendo los días y las décadas. (Foto Life, Nueva York, 1958)

Rumores, sospechas, conjeturas, temores y demás desfilan paralelamente a los hechos que van construyendo los días y las décadas. (Foto Life, Nueva York, 1958)

Alfonso Nava

La teoría de la conspiración ha sido semilla de un mercado altamente lucrativo de productos culturales del imaginario de Occidente, parches ideológicos para manipular, saberes falsos e incentivos de verdad. Mayoritariamente criticado, el ‘conspiracionismo’ es una realidad informativa de nuestros tiempos. E incluso, una manera de defensa ante lo incomprensible de la realidad.

Las explicaciones sencillas no dejan satisfecho a nadie. Cada historia humana parece tener un potencial reverso, una trama oculta, una maquinación.

Inspirar y conspirar son caras de la misma moneda. La posibilidad de buscar un ‘más allá’ en cada episodio acompaña al hombre desde que empezó a registrar su paso por el planeta y se dio cuenta de que muchas veces la realidad no basta para narrarse a sí misma. La teoría de la conspiración, ese recurso cada vez más divulgado por la virulencia de las plataformas electrónicas, es un producto derivado de dicha necesidad.

“La ficción y la fantasía amortizan la conciencia humana cuando surge alguna incertidumbre relacionada con esos vacíos. Un objeto o un hecho genera inquietudes, necesidades de aproximación en distintos ángulos para explicárnoslos de la mejor manera posible. La diferencia con la teoría de la conspiración es que el motor creador no es otro que el miedo”, afirma el Psicólogo José Juan Cabrera.

Aunque puede tener raíces muy antiguas, el concepto ‘teoría de la conspiración’ se empezó a utilizar luego del asesinato del presidente John F. Kennedy 22 de noviembre de 1963, en Texas. Las inconsistencias en los informes de la instancia a cargo de investigar el suceso, la Comisión Warren, provocó una avalancha de suposiciones de todo tipo rápidamente difundidas: un complot de la CIA; un atentado soviético o cubano; un asunto de gánsteres; una venganza pasional; un ataque planeado por sociedades secretas de ultraderecha, entre otras. Pero nadie se creyó que el asesino era Lee Harvey Oswald, quien además fue silenciado por otra bala antes de que pudiera hablar de los hechos, creando mayor controversia.

Incluso tras la ultimación de Robert Kennedy, hermano de John, hubo quienes perfilaron como causa del magnicidio un asunto de destino perpetrado por fuerzas ‘divinas’, bajo un argumento sobrenatural: la casta Kennedy estaba maldita. La posterior muerte de John Kennedy Jr. (en un accidente, cuando tenía 39 años), no hizo más que reforzar esa creencia.

“Es emblemático que el concepto haya surgido con este hecho”, continúa Cabrera, “porque un magnicidio provoca un sentimiento inmediato de indefensión y vulnerabilidad, de exposición, de miedo”. La respuesta consciente es blindarnos con explicaciones que provoquen confort, calma, consuelo, aunque las suposiciones sean llevadas al extremo.

No obstante, la Filósofa Luisa Kauffman lo pone en otros términos: “Sí es una respuesta aleccionadora y de confort, pero al mismo tiempo replica los procedimientos conspiracionistas propios de los supuestos culpables. Hay mucho de proyección en la teoría de la conspiración, que es a la vez liberadora. Desmenuzarla es buscar un responsable y particularizar y enfatizar su nivel de perversidad, los mecanismos sofisticados y ambiciones fuera de toda proporción, en un razonamiento que al final sirve para decirnos ‘yo no soy así, tanta maldad es anormal’”. Pensar así es una manera de decirnos que el mal es algo lejano y ajeno.

Bajo este enfoque la teoría de la conspiración se convierte en un producto cultural sumamente habitual, casi de sobremesa, que ayuda a poner fronteras entre los buenos y los malos. Y con su proliferación en redes sociales y otras plataformas tecnológicas, es usada como balanza moral.

INTRIGAS INTERPLANETARIAS

Aunque sus implicaciones parecieran decididamente complejas, lo cierto es que como fenómeno mediático e incluso de consumo, la teoría de la conspiración ha arrojado subproductos singulares, tan terroríficos como ‘simpáticos’.

