Mi abuela doña Liberata era ya muy anciana, y yo pequeño, cuando le conté un gran secreto: me gustaba una niña.
Ella me preguntó quién era, y yo le revelé el nombre de mi amada.
-Ah, sí --dijo mi abuela-. Es hija de Fulanito y Fulanita. No tienes mal gusto, hijo: es linda la chiquilla.
-Mamá Lata --le dije entonces, preocupado- ¿me guardarás el secreto?
-No te preocupes, hijito --sonrió ella-. Los secretos que los nietos nos cuentan a los abuelos están seguros, porque unos minutos después de saberlos se nos olvidan.
Es cierto lo que decía mamá Lata. Los abuelos disfrutamos el gozo de recordar, pero al paso del tiempo la naturaleza nos regala el consuelo de olvidar.
¡Hasta mañana!...