Cayó la primera helada en el Potrero. Abrí la ventana de mi cuarto -"para que entre la gracia de Dios'', decía mi abuela- y el invierno se metió de rondón y me hizo tiritar.
La falda de la sierra tenía una orla blanca; de la noche a la mañana los árboles encanecieron. Sobre la última rama del ciprés un cuervo parecía el punto de un signo de admiración que se asombrara por la ausencia del sol.
Pasó el rebaño de cabras rumbo al agostadero. Los animales volvían la cabeza a todas partes como diciendo: "-¿Por dónde nos llevan? ¿A dónde nos llevan?''. Blanco el suelo, quizá se les confundía con el cielo.
El Potrero es hermoso, lo mismo en invierno que en la primavera; igual en el otoño que en verano. Yo gozo cierzo y flor. Otra vez abro la ventana y entonces no es el invierno el que entra en mi aposento: soy yo el que voy al encuentro del invierno. Es hermoso también, y lleva en sí el anuncio de una futura primavera.
¡Hasta mañana!...