Según la Psicóloga Sandra López, este recurso sólo funciona si se vuelve convención. Es decir, cuando más de dos se transmiten la creencia en un mismo mito, algo que en Psicología se consigna como folié à deux: una fantasía compartida, en la cual alguien tiene una idea y convence a otros de su validez. Visto así, el conspiracionismo opera con las mismas bases de la publicidad o la propaganda.

Por su propia naturaleza, este fenómeno es potencialmente viral. La industria del entretenimiento lo entendió probablemente a partir de la transmisión que hiciera vía radio Orson Welles de su adaptación de la obra Guerra de los mundos.

Aunque el término aún no se acuñaba, cronológicamente uno de los primeros casos conspiracionistas en tener amplia difusión fue un sonado rumor: los restos de una nave extraterrestre, incluyendo el cuerpo de una criatura alienígena, habían sido trasladados a la base militar estadounidense de Roswell, Nuevo México. El 7 de julio de 1947 uno de los diarios del magnate William Randolph Hearst (promotor de la prensa sensacionalista) consignaba el hecho y cerraba la nota con una frase que ponía en duda las negativas que la autoridad norteamericana había manifestado respecto al hecho: Eso quieren que creamos. Hoy en día la frase es prácticamente un eslogan de los amantes de la sospecha.

En ese episodio hay una serie de situaciones simultáneas muy convenientes, dice Mariana Hernández, experta en cultura norteamericana: el desarrollo del género scientifiction, el mensaje de Welles y los primeros proyectos de exploración interestelar.

También es preciso mencionar el papel de la carrera armamentista, que durante la Segunda Guerra Mundial se enfocó mayormente en la aeronáutica. Al terminar dicho conflicto, se rumoró que la Alemania nazi poseía información sobre tecnología extraterrestre y que podía desarrollar aeronaves con forma de platillo.

El periodista Antonio Garci refiere que los alemanes sí intentaron crear ese tipo de vehículos: “Se han recogido diversos testimonios de personas que relatan haber visto aviones de prueba nazis con forma de plato, como los descritos en los textos del italiano experto en turbinas Giuseppe Belluzzo o del científico alemán Rudolph Schriever, quien no sólo admitió haber desarrollado naves de ese tipo, sino que mostró a los medios parte de los planos y fotos de tales aparatos después de la guerra, como el Habermolya Disco Sheriver de 1940, el Luftpfankuchen (panqueque volador) Zimmerman de 1942, el Disco Belontse de 1945 y el Disco Omega de 1945, además del Haunebu II de 1944”.

Numerosos exintegrantes de la fuerza aérea norteamericana narran haber visto ‘platillos voladores’ en combate. Dos años después de finalizar la guerra, el hipotético hallazgo del ovni en Rosswell acrecentó la creencia en que los nazis efectivamente tenían apoyo alienígena, aunque muy probablemente si algo se estrelló en esa localidad, se trató de una nave prototipo de manufactura estadounidense.

Aun así, desde entonces los ovnis y las invasiones extraterrestres son un recurso inagotable tanto en la industria del entretenimiento (en particular cine y televisión) como de la pseudociencia, que por años se ha dedicado a registrar supuestos avistamientos.

El fenómeno es de proporciones jocosas, si bien ha presentado extremos que deben tomarse con seriedad. Entre ellos está la proliferación de sectas (sobre todo en Estados Unidos), las cuales adoran a deidades teóricamente provenientes de universos poseedores de inteligencias avanzadas que, en dado momento, vendrán a la Tierra para llevar consigo a unos pocos elegidos. El sonado caso de la secta Heaven’s Gate, cuyos miembros se suicidaron en un acto colectivo con fenobarbital y whisky (1997), puso en evidencia los peligros del conspiracionismo extremo.

Otro episodio singular fue el resultado de la investigación efectuada por un grupo de expertos en Psicología de la Universidad de Brown, la cual derivó en un preocupante descubrimiento: las historias de abducciones extraterrestres podrían enmascarar casos de abuso sexual. Aunque el estudio se hizo con rigor científico, la tesis fue posteriormente empleada para construir casos falsos en cortes judiciales.

