Los llamados fósforos de seguridad vieron la luz en 1844. INGIMAGE
Lograr el fuego sin ellos fue prácticamente inimaginable, ahora con el encendedor las cosas han cambiado un poco, aunque sigue existiendo quien los prefiere. Se trata de los fósforos, una herramienta que “alumbra” el camino del hombre.
En un principio, se solía sumergir delgadas franjas de madera en azufre fundido, el cual ardía cuando se le aplicaba una chispa que era producida por una piedra y acero. Hacia 1812 surgió la cerilla química, que era fabricada también con una cubierta de azufre y una mezcla de clorato de potasio y azúcar; el modo de hacerla arder era ponerla en contacto con ácido sulfúrico.
John Walker fue quien desarrolló el fósforo de fricción, esto hacia el año 1827, y en 1844 el sueco Gustaf Erik Pasch inventó los fósforos de seguridad, que son los usados actualmente.
Los fósforos de seguridad están formados por una cabeza que contiene trisulfuro de antimonio y un agente oxidante pegados con caseína o cola. La superficie contra la que se raspan contiene vidrio en polvo para la fricción, fósforo rojo y adhesivo.
El funcionamiento de estos es sencillo: cuando se fricciona la cabeza del fósforo con la superficie mencionada, el fósforo rojo se transforma en blanco, arde y prende la cabeza del cerillo, iniciando la combustión.
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