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El Papa jesuita, ¿un reformador?

ALBERTO AZIZ NASSIF

Resulta abundante la cantidad de información que se ha difundido sobre el nuevo Papa Francisco. En unos cuantos días se ha divulgado su historia, biografía, virtudes y defectos y se han construido una serie de imágenes contrastantes sobre el personaje.

La elección de Jorge Bergoglio generó un clima de suceso histórico en donde pasan cosas que no habían sucedido en la historia de los papas. Es el primer Papa latinoamericano, jesuita y argentino. Los calificativos proliferan como en un rompecabezas que habla de la complejidad de la persona: sencillo, austero, estratega, humilde, ambicioso, coherente, tibio, inteligente, conservador, moderado, seductor, líder, cómplice, valiente, carismático, innovador. La construcción mediática se da porque la Iglesia Católica es un campo de fuerzas y luchas que genera múltiples expectativas y proyectos. Quizá por eso se pueda decir que el pontificado de Francisco está en proceso de construcción.

En 1978 hubo una gran expectativa porque llegó a la silla de Pedro un Papa que no era italiano, sino polaco, Karol Wojtila. También se habló de sencillez y carisma, pero pronto se supo que sería un pontificado restaurador que archivaría el mensaje del Concilio Vaticano. Entre Juan Pablo II y Benedicto XVI han pasado 35 años y la Iglesia ha entrado en una crisis cuyas expresiones más visibles, pero tal vez no las más profundas, son la corrupción, la pederastia y el encierro frente a la modernidad. Ahora que se eligió a Bergoglio se renuevan expectativas de cambio, pero prevalece un tono moderado.

Se sabe que Francisco ha sido un hombre conservador en la doctrina, sobre todo en los temas de la sexualidad, pero que ha tenido una especial sensibilidad hacia los problemas sociales, hacia la pobreza. De hecho, eso es lo primero en firme que declaró: "Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres". Teólogos progresistas como Leonardo Boff consideran que "Francisco no es un nombre, es un proyecto de la Iglesia, pobre, sencilla, evangélica y desprovista de todo poder". Otras opiniones de algunos que lo trataron como arzobispo de Buenos Aires, por ejemplo uno de los integrantes de la comunidad argentina de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, Fabio Rapisardi, dice que: "Es un moderado en todo y como tal deja que los sectores progresistas puedan discutir. Juan Pablo II y Benedicto XVI habían hecho una razia" (El País, 20/III/2013).

Distintas voces pronostican que no se esperan cambios importantes sobre doctrina o el papel de la mujer en la Iglesia, pero sí hay expectativa de que pueda darse una mayor cercanía y sensibilidad con los sectores más pobres. Como arzobispo navegó entre las izquierdas y derechas, pero su apuesta era "una iglesia más tradicional y vertebrada en las parroquias y reforzó la presencia de curas en las villas (barrios marginados)" (El País, 17/III/2013).

En los ambientes de jesuitas se sabe bien que el poder es un elemento fundamental y cotidiano, pero siempre está recubierto de un discurso de legitimidad, porque -supuestamente- se busca el poder para el servicio. Así lo dijo Francisco, como buen jesuita: "El verdadero poder es el servicio". Sin embargo, el poder forma parte de la Iglesia y el Papa es la cabeza de la institución. Luis Bassets lo dijo muy bien: "El funcionamiento de los mecanismos del poder y de las complejas escaleras que conducen a la cima pertenecen a una gramática universal, pero en ningún otro lugar se da con tanta pureza, tanta resolución y también tanto silencio. Sólo llega quien convence al mundo de que ha renunciado a todo y ha matado hasta la última bacteria de vanidad en su interior" (El País, 17/III/2013).

Así, entre metáforas y adjetivos, entre comparaciones y testimonios, se empieza a construir el nuevo Papa. En los próximos días y meses se definirá el estilo de gobierno, el equipo de trabajo y los acentos que le va a imprimir Francisco a su pontificado. Veremos si la opción por lo pobres se queda en la visión más tradicional de ver por los más necesitados como caridad o también se hace un planteamiento más estructural, más liberacionista. Una cosa es ser un arzobispo y otra es ser el Papa, ese cambio puede representar una transformación en los alcances reformadores. Como bien se recuerda Juan XXIII no era un progresista y en cinco años revolucionó a la Iglesia. Es previsible una presencia papal acentuada en Amércia Latina, lo cual influirá en temas sustantivos de agenda pública. Veremos si Francisco es un reformador que impulsa los derechos humanos o sólo se dedica a administrar mejor la Iglesia actual.

Investigador del CIESAS

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