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Owens humilló a Hitler

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MÉXICO, DF.- El atleta estadounidense negro James Clevelan Owens, de excepcional capacidad física y carisma, llegó a los XI Juegos Olímpicos de Berlín 1936 como una figura deportiva, cuando aún estaba por ofrecer al mundo una de sus mejores actuaciones.

Ya en 1935 había logrado en una sola jornada romper tres records mundiales y empatar otro en pruebas de pista y campo, pero al parecer este gran cartel fue ignorado por los atletas alemanes que sólo creían en ellos rodeados de la propaganda nazi.

¿Por qué Jesse y no James como lo indica su nombre de pila?, es una anécdota que da explicación a un mal entendido cuando el atleta tenía ocho años de edad. En su escuela en Cleveland, Ohio, JC fue inscrito en una escuela pública. En el primer día de clases cuando la profesora pidió su nombre, ella creyó escuchar Jesse, en vez de JC. Desde entonces a Owens se le nombró "Jesse".

Jesse nació en el poblado de Danville, Alabama, el 12 de septiembre de 1913, hijo de Henry y Emma Owens. Trabajó desde muy pequeño en distintas actividades para ayudar a la pobre economía familiar. En su tiempo libre laboró en una tienda de comestibles, cargó camiones de transporte de mercancías y trabajó en un taller de reparación de zapatos, cosa que le hizo sentirse muy satisfecho.

En una ocasión, en su clase de educación física, Jesse intervino en una carrera de 60 yardas, el entrenador Charle Riley vio el desempeño de Owens y lo invitó a formar parte del equipo de atletismo de la escuela. El joven le dijo que no podía prepararse por las tardes porque tenía que trabajar, entonces el entrenador se ofreció a prepararlo por las mañanas.

Pronto se convirtió en el rey de las pistas en su época de estudiante de secundaria con varios records nacionales en la categoría junior.

Varias universidades intentaron reclutar a Jesse, pero el joven atleta decidió representar a la Universidad de Ohio. Aquí Owens enfrentó una de las competencias más difíciles de su vida, pues en los años 30s en Estados Unidos el racismo, las agresiones contra la población afroamericana, vivía una de sus épocas más crudas.

Cuando tuvo que viajar con el equipo de la universidad para competir en torneos nacionales debió comer y dormir en los lugares destinados para los negros y en muchas ocasiones pagó sus propios gastos porque no gozaba de una beca como el resto de los deportistas, por lo que continuó trabajando.

El 25 de mayo de 1935, en la reunión atlética de los Diez Grandes en Ann Arbor, Jesse Owens dio una de las exhibiciones más recordadas en su carrera deportiva, al fijar cuatro records mundiales en apenas 70 minutos (100, algo nunca visto en el deporte.

Incluido en la delegación estadounidense para los Juegos Olímpicos de 1936, Jesse se convirtió en el rey de la justa veraniega celebrada en Berlín, donde superó los registros en tres pruebas con nuevos records olímpicos en 200 metros (20.7 seg), salto de longitud (26.5 1/4 pulgadas) y 4x100 (39.8 seg); dos mundiales (200 m y 4x100) e igualó el récord olímpico anterior de los 100m (10:3 seg).

Sus hazañas quedaron para la posteridad, debido a que los Juegos fueron por primera vez televisados, pero sobre todo por ser el primer americano en la historia en ganar cuatro medallas de oro en el atletismo en unos Juegos Olímpicos.

Los triunfos de Owens fueron un fuerte revés para el orgullo del dictador Adolfo Hitler, cuya voluntad era que los deportistas alemanes se mostraran como una aplanadora atlética, que alimentara su ideal de la nación aria, la cual defendía la superioridad de una raza en todos los niveles.

Aún se mantiene en duda, aunque se ha rechazado en varias oportunidades, el hecho de que Hitler se negó a saludar a Owens en la premiación por ser negro, de haber sido así, el atleta norteamericano recibió a cambio el aplauso, el reconocimiento y cariño del público.

De haberse mantenido la periodicidad en las competencias olímpicas, Jesse Owens habría podido extender su leyenda y sumar más triunfos a su ya gloriosa carrera.

A pesar de su éxito olímpico, la inestabilidad financiera de la familia obligó a Owens a seguir corriendo, pues en esa época no se le ofreció ninguna clase de recompensa económica por ser negro.

Jesse dejó la escuela un año antes de concluir la universidad para resolver los problemas económicos de la familia. Se ganó la vida compitiendo contra cualquier cosa, gente, incluso contra caballos, o motocicletas.

La liga del beisbol del jugador negro lo empleó frecuentemente para competir contra caballos pura sangre en una exhibición antes de cada juego, incluso lo hizo contra algunos corredores a quienes daba ventaja de diez yardas antes de vencerlos.

Firmó numerosos contratos publicitarios y ofreció conferencias de prensa con agradables charlas motivacionales para sus oyentes. El campeón olímpico viajó por todo Estados Unidos bajo el patrocinio de la compañía Ford y el Comité Olímpico de su país.

