Una investigación de la Universidad de Ontario del Este demostró que el hecho de que alguien sea genéticamente parecido a nosotros tiene un 34% de influencia en la atracción que sentimos hacia él. INGIMAGE
Generalmente, las personas se sienten atraídas por personas similares a ellas, tanto en términos étnicos como de estructura ósea y apariencia o de posición social y aspiraciones vitales. Este fenómeno se conoce como homogamia, literalmente, sentirse atraídos por los iguales. Al parecer, esto es lo que buscamos en las personas de las que creemos que pueden ser las parejas óptimas a largo plazo, por lo tanto, andamos en busca de alguien con quien hacer buena pareja, aunque también existiría un estándar de belleza caucásica, extendida universalmente debido a la globalización.
Una investigación de la Universidad de Ontario del Este demostró que el hecho de que alguien sea genéticamente parecido a nosotros tiene un 34% de influencia en la atracción que sentimos hacia él. Destacaron además que un matrimonio genéticamente parecido tiene más posibilidades de ser feliz, ya que estaremos más dispuestos a hacer más sacrificios y a ser más altruistas, ya que nos es más fácil ser empáticos si nos vemos de algún modo reflejados en la otra persona.
En este sentido, buscar a alguien similar tiene que ver con la propia aceptación y con el autoestima. Así, valoraríamos tener a alguien a nuestro lado con quien estemos de acuerdo y que suponga un apoyo en nuestras ideas, algo que suele ser más importante en cuanto a opciones religiosas y políticas que a determinadas maneras de ser.
Sin embargo, otros estudios antropológicos son de la opinión de que en determinados factores, como en el humor, hombres y mujeres son más complementarios que similares: mientras una mujer se siente atraída por un hombre que le hace reír, un hombre se siente atraído por una mujer que se ríe de sus bromas, lo que coincidiría con la popular idea de que los opuestos se atraen.
Esto último sería algo que solo les sucede a algunas personas, a las que la antropóloga Helen Fisher llama negociadores y constructores, quienes se sienten atraídos unos por otros. Los primeros son personas creativas y con carisma que ven antes lo colectivo que el detalle, mientras que los constructores son leales y tranquilos y se encargan de mantener las tradiciones. Al lado de estas dos clasificaciones, Fisher añade las personas directoras –de caracteres lógicos y analíticos– y las exploradoras –enérgicas y creativas–, quienes buscarían parejas de su mismo grupo.
