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Plaza pública/Embajada en la OCDE

Miguel Ángel Granados Chapa

La deplorable historia de un embajador que gastó una fortuna en instalarse en Francia ha tenido un desenlace en varios sentidos feliz, apenas afeado por una incomprensible gota ácida de aldeanismo: Carlos Elizondo Mayer-Serra sustituirá con gran ventaja a Carlos Flores Alcocer y él a su vez será reemplazado en el CIDE por alguien con semejantes calificaciones a las suyas, en un proceso del que quedó injusta y torpemente a un lado el historiador Jean Meyer.

Flores Alcocer causó baja en la representación mexicana ante la Organización de Cooperación y Desarrollo por su desaprensión al adquirir casa y menaje para instalarse. Se excedió en el gasto, con autorización que nadie quiso aceptar y eso causó la súbita conclusión de su breve carrera diplomática. La había iniciado en junio de 2003, luego de su desempeño como responsable de la planeación en la casa presidencial.

Para aliviar en lo posible ese desliz, se puso especial escrúpulo en la elección de quien ocupara esa embajada y se acertó en la designación de Elizondo Mayer-Serra, que la semana pasada fue ratificado en la Cámara de Senadores.

Doctor en ciencia política por la universidad de Oxford y director del Centro de Investigación y Docencia Económicas desde 1995, el nuevo embajador ante la OCDE cumplió con altas notas su desempeño en ese singular centro público de estudios. Fundado hace casi treinta años y puesto por el presidente Luis Echeverría bajo la dirección de Horacio Flores de la Peña, el CIDE se desarrolló hasta ser una institución de excelencia.

Su cuerpo docente está integrado por 70 profesores, todos doctorados que atienden a unos 400 alumnos, inscrito en licenciatura y maestría. Sus actividades se realizan a través de siete divisiones académicas: economía, administración pública, estudios políticos, estudios internacionales, historia y derecho.

Bajo la dirección de Elizondo Mayer-Serra se fortalecieron las tres funciones del Centro: la investigación, la formación de estudiantes procedentes de diversas regiones y niveles sociales y la difusión de conocimiento socialmente útil.

En este último terreno fue especialmente notable el empuje de su ya ex director. Hizo que la presencia y la influencia del CIDE se esparcieran en muchos ámbitos públicos, con una combinación del rigor que el lugar común prejuiciado atribuye sólo a las instituciones educativas privadas y la amplitud social y política de una entidad pública.

Elizondo Mayer-Serra, que no abandonó la investigación y la reflexión durante los años dedicados a la administración educativa —escribe en un diario capitalino cada dos semanas y lo hace también en publicaciones de corte académico— había sido requerido para otras responsabilidades, como la presidencia del consejo general del IFE, pero sólo aceptó esta singular embajada (la tercera con sede en París, además de la residencial ante el Gobierno de Francia y la que se desempeña ante la Unesco).

El CIDE depende del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología cuyo director, Jaime Parada, si no lo ha hecho a esta hora designará en las próximas a quien sustituya a Elizondo Mayer-Serra. Tiene la obligación de escuchar el parecer de un consejo consultivo de aquel centro, pero su opinión es sólo eso y no tiene carácter vinculatorio.

El consejo se entrevistó la semana pasada con dos candidatos a la dirección, los doctores Blanca Heredia Rubio y Enrique Cabrero Mendoza. Parte del buen desenlace de esta historia consiste en que Parada elegirá entre buenos candidatos y no tendrá que escoger el mal menor como no es infrecuente que ocurra en las instituciones académicas.

Blanca Heredia Rubio, que se ha proyectado públicamente a través de su participación en Primer plano, la mesa redonda de los lunes a través del Canal Once es, actualmente la secretaria académica del CIDE. Se formó originalmente en el Colegio de México y es doctora en ciencia política por la Universidad de Columbia. Su elección supondría un legítimo propósito de continuidad respecto de la gestión que ahora concluye.

La elección de Cabrero Mendoza, en cambio, implicaría una decisión de cambio. Cuando se reunió con los miembros del comité consultivo, Cabrero se refirió a una cierta autocomplacencia que juzga inadecuada para el fortalecimiento del CIDE. Dista de ser un antagonista del estilo de dirección que se ha practicado en la década anterior, pero su candidatura surgió de la proclividad igualmente legítima de un grupo de profesores de aprovechar la coyuntura inesperada de un reemplazo en la dirección para propiciar la entrada de nuevos aires en la institución.

Cabrero Mendoza es doctor en Gestión Pública por el Centro francés de enseñanza superior de negocios y pertenece a la División de administración pública.

Jean Meyer formaba parte de la terna de que se designaría al director. A última hora se le desplazó porque no nació en México. Enraizado en nuestro país desde hace más de treinta años, la porción medular de su vasta y sólida producción se ha consagrado a la historia mexicana.

Sin perder su cepa francesa es un mexicano como el que más, pero no para las regulaciones del CIDE. Supongo que la reglamentación ha cambiado o entonces se la pasó por alto, pero el segundo director de ese centro fue don Antonio Sacristán Colás que tampoco había nacido en nuestro país.

Para fortuna del CIDE — y de la sociedad que obtiene beneficios de sus tareas— la exclusión de Meyer no achica la dimensión de la terna. Pero es una mala señal de aldeanismo mecánico.

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