En el otro extremo, hoy por hoy abundan los creyentes en que sí hubo casos de secuestros por parte de aliens, quienes habrían incubado su simiente en humanos, por lo que ahora habría una población mitad humana/mitad alien, rondando por ahí. Una reciente encuesta de la revista Time reveló que entre entre el top five de los mayores miedos de los norteamericanos todavía prevalece el temor a un ataque intergaláctico.

Y es que muchas sociedades presentan una suerte de paranoia atávica al mestizaje, la cual ha servido como fundamento histórico para todas las políticas y movimientos de segregación racial. Esa misma situación podría explicar el temor a las ‘abducciones ovni’. Más que la amenaza exterior, lo que preocupa es que dejen su simiente entre la raza humana y halla híbridos por ahí.

Tal argumento podría aplicarse también como base emotiva de la llamada Teoría Reptiliana, que supone la existencia de seres que integran rasgos antropoides y de reptiles.

La Reptiliana ha tenido diversas variantes: desde los señalamientos relacionados con cadenas no cerradas en el ciclo de la evolución, hasta la posibilidad de que civilizaciones externas (extraterrestres o de cuño antiguo, derivadas de los dinosaurios) devinieron en una sociedad compleja y diseminada por el mundo.

Rigurosas tesis biológicas han utilizado a reptiles para estudiar la predisposición de voluntades territoriales y de dominio propias de animales y humanos (pero que se advierten enfatizadas en esa especie). En una tergiversación o aprovechamiento tendencioso de estas investigaciones, los conspiracionistas afirman que los reptilianos integran una sociedad que tiene preclaros fines de dominación política, económica, social e incluso sexual.

Vale la pena mencionar que la Reptiliana surgió por inspiración del autonombrado ‘astroarqueólogo’ Zecharia Sitchin, quien afirmó haber traducido unas tablillas de la cultura sumeria en las cuales se daba fe de la creación de una raza que sería dedicada a labores en minas. Según Sitchin, fueron alienígenas quienes crearon a esos ‘mineros’ a partir de una amalgama de humanos y reptiles, combinación que les dotaba con capacidades propicias para el trabajo pesado y en condiciones agrestes.

La teoría fue transformada por un francés de nombre Anton Parks, quien aseguraba ser parte del linaje híbrido, y además que los ‘reptiloides’ (como empezó a llamarlos) eran superiores al hombre tanto por facultades físicas como por la voluntad de dominio reptil y el legado intelectual superior de sus ‘padres’ alienígenas.

David Icke, un ‘investigador’ de fenómenos paranormales, asimiló tales afirmaciones para fundamentar que precisamente por toda esta dotación de capacidades, los reptilianos integran los más poderosos think tanks detrás de los gobiernos de los países desarrollados. Según él, se han posicionado a la cabeza de universidades, organizaciones internacionales, bancos, grandes emporios y en despachos presidenciales, y a la par continúan su labor de inseminación en humanos, con fines de dominación demográfica.

En las redes sociales aparecen constantes referencias a la supuesta raza secreta. Un ejemplo: durante la reciente visita de Barack Obama a México, rondó en Internet una fotografía en la que supuestamente los mandatarios de ambos países efectúan un ‘saludo’ que los identifica como reptilianos.

RÉGIMEN PARANOICO

Un folleto difundido por una secta protestante a mediados de los ochenta advertía que el Apocalipsis había iniciado ya, desde luego en el rincón más demoniaco del planeta: la Unión Soviética. Haciendo una interpretación oportuna del Libro de las Revelaciones de la Biblia, el grupo religioso en cuestión señalaba a la famosa mancha en la cabeza del ministro soviético Mijaíl Gorbachov como ‘la marca de la Bestia’.

La guerra fría dio abundante material a los conspiracionistas. La atmósfera constante de secrecía y tensión, los años de vulnerabilidad y vida en alerta, propiciaron una paranoia ampliamente explotada incluso por los propios aparatos oficiales con el objetivo de incentivar el repudio a los soviéticos.

