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¿Por qué quieren ser alcaldes?

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

¿Qué es lo que mueve a un político a pretender gobernar un municipio con tantos y tan graves problemas como los que enfrentan los municipios de nuestra región? ¿Qué motivación encuentran en ese amasijo de incertidumbres en el que se ha convertido la vida pública en La Laguna como para desear convertirse en autoridades o representantes? ¿Será un interés genuino por transformar esta realidad hostil y llevarla a un estado menos intolerable? ¿Será el interés mezquino de sus gremios o partidos por controlar para su beneficio las estructuras políticas de la ciudad? ¿Será la visión tóxica de estar cerca de los recursos públicos y de la información privilegiada para convertir las instituciones en su botín personal? A río revuelto, ganancia de… oportunistas. ¿Es posible que no haya pescadores egoístas que obtengan beneficios de todo este revoltijo?

"Yo sí tengo la experiencia". "Yo sí tengo la voluntad". "Yo sí puedo". "Yo sí escucho al ciudadano". Son frases comunes en estos tiempos. La gran pregunta es: ¿Qué ha hecho cada uno de los aspirantes para evitar que estemos sumidos en este lodazal? ¿Qué han hecho además de vivir bien a expensas del erario? ¿Qué han hecho, por ejemplo, Riquelme, De León, Zermeño y Sifuentes durante todo este tiempo en el que los laguneros nos hemos visto abandonados, vilipendiados, asolados? Deberían empezar sus campañas contestando a este cuestionamiento. Sin esa respuesta, lo demás es simple verborrea. El planteamiento de Alejandro Martí cobra hoy, aquí, en las provincias internas, nuevas dimensiones. Si no pueden, si no han podido, no le entren. No necesitamos, no queremos más de lo mismo.

Me hago estas preguntas y planteamientos mientras veo cómo transcurren las precampañas de los aspirantes a las alcaldías de Torreón, Gómez Palacio, Lerdo y Matamoros, la llamada zona metropolitana de La Laguna. En esencia, hasta ahora los mensajes son los mismos, los mismos que enviaron quienes hoy están en el poder y no han podido -¿o siquiera querido?- mejorar la situación de la comarca. Hablan de rescatar a las ciudades de la decadencia, poner orden en las calles, mejorar los servicios, combatir la inseguridad, fomentar el empleo, propiciar la participación ciudadana. Las diferencias hoy, parecen estar más en las formas.

A las preguntas planteadas al inicio, ellos, los aspirantes, seguramente responderán -algunos ya lo han hecho- que su interés es genuino, que quieren levantar a los municipios de esta comarca. Están en campaña, ¿qué otra cosa pueden decir? Lo importante hoy es revisar la congruencia. ¿Es su carrera política un proyecto personal o un proyecto colectivo? ¿Cómo han construido desde su carrera mejores condiciones de vida para todos los que habitamos en esta región? ¿Cómo han trabajado, desde sus cargos anteriores, las propuestas que nos venderán como soluciones para conseguir nuestro voto? Si quieren convencernos de que creen en ellas deben mostrar primero sus credenciales. El voto no puede ser ya más un cheque en blanco al portador.

El diagnóstico de nuestra realidad es ya un lugar común, porque la hemos padecido y la seguimos padeciendo. El hampa hace lo que quiere. Mata, secuestra, roba, despoja al ciudadano de a pie de la tranquilidad necesaria para llevar una vida digna, mínimamente confortable. Ante él, las instituciones locales son débiles, permeables, pequeñas, vulnerables. ¿Quién se atreve así a hablar de democracia sin pasar por ser un cínico en la acepción moderna del término?

Y frente al enorme desafío de la delincuencia, no hay coordinación entre los ayuntamientos. ¿Cuándo fue la última vez que los alcaldes de la región se reunieron en consejo para discutir las soluciones que sólo pueden ser integradoras e integrales?

Los servicios públicos no están a la altura de las expectativas ciudadanas. Y las autoridades se acuerdan de mejorarlos sólo en tiempos previos a las campañas. Pero, obvio, el tiempo nunca alcanza, y tampoco los recursos que sólo en raras ocasiones son mensurables en los resultados de su inversión. La discrecionalidad sigue privando en la toma de decisiones sobre las obras o programas que se ejecutan. ¿Quién dijo que necesitamos ese edificio, esa plaza, esa vía o ese puente? ¿Quién tiene la primera y última palabra al respecto? La ciudadanía no, eso está muy claro.

La falta de planeación urbana nos ha llevado a niveles lamentables. Las ciudades se expanden sin orden y muchas veces para el beneficio de los acaparadores de predios antes ejidales. La mancha de asfalto y concreto devora los espacios otrora naturales. Dotar de servicios a los asentamientos precarios es cada vez más difícil. Proliferan las colonias cerradas, aisladas de la ciudad. Otras se esconden en enrejados, muros o jardineras. La fragmentación y la disgregación son los síntomas más evidentes de nuestra incapacidad de convivencia. Si no confiábamos en nuestros políticos, ahora desconfiamos también de nosotros mismos. La lumpenización convive, sin mezclarse, con la celosa opulencia. Hemos dejado de mirarnos a los ojos porque tenemos cada vez más miedo. No somos ciudad, sólo somos una mancha urbana. El transporte público es ineficiente. Cuesta mucho a un ciudadano sin auto trasladarse por calles diseñadas en su mayoría sólo para los carros. Los centros se despueblan y decaen.

Pero tampoco hay un plan en lo económico. Nuestros pilares son los mismos que desde hace décadas, con todas sus desventajas. Agroindustria, metalurgia, metalmecánica, comercio y lo que queda de la maquila. Nadie atina a definir un rumbo alterno. ¿Qué queremos hacer de nuestra región? Esta es otra pregunta que no hemos sabido responder. Y mientras eso ocurre, los recursos naturales se consumen, el medio ambiente se deteriora y la desigualdad social y la pobreza siguen siendo un cáncer que nos mata lentamente.

Vivimos cada vez más lejos, cada vez más inseguros, cada vez más inciertos, cada vez más aislados. Y a todo esto se enfrentarán quienes quieren hoy gobernar nuestros municipios. Si en verdad les interesa encontrar una salida, deberían estar muy preocupados. Deberían estarlo desde hace años. Y deberían también decirnos a los electores cuál ha sido el producto de esa preocupación. Sin esa preocupación y sin ese trabajo como consecuencia de ella, no valdrá la pena elegirlos. Lo digo como un simple ciudadano que está tratando de razonar su voto en medio de una realidad que le agobia.

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