En 1976, a Jesse Owens se le concedió el honor más alto que un civil en Estados Unidos puede recibir. El presidente Gerald R. Ford le otorgó la medalla de la Libertad.

Jesse Owens fue un devoto y cariñoso padre de familia. Se casó con el amor de su vida, la joven que conoció en la secundaria, Ruth Salomon, en 1935, con quien procreó tres hijos Gloria, Bervely y Marlene.

Jesse Owens, para muchos el mejor atleta de todos los tiempos, murió en 1980 en Tucson, Arizona, a consecuencia del cáncer.

A la muerte del campeón olímpico y mundial, su esposa Ruth y su hija Merlene se hicieron cargo de la fundación Jesse Owens, que proporciona ayuda financiera a jóvenes con deseos de alcanzar metas que de otra manera no podrían conseguirlas.

Entrenamiento de guerra.

Los griegos creían en forma en el valor del deporte como entrenamiento, particularmente para la guerra, pues para ellos ambos tenían mucho en común.

Se pensaba que el éxito en los grandes festivales atléticos alrededor de 500 a. C. demostraba categoría y que añadía gloria al prestigio de una familia; posteriormente quizá sólo prestigiaba a un individuo y al Estado.

Los deportes griegos eran competitivos, frecuentemente sangrientos y en ocasiones repugnantes y mortales. Su disciplina era severa y la violación de las reglas se castigaba duramente.

Al principio, en Olimpia, las viejas competencias tenían un significado ritual, pero hacia el siglo V a. C., este significado se había perdido por completo.

Por otra parte, la posición del ganador nunca fue más prestigiosa que a fines del siglo VI y comienzos del V.

Cierto número de relatos conservan la creencia popular de que estos hombres eran héroes, superhombres semidivinos, cuyas simples estatuas eran capaces de realizar milagros.

El académico español Valentín García Yebra ha señalado que el mundo moderno es, en muchos aspectos, prolongación del helénico.

Asimismo ha comentado que "alguien ha dicho que, en la mayor parte de nuestras actividades culturales, somos hijos de los romanos y nietos de los griegos".

Los griegos y, siguiendo su ejemplo los romanos, crearon una civilización noble y compleja que, oscurecida y soterrada durante siglos, ha resurgido en muchos terrenos y vive con fuerza renovada.

Según García Yebra, esto es así también en lo relativo al deporte, que tuvo en la época de mayor esplendor de Grecia, vigencia y prestigio inigualados.

En ninguna literatura, al decir de dicho escritor, hay un poeta comparable a Píndaro, cantor insignie de los héroes del deporte griego.

Olimpia abundaba en sotos o bosquecillos, sobre todo de acebuches u olivos silvestres. De los retoños de unos de éstos se hacían las coronas de los vencedores.

Allí se celebraron, durante casi mil 200 años, los Juegos Olímpicos.

En ese lugar se fueron reuniendo miles de estatuas de dioses y de vencedores en los juegos, edificios destinados a guardar las ofrendas votivas, templos, altares, tumbas; en una palabra, los tesoros más valiosos del arte griego.

Plinio el Mayor afirma que, en su tiempo, el número de estatuas llegaba a tres mil.

El bosquecillo sagrado llamado Altis, albergaba, junto con otros edificios y objetos sagrados, el Olimpieo o gran templo de Zeus Olímpico, dentro del cual se hallaba la colosal estatua del dios, obra de Fidias.

Pero si el adjetivo olímpico, aplicado a los juegos, procede del topónimo Olimpia, que designaba el lugar donde se celebraban, este nombre procede a su vez del sobrenombre de Zeus, Olympios, derivado de Olimpos, nombre del monte más alto de Grecia (dos mil 918 kilómetros), situado en la frontera entre Macedonia y Tesalia y considerado por los antiguos griegos morada de los dioses.

De Olimpia procede también olimpiada u olimpíada, nombre del conjunto de juegos que allí se celebraban cada cuatro años que media entre las celebraciones de estos certámenes.

En Olimpia no podían contemplar los juegos las mujeres casadas, pero en cambio sí lo podían hacer las solteras. La mujer que quebrantase esa norma debía ser precipitada desde lo alto del monte Tipeo.

Pero sucedió que Calipatira o Ferenice, perteneciente a una célebre familia de vencedores olímpicos, hija de Diágoras, cantado por Píndaro en Olímpicas VII, había acompañado hasta Olimpia a su hijo, que se inscribió como púgil.

No pudiendo resistir el deseo de verlo luchar, se metió entre los espectadores, disfrazada de entrenador. Loca de alegría por la victoria de su hijo, saltó la barrera, pero, al hacerlo, se le desgarró el vestido y fue reconocida como mujer.

Los helanódicas o jueces de los juegos, por consideración a la fama olímpica de su familia, la dejaron marchar y se limitaron a decretar que, en adelante, también los entrenadores debían estar desnudos en las competiciones.

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