El Psicólogo Cabrera considera que este caso presentó una variante particular: “La teoría de la conspiración surge como un fenómeno de consuelo; sin embargo aquí parece que tanto la intención como el efecto de los conspiracionistas eran generar miedo e inquietud”. Más aún: quizá este manejo es el antecedente de las actuales maniobras de manipulación. Hoy se teledirigen las emociones para obtener cierto capital político. “Se dice, y aquí el que conspira soy yo, que el gobierno de George Bush utilizaba los semáforos de seguridad (creados después de los ataques del 11-S para medir la ‘alerta terrorista’) a fin de mover las decisiones y la opinión pública a su favor”, agrega.

Efectivamente, a días de las elecciones presidenciales de 2004 el candidato demócrata John Kerry presentaba una amplia ventaja frente al presidente Bush, quien buscaba reelegirse; esa tendencia se revirtió considerablemente después de que la Casa Blanca fijó sin justificación ni consecuencias la alerta terrorista en su nivel máximo.

Casos así no hacen sino reforzar una teoría de la conspiración altamente expandida: que el gobierno (cualquiera de ellos pero especialmente el norteamericano) hace autoatentados, inside jobs, para alentar invasiones o medidas extremas de seguridad interna.

MAQUINACIONES QUE CONSUELAN

La efectividad del conspiracionismo radica en su constitución tautológica; no acepta cuestionamientos, no deja huecos de elucidación o enfoque, se presenta como un hecho consumado e incuestionable. Si a veces la tendencia a la confabulación ha llegado a extremos, se debe a eso: a que erradica incertidumbres. Quienes recurren a estas explicaciones concluyen que los hechos que les preocupan se resuelven con la misma espontaneidad y naturalidad con la cual aparecen. Dice la Psicóloga López: “Hay grupos religiosos que consienten acontecimientos trágicos porque los interpretan como ‘señales del Apocalipsis’. O los sobrellevan asumiendo que cierta divinidad ordena venganza, como sería el caso de quienes ven una guerra santa en la invasión de 2001 a Afganistán”.

Cabrera coincide en que la fuente de consuelo o de sentido proviene de esa interpretación cerrada. Si se atribuye un hecho a fuerzas mayores, el creyente perfectamente puede asumir que no hay nada por hacer y es necesario permitir el curso de la situación porque es el deseo de un ser superior. El consuelo proviene entonces de ‘dejar pasar’ la voluntad divina. Cualquier argumento en contra se erradica con la frase “los caminos del Señor son misteriosos”, que podría ser otro eslogan de los conspiracionistas.

Así, desde el éxodo egipcio hasta el totalitarismo nazi, las matanzas de judíos se han consentido bajo dos grandes tesis: o se cumple la profecía de que “el pueblo elegido debe conocer el sufrimiento”, o se apela a una ‘venganza’ por la condena de Cristo, aprobada innumerables veces, según el contexto político, por otras religiones como la católica.

El científico social Karl Popper, cabeza de la célebre escuela de Frankfurt (anterior a la guerra), había señalado con anticipación el conspiracionismo (e incluso empleó el término por primera vez en el ámbito académico) como instrumento de enajenación política. El nazismo lo utilizó ampliamente para achacar a los judíos una enorme cantidad de responsabilidades: se les acusó de macular la pureza racial con sus migraciones y mestizaje; de monopolizar la banca y fincar en ella el declive de Alemania; luego se usó el citado argumento de que eran los asesinos de Cristo. El primer señalamiento podría tener contrapeso de razonamientos biológicos; el segundo era igualmente debatible; pero el tercero ya no admite réplicas y con él se refuerzan los otros. Así actúa la lógica conspiracionista: probar por acumulación y consenso. Crear un término como ‘solución final’ y prometer su consumación, es parte del efecto consolador y tranquilizador.

No obstante, la Filósofa Kauffman reflexiona que el conspiracionismo puede funcionar en un sentido contrario: “En vez de asumir que las tragedias operan con fuerzas externas, el efecto tranquilizador provendría de sentir que éstas tienen nada más que voluntad humana. Creer que una mente torcida o una logia desmesurada provocan los males llevaría a deducir que justamente dichos problemas son más fáciles de resolver, porque los ejecutan simples mortales”.

