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Y el sexo, qué

SEXUALIDAD

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Psicólogo Sexólogo Silvestre Faya

Existen parejas que ven al sexo como una actividad irrelevante. Día tras día se entretienen con una y mil cosas, pero de buscar el placer erótico, de eso nada. Aunque a simple vista no se perciba un problema, en realidad es el indicador de que algo no va bien y el detonante de algo tan serio como la separación.

A muchos esposos (o novios que viven juntos), tener relaciones sexuales ni les templa el ánimo ni les despierta preocupación. Pasan el tiempo absortos en la crianza de los hijos, el manejo de las finanzas, la atención a su trabajo o negocio; y no sólo obligaciones, también les apasiona practicar algún deporte, cocinar, salir juntos a tomar una bebida, ver películas en casa y un amplio etcétera de actividades que gustan de compartir pero que excluyen al coito.

Al examinarse a sí mismos se consideran satisfechos con su vida actual, es más, hasta presumen de que nada les falta para ser felices. En las reuniones, durante las conversaciones con amigos, si se toca el tema del sexo afirman detrás de una sonrisa maliciosa: “Disfrutamos mucho de nuestros encuentros”; así, todos pueden pensar que llevan un erotismo envidiable. Lo que no dicen es que tales encuentros son escasos, quizá una vez cada dos o tres meses.

En resumen, aparentemente su vida es como una línea recta, sin curvas, cimas o valles. Nada se sale de control. Sin embargo, aunque ante los demás finjan lo contrario, la mayor parte del tiempo su actividad en la cama suele limitarse a una amable despedida al acostarse. ¿Qué se esconde tras la indiferencia por la sexualidad?

¿AMARTE SIN GOZARTE?

Durante el año y medio que tuvieron de noviazgo, Adrián y Paula únicamente se permitían caricias excitantes, nada de sexo. Luego, la luna de miel se convirtió en un viaje de vacaciones como de hermanos: salían a nadar, comían a sus anchas y llegaban cansados a su habitación. Platicaban un poco y después dormían a pierna suelta.

Paula había sido aleccionada por su madre y sus amigas a que la primera relación “era de apertura y por lo tanto incómoda”. Adrián tuvo una educación sexual nula. Ambos eran entonces analfabetas sexuales, inexpertos y prejuiciados, un ‘excelente’ coctel para llevar una vida con poca y mala actividad íntima. Su primer intercambio físico vino al mes de casados y les produjo placer a ambos, aunque no lo que esperaban. Aun así, no incorporaron lo físico a su agenda conyugal.

Conforme pasaba el tiempo, Paula escuchaba con asombro a sus amigas cuando narraban los encuentros con sus parejas. En nada se parecía al insípido ambiente de su recámara, aunque fuera de ahí todo en su matrimonio marchara de maravilla. Llegó a pensar que su marido era gay o que ella no le gustaba lo suficiente; intentó hablar con él en repetidas ocasiones, mas nada pasó. Un día su deseo simplemente entró en un proceso de hibernación. Para ella la cama se convirtió en sala de lectura, cuarto de televisión y espacio del sueño. Adrián, por su parte, fue viéndola transformarse. Al principio su pretensión era conquistarla, pero algo en su interior le desinfló el entusiasmo y la capacidad de tomar iniciativas sexuales. Después de esos combates internos se convenció de que la relación erótica con Paula no era tan importante como mantener con ella una buena amistad, compartir una casa agradable, salir de viaje, y se aplicó en ese sentido. El coito fue espaciándose cada vez más; de una vez a la quincena pasó a darse cada dos o tres meses y siempre sin satisfacción pues él eyaculaba pronto y ella simplemente lo dejaba hacer.

