Londres, (Notimex).-A pesar de que la Tierra y Marte se formaron con los mismos materiales, el típico color rojo del segundo planeta puede deberse a que nunca alcanzó la temperatura necesaria para fundir el óxido de hierro, el cual quedó en su superficie.
Esa hipótesis ha sido postulada por un equipo de la Universidad de Bayreuth, Alemania, que encabeza David Rubie, quien precisó al sitio electrónico de la revista Nature que en la superficie marciana hay el doble de óxido de hierro que en la terrestre.
Al formarse la Tierra, el calor fue suficiente para fundir mucho del óxido de hierro , que se infiltró al interior del planeta y se convirtió en un enorme núcleo líquido.
Pero Marte nunca adquirió la temperatura necesaria para ese mismo proceso simplemente por ser más pequeño, dijo el científico, lo que dejó más óxido de hierro en los estratos superiores del planeta y le dio su distintivo tono rojizo y un pequeño núcleo férrico.
Para llegar a esa conclusión, el grupo dirigido por Rubie usó una prensa hidráulica para comprimir una muestra de hierro, níquel y oxígeno a más de 175 mil veces la presión atmosférica mientras la calentaban a dos mil 400 grados centígrados.
Estos experimentos les ayudaron a entender la forma en que el oxígeno y el hierro pudieron haberse comportado en los primitivos océanos de magma de los planetas.
Hace unos cuatro mil millones de años, la recientemente formada Tierra y sus rocosos planetas vecinos fueron martillados por intensos bombardeos de meteoros.
Esto pudo haber convertido a las superficies de los planetas en océanos de magma, que en la Tierra tenían una profundidad de unos mil kilómetros, hasta llegar a un fondo sólido y finalmente a un núcleo de hierro fundido.
El diámetro de la Tierra es casi el doble del de Marte y su volumen es diez veces mayor, es decir que el fondo del océano de magma terrestre habría estado bajo mucho mayor presión que el de Marte, pues había más material presionando desde arriba.
En la Tierra la presión habría elevado la temperatura del magma a más de tres mil 200 grados centígrados, y en ese punto el óxido de hierro se convierte fácilmente en hierro metálico y oxígeno disuelto, que al infiltrarse habría creado un núcleo relativamente grande.