Se da un fenómeno de proyección. Aquellos que elaboran una teoría de maquinación replican a los conspiradores, a quienes incriminan por el simple hecho de crear una trama que se apegue, con toda la malignidad posible, a su conclusión. Aquellos que juegan al ‘revelador de complots’ utilizan idéntica secrecía, incluso duplican la violencia de aquellos a los que acusan. Los ‘bestselleristas’ que hablan de las sociedades secretas terminan comportándose como miembros de esas sociedades. Hay un asunto ahí que faltaría explorar con rigor: si quienes andan por la vida exhibiendo conjuraciones, buscan flirtear con el mismo ámbito de poder que imputan a los conspiradores.

Como ejemplo, nuevamente el caso Kennedy: la Comisión Warren creó la trama de conspiración de Oswald; ante la incredulidad, pseudohistoriadores decidieron ya no acreditar la inocencia de Oswald, sino la posible conspiración contra Kennedy propiciada por la CIA o Fidel Castro (una idea bastante extendida), y el procedimiento no ganó con la nueva óptica sino que se convirtió en la repetición ad infinítum de sí mismo.

La teoría de la confabulación como instrumento político es la propagación de la mentira. Su ventaja práctica es propiciar que los hechos nunca se esclarezcan y que a nadie le importe esa omisión: lo que ‘vende’ es la creación de una nueva trama de intriga.

Mariana Hernández coincide en este punto y agrega: “Lo más preocupante, en realidad, es que los propios ciudadanos abrevan de la construcción constante de estos mitos políticos, enajenados en el círculo del conspiracionismo como balanza de justicia”.

SOSPECHAS DEMOCRATIZADAS

En los noventa se dio por llamar ‘industria del fin del mundo’ a una gama de productos cinematográficos, editoriales y hasta de enseres (máscaras antigás, refugios blindados, armas) que aprovechaban las paranoias colectivas para explotarlas, ya como meros objetos de entretenimiento o como contenidos investigados con supuesto rigor por la pseudociencia, el espiritismo, la astrología y derivados, e investigadores amateur (entre quienes se hallaban ‘víctimas’ de conspiraciones, decididas a probar su caso y afectaciones) que a la fecha siguen generando miles de millones de dólares.

El mercado editorial internacional publica en promedio 2,000 volúmenes al año con este tipo de contenidos, según datos arrojados en la Feria del Libro de Frankfurt en 2012. A la par, YouTube se ha convertido en la plataforma favorita de quienes ‘investigan’ complots.

A decir de Mariana Hernández, el asunto que inauguró esta dinámica en la popular página de videos, fue el 11-S. La experta considera bastante sana la diseminación de la información o de los abordajes respecto a un fenómeno “aunque tengan los extremos de la teoría de la conspiración. Lo interesante es que si bien tiende a la exageración o el alarmismo, puede partir de dudas razonables”. YouTube alberga muchas versiones sobre los atentados a las Torres Gemelas y quizá la conclusión a la que llegan no es interesante, pero sí la inquietud de la que parten. Además, todas las opciones quedan al alcance de un clic.

La académica evoca que durante la cobertura televisiva del 11-S, la cadena CNN incluyó en varias ocasiones imágenes de personas celebrando en las calles de Afganistán y Palestina. “Yo tenía la encomienda de hacer un monitoreo de Internet cuando ocurrió el ataque y pude constatar que por esta vía se descubrió la primera inconsistencia respecto al episodio: los cibernautas develaron por diferentes medios (incluyendo las páginas para subir videos) que el material donde se mostraba a afganos y palestinos era de archivo, y en ambos casos festejaban por eventos deportivos. Si a eso se le llama teoría de la conspiración en este caso fue benéfica, porque descubrió en tiempo real un casi evidente intento de manipulación mediática”, señala.

Revelaciones de este tipo volcaron a la gente a la red y por la amplitud de acceso, aún permiten que volúmenes de información importante se generen en estas plataformas. De este modo, si bien la teoría de la conspiración ha servido como herramienta de enajenación o distorsión de lo real para generar manipulación política dirigida, también puede incentivar la disección y el análisis (aunque no tengan sólidos instrumentos metodológicos) que derivan en una activa participación ciudadana.

