Son días éstos en que presenciamos los cambios que el nuevo gobierno del licenciado Peña Nieto tiene preparados para el país. Cada presidente lo hace. El acierto en la creación de nuevos organismos se mide en la necesidad que se atiende y los resultados obtenidos. En nuestro querido país no siempre los resultados positivos logrados aseguran la permanencia de la institución. La historia nos muestra que algunas de ellas desaparecen por cambios en la dirección política.
Es oportuno hacer alusión a organismos desaparecidos con todo y las funciones que les dieron origen y justificación que luego no se suplieron adecuadamente dejando vacíos que siguen reclamando atención.
Viene pues a cuento el tema de nuestro comercio exterior, factor ahora más que nunca indispensable para hacer que avancemos hacia el mejoramiento de los niveles de vida de todos los mexicanos. El inteligente equilibrio entre una activa exportación y una racional importación asegura la eficiente aplicación del potencial de nuestra población a los inmensos recursos naturales.
Obtener óptimos resultados de la conjunción de esos dos elementos requiere coordinarlos mediante la acción conjunta de los sectores público y privado. Ningún Presidente de México ha entendido lo anterior mejor que Luis Echeverría.
En 1970 el impulso del comercio exterior del país se encontraba, desarticulado y disperso entre diversas secretarías y organismos públicos. Las Secretarías de Industria y Comercio, de Hacienda y Crédito Público, Relaciones Exteriores, Agricultura y Ganadería, Patrimonio Nacional, Banco de México, Nacional Financiera, y otros organismos especializados del sector público, todas cual más cual menos tenían una intervención en la actividad exportadora o tomaban decisiones sobre qué importar conforme a su peculiar interés.
La promoción de las exportaciones se reducía al apoyo dado por el Fondo de Promoción de Exportaciones constituido en el Banco Nacional de Comercio Exterior, financiado por la recaudación de un impuesto a la exportación de algodón. Con estos fondos se había formado pocos años antes un pequeño grupo de consejeros comerciales que, destacados en las diversas regiones del mundo, era el primer esfuerzo formal oficial para la que los productores nacionales conquistaran los mercados internacionales. La oferta del país, empero, era magra constituida por productos minerales y agropecuarios y unas pocas manufacturas.
El sector privado contaba con la ANIERM, pionera, cuya academia de comercio exterior y escuela de idiomas comenzaba a fomentar la conciencia necesaria.
No podía ampliarse y fortalecerse el comercio exterior de México y realizar las oportunidades en los mercados latinoamericanos de la ALALC o las preferencias recién creadas para países en desarrollo por la Conferencia de Comercio y Desarrollo (UNCTAD) de la ONU.
México quedaba en la retaguarda con una exigua oferta insuficiente para pagar las importaciones que realizaba entre las que estaban los bienes de capital para producir los intermedios y de consumo que se demandaban aquí. El aumento del comercio exterior no era simplemente un empeño limitado a equilibrar la balanza comercial. El comercio exterior debe crear empleo y a la vez protegerlo.
La prioridad económica más importante para el país apuntaba a la organización del comercio exterior, fortalecer las promociones al mundo y diversificar la gama de productos y los destinos de nuestras ventas entonces dirigidas casi todas al mercado norteamericano.
Lo anterior indicaba la urgencia de crear una institución donde los empresarios y los órganos del estado se encontrasen para, de común acuerdo, trazar y aplicar una política de comercio exterior que conjuntase los apoyos fiscales, financieros y administrativos en estrategias de acción concretas a las que cada una de las áreas de gobierno, con las cámaras y asociaciones de productores contribuiría con la acción que les correspondía de acuerdo a sus mandatos.
Planteada por la iniciativa privada el candidato Echeverría dio de inmediato su apoyo, que no disminuiría a lo largo de su administración, para un organismo que cumpliese la función mencionada. Como político, Luis Echeverría veía en el tema una buena vía para incorporar la iniciativa privada a un incluyente programa general de gobierno. En el consejo de administración, presidido por el secretario de Industria y Comercio que sería el licenciado Carlos Torres Manzo, estarían los representantes del sector privado al lado y de las secretarías de Estado más cercanas al tema.
Desde los primeros pasos en febrero de 1971, el IMCE se dedicó a dos tareas, la de ampliar y diversificar exportaciones y la más urgente, crear la oferta exportable de productores agrícolas, agroindustriales y manufacturas del país. Para la primera, expandir la red de consejeros comerciales, para la segunda crear en cada estado de la república una comisión de fomento de comercio exterior para estimular la producción de artículos competitivos en el mercado internacional.
La coordinación entre los representantes estatales del IMCE y los consejeros comerciales era el mecanismo donde se encontraban las demandas del exterior con las ofertas promovidas en el interior.
Terminada la administración de Echeverría las múltiples funciones fueron sistemáticamente recortadas. En 1985 el presidente De la Madrid dispuso su desaparición.
Con su extinción, también desapareció la coordinación de una política de comercio exterior. Pasarían años para que una función promotora fuese rescatada por un nuevo organismo, Pro México, creado en 2007, dedicado a la atracción de inversiones extranjeras y a organizar misiones y ferias. Las demás funciones regresaron a sus orígenes de 1970. La visión a largo plazo de un desarrollo integral dinamizado con el comercio exterior se disolvió. La promoción integral de la economía nacional que Echeverría promovió quedó desvanecida. ¿Seguirán igual las cosas?
