Aquella posada navideña estaba en el punto mayor de la alegría.
Sonaba la música estridente de la banda, y las parejas bailaban con animación.
Por las mesas iban y venían los camareros con manjares y bebidas para los invitados.
Se oían risas, gritos, algarabía...
En eso un hombre y una mujer humildes le preguntaron al encargado de la puerta si podían entrar a aquella fiesta que se hacía para recordar el nacimiento de Jesús, y en su nombre. Tenían hambre y sed, le dijeron, pues venían de muy lejos. Comerían un bocado y beberían un poco de agua. Después se irían.
Los interrogó, ceñudo, el individuo:
-¿Tienen ustedes invitación?
-No -respondieron ellos.
-Entonces -les dijo el individuo- no hay lugar para ustedes en la posada.
¡Hasta mañana!...