Anonymous o Wikileaks son un ejemplo de esta dinámica, así como los foros de discusión o las organizaciones de tuiteros. Tal vez partan de premisas distorsionadas, pero es cierto que abren las discusiones antes reservadas a esferas pequeñas. En el pasado la teoría de la conspiración era vertical, una manifestación de exclusiva recepción. Ahora la sociedad crea contenidos, por más descabellados que parezcan. La democratización de la ‘sospecha’ ante fenómenos históricos o del orden público crea una resistencia ante las posturas teledirigidas.

La dinámica de teoría de la conspiración, dice la Socióloga López, logró que tras muchos años se retomara en Estados Unidos el caso Kennedy y se comprobara la invalidez de la hipótesis del asesino solitario, además ello probó que sí existió una conflagración institucional y que se inventó un culpable para manipular a la opinión pública.

¿SIN COMPLOTS?

La difusión vía YouTube desgasta los afanes conspirativos, por la creación de contenidos poco rigurosos aunada a la acumulación incuantificable de material.

Si la teoría de la conspiración opera desde la interpretación única, cerrada e incuestionable de una situación, al encontrar un centro virtual que ofrece cientos de enfoques (mínima o nulamente verificados), el receptor cuestiona las propuestas y la voluntad conspirativa cede por una inquietud de fondo. Algunos incluso consideran que YouTube simboliza el fin de las conjeturas infundadas porque para bien o para mal, elimina las ‘explicaciones’ únicas.

Y hay otro factor: el filósofo Marshall McLuhan afirmaba que la condición primordial de la conspiración es la intimidad, la cual implica compartir con pocos y generar códigos que sólo conozcan los involucrados. La voluntad conspiracionista es también de poder, de posesión de una información única y restringida. Evidentemente, YouTube es lo opuesto a esto.

José Juan Cabrera, por el contrario, asevera que no hemos terminado de comprender y siquiera ubicar la amplitud de las dinámicas de interacción online, y que precisamente por ello puede ser un espacio idóneo para construir y propagar hipótesis de maquinaciones. La web representa en sí misma una distorsión de lo real y esa distorsión es un principio de la teoría de la conspiración. “Hay sociedades virtuales cerradas, la gente interactúa en redes con alias o pocas señas de identidad, se generan vínculos a partir de miedos compartidos. Recordemos que las víctimas del Heaven’s Gate se congregaron mediante una página de Internet. No hemos alcanzado a calcular la clase de emociones que se ponen en juego en la sociedad del ciberespacio, las necesidades que satisface, los sentidos que busca”. Además no hay claridad respecto al manejo de datos personales en la red, no hay legislación y sí grupos de choque como hackers y crackers.

Visto de ese modo, Internet no sólo sirve para propagar las presuntas intrigas: es la máxima teoría de la conspiración en sí misma. Hablamos de una instancia que reserva para unos pocos sus modelos de funcionamiento. Su uso, además, privilegia la intimidad (se cree que hay interacción, pero la dinámica operativa se efectúa en absoluta soledad). “Creo que la teoría de la conspiración ha encontrado su verdadero castillo en la red”, remata el psicólogo.

Desde la Filosofía se observa que de cualquier modo la teoría de la conspiración es inofensiva tanto en sus implicaciones prácticas como en sus creaciones de conocimiento, por lo general falso, exagerado y deformado.

Las especulaciones conspirativas son idénticas en muchos aspectos a las conjuraciones que tratan de analizar. Pero hay uno en el que coinciden especialmente: es un hecho comprobado a lo largo de la Historia que la mayoría de las grandes conspiraciones no se consuman, no llegan a ningún lado. Así la teoría.

Fuentes: Psicólogo José Juan Cabrera; Filósofa Luisa Kauffman; Psicóloga Sandra López, especialista en medios; Mariana Hernández, experta en cultura norteamericana; Antonio Garci, periodista.

Robert Kennedy horas antes de ser asesinado (1968).
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Orson Welles da lectura a la Guerra de los Mundos (1938)
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Horas posteriores al trágico hallazgo de la secta Heaven's Gate (1997).
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Placa conmemorativa de la supuesta abducción alienígena de una pareja en New Hapshire.
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David Icke imparte una conferencia en Melbourne, Australia (2011).
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La venta de refugios nucleares cobró gran demanda en Estados Unidos a mediados del Siglo XX.
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Marines estadounidenses en Afganistán (2001).
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