DESEO A LA BAJA

Cuando en una pareja todo marcha de maravilla, exceptuando el aspecto sexual, a menudo se debe a que la experiencia del orgasmo compartido les es ajena. Aunque frente a los amigos cercanos aseveren lo contrario, se sienten aturdidos ante eso que llaman clímax, no lo han vivido con normalidad y poco a poco ven desaparecer cualquier asomo de deseo. Es entonces que su frustrada vida sexual la disfrazan con salidas frecuentes, compras, viajes y demás. Son varias las causas detrás de esa flama apagada:

Prejuicios. Cada persona recibe en casa el ejemplo de sexualidad tal y como lo viven sus padres. La conducta restrictiva convierte al impulso erótico en algo oculto, prohibido, de lo que no se puede hablar. La mente moldeable de la infancia es terreno fértil para llegar a creer que la iniciativa sexual y la curiosidad por saber de este aspecto, son algo malo, sucio, pecaminoso. Al llegar a la adolescencia los prejuicios terminarán por balancear las creencias hacia la vergüenza y la duda.

Angustia de desempeño y anticipación al fracaso. Pretender quedar bien y caer en el fracaso al perder la erección o mostrar nula o escasa lubricación vaginal, puede constituirse en una reacción de angustia que incapacita a disfrutar de la sexualidad. A la vez, el temor a nuevos fracasos promoverá la evitación de nuevos encuentros.

Tensión nerviosa. Todos vivimos bajo estrés. Este es el elemento que impulsa o reprime la acción. Ver día con día problemas u obstáculos puede inhibir el deseo. Las hormonas del estrés dificultan la reacción inicial del gozo que culmina en el orgasmo.

Pensar en vez de sentir. Quienes llegan al coito pensando no saborean y peor aún, se convierten en espectadores de sus resultados, comparándose con las imágenes que ven en el cine, la televisión, o las pláticas infladas de sus amigos y compañeros.

Mala comunicación en la pareja. Los esposos que guardan silencio para evitar cualquier sobresalto, pueden provocar un divorcio psicológico que inicia en la cama. No pedir, no dar, no exigir, parece una buena solución pero en realidad sólo empeora las cosas. Asimismo gritar, reclamar, descalificar, únicamente servirá para hacer más grande la distancia entre los amantes. Es necesario dialogar de forma asertiva para conocer a fondo los orígenes de la falta de pasión.

Las otras causas. Hay más posibles razones por las cuales se puede mostrar apatía hacia la idea de compartir la cama con su cónyuge. Dos de ellas: una enfermedad, y la no aceptación de las verdaderas preferencias sexuales, pues aunque la persona no admita ni para sí misma que se inclina por su mismo sexo, no logrará interesarse por tener contacto físico con su pareja.

POR SUPUESTO QUE IMPORTA

Algunos pueden pensar que el sexo no es fundamental para la relación de pareja. No obstante, quienes tienen la experiencia conjunta del clímax reconocen que éste despierta un inmenso placer e igualmente que los orgasmos frecuentes cambian su perspectiva de la vida. “Dan ganas de trabajar”, “te sientes más unido”, “ves todo de mejor color”, aseguran, pues las reacciones euforizantes provocan cambios en la química cerebral y liberan endorfinas promoviendo un estado de bienestar personal.

Los individuos que tienen malos, escasos o nulos episodios eróticos exitosos, experimentan ansiedad, depresión y desarrollan una mala imagen de sí mismas. Queda claro que todo par de amantes necesita refrendar con frecuencia sus sentimientos amorosos con orgasmos compartidos.

Los cónyuges que no logran superar la falta de una vida sexual asidua tienden a ver todo con pesimismo; a autodenigrarse, considerándose poco competentes. Una sexualidad feliz es un derecho de toda pareja y una fuente inagotable de bienestar físico y mental.

Quienes detecten en su intimidad un desgano, aceptado y a lo mejor promovido por ambos, pueden recibir asesoría y consejo de un especialista. La orientación basada en educación y terapia sexual hará que descubran la enorme importancia que tiene compartir un erotismo pleno.

Obtener satisfacción sexual con su ‘media naranja’, disfrutarse no sólo como compañeros sino como amantes, hacer planes y alcanzarlos, desarrollará fuertes lazos de unión y consolidará su vínculo amoroso.

www.sexologosilvestrefaya.com

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