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De la irritante gloria pública a la penosa desgracia personal

JESÚS CANTÚ

El 3 de enero de 2011 Humberto Moreira renunció a la gubernatura de Coahuila, después de 61 meses de ejercicio, porque tenía frente a sí un deslumbrante panorama: convertirse en el dirigente nacional del PRI y heredarle la titularidad del ejecutivo estatal a su hermano Rubén; unos meses después sus sueños se volvían realidad: el 4 de marzo, protestaba como presidente del Comité Ejecutivo Nacional del tricolor; en mayo, su hermano obtenía la candidatura y el 3 de julio ganaba las elecciones con el 62% de la votación favorable.

Su gestión al frente del tricolor era igualmente exitosa: retenía con amplio margen las elecciones en el Estado de México, pavimentándole el camino a la candidatura presidencial a Enrique Peña Nieto; y recuperaba la gubernatura de Michoacán de las manos del PRD, que la había ganado en dos ocasiones.

Por supuesto que era ofensivo e irritante el montaje de dejar un interino, totalmente a su servicio, para no entregarle directamente la oficina del gobierno coahuilense a su hermano mayor Rubén; pero eran los momentos de gloria y a ambos poco les importaba, ellos manejaban el estado como si fuera de su propiedad.

Sin embargo, durante el interinato empezaron a aflorar algunos de los manejos administrativos de su gestión, particularmente el excesivo crecimiento de la deuda con los bancos privados y, desde luego, el escándalo por haber falsificado alguna documentación para simular que pagaría los compromisos surgidos de los nuevos créditos con las participaciones federales. La deuda del gobierno de dicha entidad hoy supera los 36 mil millones de pesos.

El escándalo llegó a tales niveles que el 2 de diciembre del 2011, apenas 11 meses después de que lo había hecho al gobierno de Coahuila, tuvo que renunciar al liderazgo nacional tricolor, para evitar perjudicar con su imagen la candidatura de Enrique Peña Nieto. Y hoy, tras el artero asesinato de su hijo mayor José Eduardo, se sabe que su separación también era de su hermano el gobernador, pues todo indica que él esperaba una defensa más activa por parte del actual mandatario.

A pesar de ese distanciamiento, Rubén mantuvo al hijo mayor de Humberto, José Eduardo, como Coordinador General de Desarrollo Social en el estado, sin embargo, no acudió a la ceremonia fúnebre de su sobrino. En meses previos el ex gobernador había reconocido su distanciamiento con el actual gobernador y había culpado a su hermano mayor de ello.

Lo que hoy es inocultable es que Humberto Moreira endeudó exageradamente al gobierno coahuilense, incluso a través de argucias que claramente pueden ser tipificadas como delitos, aunque hasta hoy él está libre de cualquier responsabilidad; igualmente, claro es que la inseguridad y los hechos delictivos han escalado claramente en Coahuila a partir de que Rubén tomó posesión como gobernador; que el gobernador tenía en la nómina estatal a su sobrino de 25 años, en un puesto de muy buen nivel; y, desde luego, el evidente distanciamiento entre el gobernador y el ex gobernador, todavía más evidenciado con el tuiter de la viuda de José Eduardo, culpando al actual mandatario de la muerte de su esposo y exigiéndole la renuncia.

Rubén Moreira señala que la violencia es una reacción de los grupos delictivos ante el plan anticrimen de su gobierno y deja entrever que en el pasado se toleró la presencia del crimen organizado en la entidad o, al menos, no se hizo nada para combatirlo.

Y lo que la sociedad desconoce (y es importante recalcarlo la sociedad, pues, seguramente dentro de la administración pública existen muchos que sí lo conocen) es el destino del dinero que llegó al estado vía ese excesivo endeudamiento y las razones de la violenta escalada de violencia que vive la entidad fronteriza.

Es lógico pensar que Humberto Moreira esperaba una defensa más activa por parte de su hermano, ante las embestidas de la oposición y los medios de comunicación; pero la sociedad (y no únicamente la coahuilense) le exige a Rubén mayor transparencia y severidad en la persecución de los probables delitos que resulten a partir de las acciones de sus antecesores, particularmente de su hermano.

El condenable asesinato (cualesquiera que hayan sido los motivos) de José Eduardo Moreira Rodríguez, evidenció el distanciamiento de la familia Moreira y la tragedia personal del ex gobernador, que salvo este último hecho, es simplemente víctima de su propia ambición. Y si éste genera compasión, todos los hechos precedentes provocan indignación entre la ciudadanía.

Antes de que se cumplieran las 24 horas del crimen, las autoridades estatales ya estaban revelando las líneas de investigación más verosímiles y hasta la presentación de algunos presuntos involucrados, sin embargo, hasta hoy son sólo eso: sospechas.

Lo cierto es que diciembre de 2011 fue un parte aguas en la carrera política de Humberto Moreira y hoy, 11 meses después de su renuncia a la presidencia nacional del PRI, es víctima de una lamentable y condenable tragedia personal; pero, hasta hoy, no hay ningún motivo para vincularla a su ominoso pasado político. Su situación personal es digna de conmiseración; su historial público, irritante e indignante y no hay que confundirlos.

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