Terry, querido perro mío: déjame contarte algo.
La otra noche soñé que me moría. (De día sueño soñar que vivo).
El Señor revisaba las páginas del libro de mi vida y me decía, severo:
-No puedes entrar en mi casa. Escribiste demasiadas necedades.
Entonces, Terry, tú, mi amado perro, aparecías de pronto y le decías a Dios:
-Él no las escribió, Señor. Fui yo. Él solamente las firmaba. Castígame a mí, pero a él admítelo a tu lado.
El Padre, conmovido, me dejaba entrar. Decía:
-Te perdono todo lo que escribiste. Seguramente no lo hiciste por maldad. Alguien que mereció el amor de un perro así no puede ser malo.
Entraba yo en el Cielo, Terry, y tú me guiabas, ángel de orejas largas y cola jubilosa, por esa casa en que todos estaremos juntos cuando nos llegue el día que no tiene final.
¡Hasta mañana!...